Para no morir de angustia
Yoel Espinosa Medrano, Cubanacán Press
SANTA CLARA, Cuba - Abril (www.cubanet.org) - Cuba está congelada en el
tiempo en relación con el desarrollo de la humanidad. No obstante, las
programaciones de radio y televisión, así como la prensa plana, tienen
el objetivo de demostrar lo contrario.
No es menos cierto que en la década de 1980 Cuba fue privilegiada por la
Unión Soviética, y llegó a convertirse en un laboratorio donde los
equipos de todo tipo se probaban, y abundaba el petróleo. La abundancia
de artículos y servicios indispensables para el pueblo se hizo notar.
Había casi de todo, al precio de vivir como gorriones enjaulados.
En aquel entonces sólo se necesitaba lo primordial para un ser humano:
libertad. No eran pocos los que aseguraban que esta isla era el mejor
país del mundo para vivir. El deporte, la educación y la salud pública
fueron baluartes y orgullo para los habitantes del verde caimán y todo
aquel que lo visitaba.
Negar que se lograron avances en esas esferas sería tapar el sol con un
dedo: el servicio de salud satisfacía en cierta medida la demanda
poblacional; pero hoy la realidad es otra. Estamos bien lejos de ser lo
que un día fuimos, en relación con la estabilidad de la asistencia médica.
Estrella Reina Díaz, de 57 años, vecina del reparto Riviera, en Santa
Clara, provincia Villa Clara, sufrió algunos avatares que narro a
continuación.
En un abrir y cerrar de ojos pasó tremendo sofocón: salió desde su hogar
hacia la policlínica Marta Abreu, distante tres kilómetros del centro de
la ciudad. Estaba alterada. Cien metros antes de llegar al centro
asistencial se desplomó. Dos jóvenes que la vieron caer le echaron una
mano a la señora y de inmediato la trasladaron a la policlínica.
El médico de guardia no apareció. Estaba en cualquier lugar, menos donde
debía estar. Se apareció entonces una colega con bata blanca,
evidentemente agotada por las noches de guardia.
La galena no tuvo relevo. Luego de 24 horas en el puesto de trabajo el
arribo del sustituto era improbable. A pesar de todo enfrentó la
situación con profesionalidad. Esfigmógrafo y estetoscopio en manos
comprobó que el asunto con la señora estaba bastante feo. La paciente
tenía la presión arterial en 120-180.
Optó por sedarla mientras su estado se normalizaba, pero el dolor de
cabeza le hacía ver las estrellas en pleno día a la señora. La doctora
ordenó que la trasladaran hasta un hospital, pero la policlínica carecía
de medios de transporte.
Un hijo de la enferma salió, y después de mucho buscar, alquiló un coche
tirado por un caballo que era puro hueso, y a paso lento llegó con su
madre al hospital provincial Arnaldo Milián Castro, 5 kilómetros más
allá de la policlínica.
Estrella parecía sentirse mejor. La recibió un camillero, apenado porque
carecía de su implemento de trabajo para trasladarla a la consulta de un
especialista. Allí, cuatro pacientes esperaban, mientras en el interior
de la sala un galeno, convertido en mago, asistía a seis enfermos a la vez.
Cada contacto del especialista con los enfermos se convertía en clase
práctica para dos estudiantes latinoamericanos que lo acompañaban.
A Estrella Reina Díaz le hicieron un electrocardiograma que no detectó
ninguna anomalía cardiovascular. El galeno le indicó un cambio de
tratamiento para controlar la presión, y que cumpliera al pie de la
letra la dieta recomendada para estos trastornos.
Al salir del hospital se repitió la historia. La suerte los acompañó: en
la puerta de salida se encontraban aparcados varios triciclos, pero su
alquiler costaba un ojo a la cara.
Ojalá que una y otra historia, la de los médicos que pasan las de Caín,
y las de los enfermos que no pueden trasladarse con rapidez para que sus
vidas no corran peligro, no sean razones suficientes para morir de angustia.
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