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Friday, December 23, 2005

La poesia no puede con la muerte

Represión
La poesía no puede con la muerte
A Ricardo González Alfonso, preso en el hospital del Combinado del Este.
Raúl Rivero, Madrid
jueves 15 de diciembre de 2005
 
Los poetas se mueren como todo el mundo, con más miedo a olvidar que a que los olviden. Con los ojos cerrados, el corazón sin ritmo, la sangre detenida y negra y un asombro previsto, una desolación cantada y una evadida soledad que se retrata en crispaciones invisibles para el ojo clínico.
Un poeta preso es el que se muere diferente. Los poetas presos suelen morir de unas patologías que prodigan los dictadores y los dictadores hallaron esos males en sus noches de angustias por amor al poder.
De manera que está fácil la asociación: los dictadores son directamente los asesinos de los poetas. Ellos inician, entonces, su viaje al purgatorio, de noche, sin plegarias, sin equipajes, con unas músicas en el sitio donde tuvieron la memoria que utilizan a manera de ceremonia de extrema unción.
Del jergón y la celda, sin despedirse, al purgatorio. Se sabe, desde hace muchos años —pregúntenle a Lichy Diego por el viaje que hizo de ida y vuelta—, que los poetas van al purgatorio porque en esa estación de la eternidad no hay jefes.
En el infierno, gobierna entre llamaradas Lucifer (él tiene los celulares de todos los dictadores), y Dios, en los silencios gloriosos del Paraíso, conduce sus rebaños entre nubes gaseosas en excursiones que no terminan nunca, ni van hacia ningún lado, pero son dulces y serenas y el horizonte se ve muy cerca de los cuatro puntos cardinales.
Los poetas atraviesan los portalones sin trámites porque se consideran víctimas del odio. Los tormentos que sufrieron no se deben a sus pasiones ni sus vicios. Se deben a las obsesiones de los dictadores que suelen ser muchas y dañinas, pero se resumen todas en la obsesión del poder absoluto.
Por eso no hay obstáculos para los soñadores cuando llegan a la comarca sin director ni códigos, que dicen que es el purgatorio. Los reciben allí otros poetas asesinados por otros dictadores y se entra con naturalidad en el vacío que debe ser, de todas formas, un porvenir volátil sin los hijos, ni los amigos, ni la mujer que se ama. Una perpetuidad a la que le faltará, sin dudas, la lectura, la brisa, el agua fresca, las noches que son patrias —ya se ha dicho—, los bolerones tristes, panecillos, el patio con su sombra y su humedad y la ilusión que tiene siempre un poeta de escribir una canción de libertad.
El poeta cubano Ricardo González Alfonso está preso.

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