Patrimonio olvidado
Aimée Cabrera
LA HABANA, Cuba - septiembre (www.cubanet.org) - Las cuatro esquinas de
las calles Industria y Neptuno, a escasos metros del Paseo del Prado
lucen deprimentes, como cualquier otro tramo de la capital.
En una de las esquinas hay una tienda cuyas vidrieras exhiben mercancías
que sólo pueden ser vendidas en la devaluada moneda nacional.
En los altos del negocio hay un edificio bastante conservado. Un portón
de hierro protege la entrada y salida del inmueble. Una escultura de
Jilma Madera (1915-2000) resalta en un rincón.
De la obra de Jilma, la prensa cubana sólo menciona el busto de José
Martí, ganador de un concurso supervisado por María Mantilla, y colocado
posteriormente en el Pico Turquino (la elevación más alta de Cuba), y el
Cristo de La Habana, que se levanta a la entrada de la bahía habanera.
La obra a que nos referimos, a la entrada del edificio de apartamentos
de Centro Habana es una mujer desnuda alada, con un brazo levantado,
mientras el otro cae delicadamente sobre una rueda. Al verla, de
inmediato recordé mi amistad con la artista.
Con nostalgia le hice una foto, y recordé a Jilma con sus cejas
enmarañadas, su risa estrepitosa y su elegancia innata. Ella repetía con
frecuencia que es difícil lograr tres cosas en la vida: sembrar un
árbol, tener un hijo y escribir un libro.
Su talento y profesionalidad fueron reconocidos en plena juventud. Jilma
Madera interrumpió su trabajo artístico debido el glaucoma. No se
amilanó y dio siempre las gracias a la vida.
Durante los primeros años de la década del 80 del pasado siglo, la
visité en su acogedora casa del barrio de Lawton, donde guardaba con
celo bocetos, proyectos, fotos y diapositivas de su obra y de las
ciudades europeas que conoció.
Un velo de misterio la cubría. Decían que estuvo vinculada al dictador
Fulgencio Batista y su esposa, a finales de los años 50. Si fue cierto o
no, tal circunstancia no debe ser motivo para marginar a esta escultora
cubana, y mucho menos a su obra, desconocida por casi todo el pueblo
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