ALEJANDRO ARMENGOL
Vida alemana, hogar cubano
El afán de incorporación de figuras y textos por parte de los escritores
cubanos a partir de la segunda mitad del siglo pasado marca una
tendencia que, si bien cuenta con algunos antecedentes, no es hasta
Guillermo Cabrera Infante y José Lezama Lima que se vuelve modelo a
imitar. No es casual --no llegará a serlo-- que ambos terminaran
convertidos en los representantes de las dos caras del desterrado: el
exilio y el insilio. Del tránsito político y literario hacia ese
destierro, de las diferencias con exiliados anteriores y de quienes son
en la actualidad sus seguidores, por vocación y destino, trata este
artículo.
Ese momento de apropiación es también un deslinde. A partir de entonces
la literatura cubana, que con el tiempo ha mostrado mayor trascendencia,
se vuelca hacia lo urbano, pese a la presión ideológica por destacar lo
rural, la épica revolucionaria en las montañas y las labores agrícolas.
Amplía el concepto cosmopolita, hasta incluir el espacio reducido de la
habitación a la sala, y termina por desbordar la isla.
El mejor ejemplo que indica lo contrario --Condenados de Condado, de
Norberto Fuentes-- no hace más que confirmar la regla: la épica se
reduce al cuento y se pierde luego en imitadores menores.
Esta distinción es importante, porque nuestro paradigma literario se
destaca por recorrer un camino contrario: tras abandonar la vía compleja
de los Versos Libres, José Martí culmina su obra literaria en la mejor
recreación de la manigua cubana que conocemos. Su Diario de Campaña
contiene al inicio el mejor párrafo jamás escrito en Cuba --``Lola,
jolongo, llorando en el balcón. Nos embarcamos''-- para dedicar luego
sus páginas a la descripción detallada del hombre y la naturaleza de la
isla.
Sin proponérselo, Martí logra eclipsar a nuestra novela ejemplar del
siglo XIX, que es por supuesto urbana: convierte a Cecilia Valdés en
libro de lectura de enseñanza secundaria, tema de zarzuela, argumento de
película mala. Se contempla con respeto condescendiente a Cirilo
Villaverde, pero es a Martí a quien se imita.
La transformación que logran Cabrera Infante, Lezama Lima y Alejo
Carpentier --el tercero en disputa literaria y política constante con
los anteriores-- se ve amenazada desde el inicio por motivos
extraliterarios: Paradiso apenas se difunde, se lee y comenta al salir
publicada y luego se silencia. Tres Tristes Tigres no llega siquiera a
las librerías y se convierte en el libro prohibido por excelencia.
Carpentier queda entonces como el encargado de brindar la gran obra
totalizadora, que logre sintetizar la epopeya revolucionaria en el
estilo de la novelística rusa y francesa del siglo XIX, y fracasa en el
intento.
Tendrán que pasar años para que los escritores cubanos se recuperen de
la oscuridad casi absoluta de la década de 1970, cuyas consecuencias se
extendieron más allá de esta fecha, y se intente de nuevo desarrollar
una literatura urbana que amplíe el rumbo marcado por Cabrera Infante,
Lezama Lima y Carpentier.
Sólo que para entonces La Habana habrá cambiado por completo. La nueva
ciudad impone otra visión. Imperan ahora los laberintos infernales de
Pedro Juan Gutiérrez y Leonardo Padura, las ruinas de Antonio José Ponte
y los espectáculos y reconstrucciones para disfrute turístico que ni
siquiera han alcanzado un equivalente literario.
Meses atrás aparecieron dos trabajos que desde perspectivas diferentes
apresaron la ilusión frustrada del gran filósofo de las ciudades, Walter
Benjamin, de viajar a La Habana.
Rafael Rojas le dedicó un artículo en el diario español El País el 4 de
agosto del 2006. Poco después, Ponte publicó un ensayo literario en la
revista Letras Libres (edición española), en que hacía referencia al
ensayista nacido en Alemania, quien se suicidó al no poder cruzar la
frontera francesa y escapar a la persecución nazi.
Rojas deja a la imaginación del lector lo que hubiera significado la
permanencia de Benjamin en Cuba: ¿un ensayo sobre la isla?, ¿un nuevo
proyecto, de los tantos planeados y nunca realizados, por esta figura
ahora mítica para el pensamiento contemporáneo?
Ponte es más cáustico, y quizá más certero. La negativa como venganza:
``Comenzaría esa venganza por el acto de despegar el sello de la carta
de rechazo que Adorno le muestra. La inclusión del sello postal de la
República de Cuba en una de las colecciones emprendidas por Benjamin
durante su exilio (en su sobrevivencia) será todo''.
En ambos trabajos encuentro una intención de apropiarse de la figura de
Benjamin, convertirlo un poco en cubano, saltar la imposibilidad del
momento e imaginarlo ilusionado (Rojas) o vengativo (Ponte) ante la
posibilidad de viajar a la isla.
Incorporar a un escritor tan distante del escenario cubano como Benjamin
es sólo posible desde la perspectiva de la ciudad, pero hace falta más:
trascender la frontera del nacionalismo.
Muchos cubanos han podido superar la insularidad. Ninguna ciudad les es
extraña, o puede que todas les resulten tan ajenas como La Habana, tan
lejanas como cualquier pueblo de provincias en que nacieron. Han logrado
que Benjamin sea un desterrado más. Una figura cercana en padecimientos
y esperanzas. Un ciudadano del mundo, similar a ellos, sin importar si
vivió en Cuba o en Alemania.
Hay un grupo numeroso de escritores nacidos en la isla regados por el
mundo, que trascienden los esquemas a los que estábamos acostumbrados
hasta hace apenas un par de décadas. Por lo general dominan varios
idiomas, han incorporado a sus vidas los hábitos y modos de vida del
lugar en que radican e incluso ejercen profesiones al igual que lo
hacían en Cuba y que los nacidos en los lugares que los han acogido. No
por ello han dejado de ser cubanos, sino que han extendido el concepto.
Convertidos en desterrados universales, su vida cotidiana es alemana,
española o norteamericana, pero su hogar es cubano. Mi única duda, a
veces, es si considerarlos elegidos. O pensar, más sobriamente, que
arrastran una maldición.
aarmengol@herald.com
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