2007-04-19.
Pedro Álvarez Peña
Fuimos un grupo de estudiantes cubanos con una suerte inmensa o, será
otra cosa. A pesar de todo lo que traíamos en las mochilas castristas,
tuvimos la dicha de vivir los tiempos de la Perestroika y el Glasnost en
la antigua Unión Soviética. Este aire democrático cambiaría para siempre
nuestras vidas. Tanto fue así, que de nuestro grupo de siete
estudiantes, ninguno regresó a Cuba.
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Los pelos. Ellos significaban hasta ahora lo que iba pasando por
nuestras mentes. Las pesquisas, las discusiones, los análisis. Sin
embargo muchas cosas se entrecruzaban en los pensamientos. El miedo
seguía jugando un papel importante. ¿Qué pasaría si descubren como
pensamos? ¿Quién será el agente en nuestro grupo?
El hecho de que todos los cabellos estaban largos, hasta el espendru no
necesariamente era proporcional a las ideas de cada uno. Era un reto
estar peludo, era moderno, era pepillo, daba cierto aire de alocamiento
que bien rimaba con nuestro andar pero otros mensajes deslumbraban y no
era políticamente correcto.
Además no todos hablábamos en el mismo tono o con la misma perspicacia,
al menos no hasta aquí llegados. Ya después de nuestro descubrimiento
rápidamente hablamos con el otro peludo inicial. Estuvimos conversando
como tres horas sobre el tema. Por iniciativa de este último salió a
relucir un apodo o nombrete que utilizaríamos mucho en las próximas
semanas: "Trompeta". "El Trompeta" decía más.
La historia de este instrumento musical unida a la figura omnipotente
que había asechado nuestras mentes por tanto tiempo data, según me han
contado y dijo mi compañero aquel día, de unas palabras de él cuando se
refería a que de niño solo tuvo una trompetita de madera de juguete. En
aquel tiempo conocía esta historia. Más recientemente he oído versiones
parecidas.
El caso es que por tres o cuatro semanas nos pasábamos el día entero
vociferando, gritando, murmurando sobre "El trompeta". Ya con el tiempo
nuestros restantes compañeros empezaron a reaccionar: ¿Qué rayos es ese
trompeta? Mi amigo me preguntó si era una clave de algo pues esa
impresión le daba.
Le confesé que era él, al que también llamábamos "Michael Jackson" por
sus grandes conciertos diciendo de ir para adelante cuando todo iba para
atrás; en similitud con el baile del famoso cantante. Mi amigo no se
exaltó tanto, más bien le dio un gran ataque de risa, mostrando mucha
alegría. Esto era bueno, cuatro probados, nadie enfadado o contrariado.
Seguíamos en esa marcha. El grito del desesperado fue introducido por
esos días del otoño en el segundo año. Nos llamábamos de un lado al otro
del edificio exclamando: "AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA".
Pues cosas como estas empezaban a llamar la atención. Por ejemplo los
compañeros de tercer año se rieron muchos cuando les contamos que ese
grito era el del desesperado. Sin embargo, fruncieron el ceño al oír la
continuación: "El desesperado en Cuba".
En finales del verano fueron los juegos olímpicos en Seúl, Corea del
Sur, y Cuba no participaba. Alquilamos un televisor para verlos y ahí
tuvimos nuestros primeros encuentros con los estudiantes de tercer año.
Un año mayor que nosotros. Por alguna razón dije que le iba al americano
en la carrera de los 100 metros: Carl Lewis y esto fue motivo de enfado.
Al ganar el canadiense Ben Johnson escuché como se alegraron muchísimo.
Para mí, en fin, eso no era política y entendía que Jonson también era
un buen corredor. Empero unas horas después se supo que el canadiense
estaba dopado por lo que Lewis era el ganador. Ante mi alegría un
estudiante de tercer año reacciono votándome de su habitación diciendo
que allí no podía haber gente que le fuera a los americanos.
Este tipo de cosas eran peligrosas por lo tanto decidí hablar con él
diciéndole que lo ocurrido nada tenía que ver con política sino era
netamente deportivo. Él dejó claro que había que poner las cosas sobre
la mesa pues no se permitirían desviamientos. El muchacho era el jefe
de nuestro colectivo estudiantil formado por los siete de nuestra
carrera y los siete del año mayor.
Tras nuevas polémicas en el colectivo y al surgir desacuerdos entre los
estudiantes de tercer año, se creó un desbalance en las fuerzas del
mismo. Como resultado, el jefe de colectivo decidió dimitir pasando la
jefatura del cargo a mi poder. En un principio no quería pero las chicas
de tercer año y todos los de mi año en consenso decidimos que lo mejor
era que fuera yo; algo que el futuro venidero demostraría ser una
solución bastante aceptada.
Y las cosas fueron a peor. Ya hablabamos libremente entre nosotros siete
y no solo con disfraces de "Trompeta" o "Jackson". Todos lo aceptaban
bien, solo el salvaje titubeaba algo y nos hacia pensar. También con las
chicas de tercer año. En una reunión espontánea tras una comida reunidos
en una habitación decidieron tirar un televisor del cuarto piso para
abajo. Alguien dijo que era una forma de protestar o mostrar
descontento. Recuerdo que me fui pues no compartía la idea a pleno y a
lo lejos escuché el tremendo estruendo del tubo de pantalla al llegar al
suelo después de unos ocho o nueve metros.
Más tarde ese mismo día alguien decidió abrir una botella de champán.
Pasó a manos de mi amigo y alguien le dijo: "apunta bien". Este dirigió
la botella a una foto de "Trompeta" en la puerta. El corcho fue a dar al
mismo centro de la misma. Aquí se destapó la cosa. Nuestro compañero
ex–jefe de colectivo se malhumoró y gritó que esto era inaceptable. Se
marchó alegando que el de la foto era como un padre para él. Escuché a
alguien decir: "Preferimos ser huérfanos".
El día siguiente ocurrió el hecho que marcaría este año y nuestra
primera batalla contra el sistema. En la cátedra de nuestra faculta tuvo
lugar una discusión entre una de las chicas de tercer año y nuestro ya
conocido combatiente. Creo recordar que fue por un puesto en la sala de
computadoras. Al rato vino el novio de la muchacha, estudiante de quinto
año entonces. No sé o recuerdo bien que pasó entre ellos pero el
desenlace fue bien rumorado. El muchacho se escondió detrás de una
puerta y le aplicó un palazo por la cabeza al estudiante de quinto año.
Sangrando con una herida en la cabeza fue encontrado el novio de la
muchacha por los compañeros de cátedra y profesores de la misma.
Como jefe de colectivo fui informado rápidamente de los hechos. Por la
parte soviética se alzaron voces al instante diciendo que lo ocurrido
era intolerable para ellos. Un profesor comentó. "Cómo es posible que le
pegue a un compatriota".
También en nuestro colectivo se escucharon proclamas para que tomáramos
medidas por lo sucedido. Las ideas eran escuchar a los profesores y ver
que decidían ellos y la otra era expulsarlo del colectivo como
estudiante. Lo que significaría la expulsión de los estudios. Era el
primer caso que conocía hasta aquella fecha de un estudiante que fuera
sometido a este proceso de la manera inversa pues ni el profesor
funcionario, ni el consulado cubano quisieron apoyar la medida desde el
principio.
Esto fue un proceso bastante largo en el colectivo. Al presentarme ante
el vicedecano de la facultad para tener conocimiento de que medidas
tomaría la parte soviética, escuché de él la frase conocida: "El hombre
tiene sombrero". Con otras palabras tenía las espaldas cubiertas, habían
llamado del consulado cubano y era intocable. Más nada dijeron o
hicieron en el decanato sobre el asunto.
Por nuestra parte llamamos a una reunión extraordinaria de colectivo
donde se decidió por votación, unos dos o tres votos más, expulsar al
compañero de la U.R.S.S. Es importante recordar al menos ya pasado tanto
tiempo y al notar que esta decisión era muy dura, al menos con los ojos
de hoy, que estábamos sometidos bajo el control cubano a pesar de estar
en el extranjero y en el colectivo nuestro la idea fundamental no era
votarlo solo por el palazo sino por su actitud para con nosotros
también. Él representaba al sistema cien por ciento, nosotros queríamos
grados de libertad. Él le había dado un palazo por la cabeza a uno de
nosotros.
Pues el consulado no aceptó la decisión. Dijeron que la reunión no era
válida sin profesor funcionario por lo que acordamos una nueva invitando
al profesor funcionario a participar. A regañadientes me dijo que iría
pero al llegar las siete de la noche no se presentó en el local. Lo fui
a buscar personalmente, me dijo que se le había olvidado, que extraño.
Por fin vino conmigo. En la nueva reunión la decisión estuvo firme
aunque un poco más apretada la votación. Mandamos los papeles para el
consulado y esperaríamos respuesta en unos "meses".
La situación era bastante tensa entre nosotros y el alumno de tercer
año. Estuvo un tiempo viviendo en otro lugar. Los pelos aún más largos,
las clases marchaban bien. La mecánica clásica fascinaba nuestras
mentes, el análisis matemático tocaba al final. También leíamos
Novedades de Moscú que oxigenaba nuestro ser.
Llegó la respuesta. No habría expulsión pues el consulado se oponía. Al
parecer tenían veto; algo que nunca nos habían explicado. En principio
me pareció bien pues como quiera que sea perder la carrera era algo bien
grande para uno pero mostraba que el sistema era superior, intocable
para nosotros. Unos meses después en un caso el mismo mecanismo fue
puesto en función para expulsar a estudiantes de Relaciones
Internacionales en Moscú. La única gran diferencia era que en este
último el consulado había impulsado el proceso y la decisión del
colectivo desgraciadamente siguió la línea del mismo.
Los estudiantes de Moscú habían pedido aclaraciones a las autoridades
cubanas. Los llamaron confundidos por esto y perdieron sus carreras, sin
dar palos en la cabeza a nadie. El palazo del guardián de la dictadura
pasaba inadvertido. Las preguntas de los Perestroikos causaban expulsión.
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