Entre Bruselas y La Habana
JOAQUIN ROY
Dos temas resaltan en la política exterior de España en importancia y en
similar estrategia a emplear. El primero es la actitud a aplicar con
respecto a la congelación del proceso de ratificación de la Constitución
europea. El segundo es la relación con América Latina en general y con
Cuba en particular. En los dos, el gobierno español ha apostado con
riesgo y con las cartas abiertas, en petición de liderazgo.
En ambos casos, las alternativas de acción son básicamente tres. La
primera es dejar que los acontecimientos queden a merced de la inercia.
La segunda es aliarse con los gobiernos que plantean una actitud
negativa, no favorable a los intereses europeos. La tercera es la
apuesta por los movimientos decididos.
La actitud pusilánime, en busca de un consenso de mínimos, no revertiría
rédito alguno, aunque tuviera a corto plazo un efímero éxito. En el
contexto europeo, el excesivo cuidado con respecto al proceso
constitucional solamente recibirá al final unos beneficios inferiores a
las conquistas centrales reflejadas en el texto aprobado por la mayoría
de los estados. España quedaría, por lo tanto, como cómplice de una
operación de rebajas, hecha a destiempo. España no sentó tal posición
doblemente al liderar el proceso de ratificación con el referéndum y
aprobación parlamentaria.
Frente al delicado momento de Cuba, descartando la irresponsable
política de presión que resultó peligrosamente contraproducente, España
tampoco puede refugiarse en la cómoda posición de espera ante la
resolución sucesoria. Esa es la actitud de socios europeos con apenas
implantación en América Latina. La historia obliga implacablemente.
En el caso europeo, España debe insistir en mantener una posición de
privilegio. Aunque el resultado final no sea del agrado de los sectores
europeos maximalistas, España tiene mucho que ganar y poco que perder.
Aunque al final del camino no hay una Constitución como tal, los
indicios son que habrá un tratado que sirva para llevar a la UE a la
siguiente etapa.
En Cuba, las llamadas de cautela se basan en la precariedad de la
situación derivada de la enfermedad de Castro y el apuntalamiento de la
economía cubana gracias a la ayuda de Venezuela. Permanecer en congelada
expectativa envía un mensaje equívoco y ambivalente al liderazgo actual.
Ni Cuba ha indicado que no ha pasado nada ni que se haya producido un
cambio que obligue a España a cambiar de marcha radicalmente. Debe, por
lo tanto, reforzar la línea correctiva iniciada en el 2005, con la nueva
actitud pactada en la UE.
Ningún actor con un mínimo de influencia en América Latina puede
permitirse el lujo de mantenerse pasivo ante la oleada selectiva de
populismo y la presión ejercida por Venezuela mediante su agresiva
política petrolera. En cualquier momento, el régimen de Chávez puede
verse en dificultades internas y externas, lo cual tendrá unas
consecuencias en cuanto a la posición internacional de Cuba, o al menos
en lo que se refiere a su contexto latinoamericano.
En Europa, España debe reforzar su ofrecimiento de que si antes España
era ''el problema y Europa la solución'', ahora (reescribiendo a
Ortega), ''Europa es el problema y España es la solución''. En Cuba,
España no puede renunciar a su doble presencia, manteniendo la
comunicación con la Cuba oficial y con la Cuba real.
Tras el desastre de 1898 la inmigración masiva constituyó precisamente
la inmediata reconexión de la España real con la antigua colonia. La
España oficial certificó esta apuesta. A pesar de los numerosos cambios
de gobiernos y de regímenes, la España oficial y la Cuba oficial nunca
cortaron los vínculos. Fueron, dentro de sus limitaciones y diferencias,
respetuosas de la España real y la Cuba real.
Es ahora más necesario que nunca el reforzamiento de los vínculos de
España con ambas dimensiones de Cuba. Descartada la táctica del
contraproducente acoso y derribo, que solamente conseguiría el refuerzo
de la dictadura en La Habana, mantenerse al margen sería el preludio del
mismo lamento tras el 98: ``más se perdió en Cuba''.
En Europa, cualquiera que sea el desenlace con respecto al texto
constitucional, España no se puede permitir la ligereza de la inercia, y
mucho menos de verse señalada como obstáculo. Debe dar una llamada
inequívoca de que España no fue parte del problema.
jroy@Miami.edu
Catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la
Universidad de Miami.
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