Raúl Rivero. El Mundo, España, 10 de septiembre de 2007.
En el severo telediario Tiempo, el único que se trasmitía para toda la
Unión Soviética en los años del socialismo real, se comenzaba la lectura
de la lista de titulares después que el presentador -dulzura y energía
en la voz grave- le decía a la lente de la cámara principal: "Muy buenos
días, camarada Brezhnev".
Ese era el chiste que corría por los pasillos y las mesas de las
asociaciones oficiales de periodistas y escritores, por las redacciones
de los periódicos y por las universidades y círculos de artistas y de
personas con sentido del humor y dominio de la realidad.
Se hacía rodar y se repetía, pero como pasa siempre en los regímenes
totalitarios, después de unas leves risas reglamentarias, la gente se
complicaba en amargas discusiones en voz baja. La ronda de bromas se
interrumpía y se desplazaba hacia otros rumbos inocentes como la
temperatura, el fútbol, las estatuas de Lenin en Octubre y las películas
de Charles Chaplin, bien considerado en las alturas porque, extranjero y
todo, era progresista.
Con ese lance recurrente que no pasaba nunca de moda, la gente captaba
una de las facetas más humillantes de aquellos señoríos: la prensa sale
a la calle todos los días para complacer a los dirigentes del Gobierno y
para alegrar los amaneceres de los funcionarios de los partidos
comunistas. Ninguna noticia que pueda perturbar la marcha del pueblo
hacia la victoria final pasará el cerco que diseñan los especialistas.
Se hace un trillo en la hierba, una línea a seguir con la mirada fija y
el oído atento a las orientaciones. De arriba llegan los días en los que
se considera que el pueblo debe estar alegre. A través de los medios se
decreta también la tristeza y la indignación. Se le pone nombre a los
héroes y se descalifica al enemigo.
Ese poder hace que la vida en el totalitarismo, además de esclava sea
predecible, aburrida. Y aburrirse es besar la muerte, según nos dijo un
día don Ramón Gómez de la Serna.
Es un viaje sin asombros ni sorpresas. Se sabe lo que se va a decir en
los discursos, la cadencia con que se pronunciarán y el énfasis de las
descargas finales. Se conocen los adjetivos que usarán para recibir a
los cómplices. Las fiestas se compran hechas con sus himnos previstos y
las lecturas de las arengas impresas en mimeógrafo.
La única compuerta que el comunismo le deja abierta al sobresalto es la
del miedo. Todo lo demás tiene su cauce trazado, sus pequeñas tensiones
(nunca se debe llegar a la emoción) y sus momentos fijos labrados en un
acta que se ha firmado ya desde hace mucho tiempo.
Allí hasta la muerte tiene sus limitaciones. Nadie, por mucha urgencia
que tenga, puede morir sin la autorización del partido Comunista. Las
fechas son vanas contraseñas que el hombre le pone a los almanaques.
No comments:
Post a Comment