El milagro de la Iglesia cubana
Aunque esta breve carta no puede hacer justicia a la compleja realidad 
de la Iglesia Católica cubana en las últimas cuatro décadas, los 
artículos de Andrés Reynaldo [La Iglesia de Fidel, 12 de abril], Eduardo 
Barrios sj [Sobre la Iglesia en Cuba, 16 de abril] y Nicolás Pérez [La 
noche triste de la Iglesia cubana, 18 de abril] me han alentado a 
compartir algunas reflexiones.
Creo que ''la noche triste'' la ha sufrido Cuba entera. Por muchos 
motivos (leyes y prácticas restrictivas de las libertades civiles; 
cultura política que asimila la oposición a la traición; ausencia de una 
prensa y un sistema judicial independientes; hostigamiento y condenas 
severísimas a los contestatarios; poca esperanza en la efectividad de 
las protestas; el exilio como alternativa) los cubanos dentro de la 
Isla, con valiosas excepciones, aprendieron pronto a callar sus quejas. 
Darwin lo hubiera entendido perfectamente.
Es en medio de ese contexto --y no otro-- que opera la Iglesia dentro de 
Cuba. Y, si a las limitaciones del marco legal y social y al oneroso 
legado de varias décadas de ateísmo oficial le añadimos la necesidad de 
pedir permisos para reparar templos y visas para curas y monjas (que no 
siempre llegan), así como el constante éxodo de laicos y sacerdotes (no 
todos fuimos ``expulsados contra nuestra voluntad''), ¿con qué recursos 
humanos, físicos y financieros cuenta realmente la Iglesia a la hora de 
exponer y defender sus puntos de vista? Lo que debería asombrarnos es 
que esa pobre, débil, sobrecargada y vigilada Iglesia está aún ahí. Y, 
sí, ha cometido errores (ella misma los confiesa en los documentos de la 
ENEC). Y sí, no siempre ha resonado su voz. Pero, ¡sin embargo, se 
mueve! Haberse mantenido independiente dentro de esa Cuba es ya una 
proeza. Crecer y ganar modestos espacios después del desastre de los 
años 60, un milagro.
Pero además, como bien apunta el padre Barrios, la Iglesia tiene la 
misión de ocuparse de una amplia gama de actividades religiosas y 
pastorales y su función primordial no es la de criticar al gobierno. 
Recordemos que aquí en Estados Unidos, la Conferencia Episcopal Católica 
no encontró justa, en noviembre del 2002, la guerra de Irak; pero, que 
yo sepa, los sermones desde los púlpitos no nos reiteran esto 
semanalmente. Y, ciertamente, no es por falta de libertad de expresión, 
medios de comunicación o recursos.
Criticada desde dentro porque hace más de lo que las autoridades 
quisieran y criticada desde fuera por hacer menos de lo que muchos 
desearíamos, la Iglesia --presionada e incomprendida-- camina en su 
cuerda floja. Y, tratando de avanzar sin caerse, sigue alimentando 
viejitos. Y cuidando enfermos. Y enseñando la Palabra. Y denunciando la 
injusticia. Y sembrando esperanza. Contra viento y marea. Héroes y 
heroínas animan la vida diaria de la Iglesia en Cuba. Ante estos 
compatriotas me quito el sombrero.
En la larga Noche Triste de Cuba no siempre han resplandecido las luces. 
Pero muchas de las que sí he visto me han llegado a través del Vitral de 
la Iglesia.
Emilio Cueto
Washington D.C.
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