Cuba en los Objetivos y Metas del Milenio (VII)
Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, Cuba - Noviembre (www.cubanet.org) - El Objetivo 2 de las Metas del Milenio es: "Lograr enseñanza primaria universal", para lo cual se presenta la Meta 3: "Velar porque, para el 2015, los niños y las niñas puedan terminar un ciclo completo de educación primaria".
De acuerdo con el Segundo Informe sobre el Cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) entregado por el gobierno cubano, este propósito se cumplió desde los años 90, cuando la matrícula en este nivel de enseñanza representaba alrededor del 100% de la población en las edades establecidas, de seis a 11 años. A fin de ratificar esta aseveración, se brindan datos estadísticos acerca de la tasa neta de escolarización en primaria, porcentaje de alumnos que llegan al quinto grado, índice de retención en el ciclo de primaria, e incluso índice de retención en el ciclo de secundaria básica.
En la educación, a partir de 1959, han existido logros que constituyen una continuación de los avances obtenidos desde la instauración de la república en 1902. la campaña de alfabetización, la rápida formación de maestros populares para enviar a todos los rincones del país, más escuelas en las zonas rurales, importantes asignaciones de recursos materiales y financieros y la preparación masiva de personal docente en todos los niveles son hechos innegables.
Sin embargo, los análisis del gobierno desconocen, por lo regular, que estos progresos en materia educativa fueron posibles debido a una tradición pedagógica existente en Cuba, que se remonta a los años de la colonia y que, a pesar de malos gobiernos, se fortaleció extraordinariamente entre 1902 y 1959, resultando en una realidad educacional muy superior a la inmensa mayoría de los países del área, a pesar de las deficiencias y de haber sido Cuba una de las últimas naciones de América Latina en obtener la independencia.
Al mismo tiempo, los exámenes del estado de la educación en el país, extraordinariamente perneados por la propaganda política, hacen demasiado hincapié en índices cuantitativos sintéticos, soslayando los aspectos cualitativos de la cuestión, extremadamente preocupantes a partir de la pérdida de las subvenciones de la Unión Soviética y otros países de Europa del Este en 1990, y de la interminable crisis derivada.
La pretensión oficial de demostrar que en materia docente todo empezó en 1959 puede calificarse de ridícula y antihistórica. Cuba posee una larga tradición en este campo desde la época colonial, con precursores como el presbítero José Agustín Caballero, primero que se apartó en su cátedra de Filosofía del sistema escolástico imperante, y creó las bases para que el Padre Félix Varela, quien fue "el primero que nos enseñó a pensar en cubano", como señaló el fallecido Arzobispo de La Habana Monseñor Evelio Díaz, fundara una escuela de pensamiento y creara las bases para la lucha contra la enseñanza memorística, propugnara el racionalismo y la experimentación como métodos pedagógicos antes que en otras latitudes surgieran concepciones similares.
La escuela educacional fundada por Varela tuvo magníficos continuadores en José Antonio Saco, el presbítero José de la Luz y Caballero y Rafael María de Mendive, entre otros insignes intelectuales, ejerciendo una enorme influencia en José Martí -también educador- en cuyos escritos se observa la importancia que concedía a la docencia como elemento esencial para el progreso de las naciones.
Durante la época de la república, aunque se debe reconocer la influencia positiva de la intervención norteamericana en materia educacional, comprendido el envío de profesores a Estados Unidos para conocer sus experiencias, indudablemente fueron personalidades cubanas quienes laboraron afanosamente a fin de implantar reformas imprescindibles para mejorar la educación en Cuba.
En primer lugar, habría que citar a nuestro primer presidente, Don Tomás Estrada Palma, y a Enrique José Varona, quien con el plan que llevó su apellido dio un vuelco radical a la enseñanza, tomando como elemento de referencia nuestras tradiciones y las mejores experiencias mundiales. Otros relevantes maestros y reformadores fueron Alfredo M. Aguayo, Arturo Montori y Ramiro Guerra Sánchez, entre una larga lista de benefactores de la cultura y la docencia cubanas.
Debe subrayarse que en la época revolucionaria las personalidades públicas, fundamentalmente intelectuales y políticos de distintas ideologías, poseían un común denominador en cuanto a la visión de la educación como elemento de importancia primordial para el progreso de la nación. Esto condujo a que en la mayoría de los programas partidistas y consignas electorales la atención al magisterio tuviera una categoría cimera, reflejo de una de las aspiraciones más sentidas de la población. Puede observarse este pensamiento en las obras de hombres de diversas filiaciones políticas y filosóficas, como Don Fernando Ortiz, Jorge Mañach, Juan Marinillo y Salvador García Agüero, quienes además de haber desempeñado papeles políticos e intelectuales relevantes, también se destacaron como educadores.
Las estadísticas demuestran un continuado progreso en los niveles educacionales del pueblo cubano a partir de 1902. Según el censo de 1899, sólo el 43.2% de la población de 10 años o más estaba alfabetizada. En 1931 alcanzó el 71.7%, y según el censo de 1953 fue de 76.4%, un indicador únicamente superado en el área entonces por Argentina (87%), Chile (81%) y Costa Rica (79%). Los analfabetos urbanos eran 11.6% y los rurales 41.7%.
Debe resaltarse que a mediados de los años 90 del siglo XX, la población analfabeta de 15 y más años de varios países latinoamericanos (CEPAL y UNESCO) todavía era superior a los niveles que ostentaba Cuba en 1953, lo cual demuestra claramente el avance que se había logrado para la época, a pesar de los indudables problemas existentes en las zonas rurales, donde vivía muy dispersa el 43% de la población, según el censo de 1953.
Paralelamente se había creado una educación pública poseedora de una aceptable calidad, que competía ventajosamente con las escuelas privadas. En la mayor parte del país era posible estudiar desde la primaria hasta la universidad en la enseñanza pública, aunque no resulta menos cierto que la población rural de algunas zonas enfrentaba serias dificultades para instruirse, debido al aislamiento y la pobreza.
Al triunfo de la revolución existían tres grandes universidades públicas -en La Habana, Santa Clara y Santiago de Cuba-, así como una privada -Villanueva- en la capital. También en varias ciudades se estaban desarrollando centros de nivel superior que reclamaban ser reconocidos, como es el caso de uno en la ciudad de Cienfuegos. En casi todas las principales ciudades había institutos de segunda enseñanza públicos, escuelas de comercio y secretariado, y una red bastante desarrollada de escuelas primarias y secundarias públicas que se complementaban con centros privados de nivel adecuado, escrutados continuamente por las instituciones gubernamentales correspondientes para que se cumplieran los programas de enseñanza de acuerdo con los requerimientos, estableciéndose así una sana y productiva competencia entre ambos sectores.
Por supuesto, el programa educacional cubano no era perfecto. Muchas veces era afectado por la politiquería, y en oportunidades hubo malos manejos de los fondos destinados a este importante sector. Sin embargo, el balance arrojaba resultados positivos, y los profesionales formados descollaron en muchos aspectos del saber. Los médicos disfrutaban de prestigio internacional, los contadores públicos y especialistas bancarios se distinguieron, los abogados tuvieron amplio reconocimiento, los arquitectos e ingenieros participaron en obras muy avanzadas para la época en América Latina, como el Edificio Focsa y el puente de Bacunayagua, y los humanistas, artistas, músicos e intelectuales en general dieron prestigio y relevancia al país.
La situación descrita posibilitó los avances de las últimas décadas, lo que se soslaya en los análisis realizados sobre el nivel educacional y cultural actual del pueblo cubano.
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