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Sunday, September 02, 2007

CUBA EN MI CORAZON

CUBA EN MI CORAZON

Por Héctor Ñáupari *
Infosearch:
Fidel Nuñez
Analista
Jefe de Buró
Latinoamérica
Dept. de Investigaciones
La Nueva Cuba
Septiembre 2, 2007

Heredé de mis padres el amor por Cuba y su revolución. Como la mayor
parte de mi generación, nacimos fascinados por la gesta de Fidel, Che
Guevara y Camilo Cienfuegos. Con el paso del tiempo, esas figuras
heroicas y románticas fueron cediendo el paso a espectros de pesadilla,
debido a las sucesivas informaciones acerca de la escasez y la miseria
en que vivían los cubanos, así como por los padecimientos de los presos
políticos y los disidentes en la Isla. Por ello ese amor fue arribando,
primero, al desengaño; luego, a una rebeldía sin concesiones. Sin
embargo, a pesar de esa pátina tenebrosa, ha pugnado por mantener su
heroicidad, vigente hoy en amigos y conocidos, para quienes los hondazos
del David caribeño todavía impresionan y conmueven. De esta suerte,
decidí pasar unos días en Cuba, para comprobar en carne propia si la
Isla era, como creyeron mis padres, el paraíso en la tierra, cuyas
gentes —hombres y mujeres nuevos— estaban todas entregadas a la alta
causa del socialismo.

Lo que hallé en Cuba superó mis peores expectativas. Cuba es, en primer
término, un Estado opresivamente policiaco, tan vasto que es una ironía
común decir que, de once millones de cubanos, nueve son policías. Su
peor consecuencia es que los isleños se hallan en una prisión mental, en
la que no pueden expresar lo que verdaderamente piensan, al punto que
nadie, ni ellos mismos, saben lo que verdaderamente anida en su
interior. De esta manera, si un extranjero conversa un tiempo largo con
un cubano, observará que se han vuelto una contradicción en términos:
alaban y critican al régimen al mismo tiempo. No menos grave, este
sistema de delación permanente ha destrozado la confianza entre sus
semejantes, un atributo elemental en cualquier sociedad con mayores
márgenes de libertad; es decir, en todas las demás. La cubana debe ser
la única colectividad de occidente donde la primera idea que viene a la
mente cuando se conversa con otro es la sospecha.

Esa opresión y esa destrucción se reflejan bien en su capital. Antaño
ciudad de esplendores, de legendaria belleza, La Habana es hoy una
ciudad bombardeada. Lo que va quedando de sus hermosos edificios es
presa de los estragos del tiempo, de los derrumbes, de la falta de
mantenimiento, pero sobre todo de la indolencia de sus gobernantes,
quienes la abandonaron, primero, a la convicción revolucionaria, y
luego, a la mera supervivencia en el poder. Estos estragos también los
viven a diario los cubanos, sobre todo las mujeres y los jóvenes, a
merced de los apetitos de los turistas. Si bien en los últimos tiempos
la prostitución en Cuba es un tema tan ampliamente descrito como
silenciado por los compañeros de ruta de la revolución —entre ellos, las
feministas— el sistema de hospedajes particulares ha hecho ingresar a
las casas y al interior de las familias a la profesión más antigua del
mundo, donde los turistas llevan a cabo, al costado de las habitaciones
de padres, hermanos e hijas, acciones que serían penadas legal y
socialmente en sus propios países. De esta manera, en tanto se sientan
marxistas exóticos o guerrilleros de caricatura —la idea es fumar un
puro y sentirse como el Che Guevara— los turistas son, en su gran
mayoría, absolutamente indiferentes a la trágica suerte de este pueblo.

Es de observar que hay en Cuba tres economías: la turística,
capitalista; la formal, centralmente planificada; y, la economía
marginal o informal, de mera supervivencia, y que es la que en verdad
sostiene la vida cotidiana del cubano promedio. La primera de ellas es
inaccesible para la mayoría de los cubanos, quienes son discriminados en
sus playas e incluso en las propias calles de su ciudad, a las que
tienen prohibido acudir. La economía planificada, añade a su perversidad
característica de escasez y desabastecimiento generalizado, la de hacer
subir primero los salarios y luego los precios de los productos, y de
cobrar por servicios antes gratuitos —un triunfo de la revolución— como
el agua potable. Por último, en las puertas de sus casas, los cubanos
venden desde pasta de dientes hasta aparatos de aire acondicionado, con
instalación incluida. Sabido es que la economía informal tiene una cara
sucia: la de la corrupción. Los servicios médicos por ejemplo,
supuestamente gratuitos, tienen un precio si se quiere una atención
rápida. De este modo, el paraíso socialista está cercado, incluso en las
mismas calles de La Habana o de Matanzas.

Me pregunto ¿Por esto lucharon mis padres y tantos otros en América
Latina y diversas partes del mundo? ¿Para que los cubanos tengan
prohibido comer pescado, langostas y carne de res —productos exclusivos
para los turistas— caminar por su propio país, no tengan un techo que
los ampare de los aguaceros y que, siendo un pueblo educado, con
conocimiento pleno de varios idiomas, deban degradarse con la
prostitución, la mendicidad turística y la venta negra de sus productos?
El hecho cierto es que, como en una triste justicia de la historia —a la
que ha aludido sin cesar el Comandante en Jefe—él es ahora el Fulgencio
Batista que combatió cuando joven, una siniestra copia que ha hecho
palidecer al original a extremos inimaginables, y que lleva más de un
año sin aparecer —durante su natalicio, otrora fecha de celebraciones y
marchas, la Plaza de la Revolución lució desamparada y vacía, y la
dictadura tuvo que extender un día más los carnavales, acaso los más
tristes de La Habana, según todos—. ¿Eso es lo que llamamos heroísmo, y
que debe justificar todos estos abusos? Si algo quedó del legado de la
admiración paterna, es que ningún acto heroico, sin importar su
dimensión, debería tener el costo de acabar con el bienestar de un
pueblo, justamente al mismo que se dice va a beneficiar o inspirar con
su ejemplo.

Hoy son otros los que quieren llevar el bienestar indispensable al
pueblo cubano, que tanto lo necesita, y librarlo por fin de la tiranía
que lo acosa, y que se repite a sí misma con frenesí durante casi un
siglo. Disidentes, presos, líderes que intentan inculcar por lo menos un
sistema de valores elementales, que enfrente el burdo comportamiento
reflejo que se ha esforzado en imprimir en los cubanos el régimen
dictatorial que padecen. Ellos no son calco ni copia, sino una creación
heroica, auténtica y sacrificada, porque lo tienen todo en contra. Por
eso debemos apoyarlos. Así, con ellos está mi corazón, pues se ha
quedado en Cuba, a su lado. También anida allí mi esperanza por verla
libre, próspera, con bienestar y con justicia. Ése es el sueño
inconmovible, el que no cesa de iluminarnos pese a la tiniebla
autoritaria que quiere resistirse al tiempo o al cambio de estación. Lo
que ella no sabe es que, como el aguacero, caerá inevitablemente. Y esta
vez lo veremos.

* Héctor Ñáupari es ensayista, poeta y abogado peruano.

http://www.lanuevacuba.com/nuevacuba/notic-07-09-250.htm

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