Una extraña política exterior
FERNANDO DÁMASO, La Habana | Octubre 01, 2014
La política exterior del Gobierno cubano, que se comprometió al inicio
con la democracia y la libertad, pronto dio muestras de su tendencia a
aliarse con regímenes autoritarios cuando convenía a sus intereses.
Desde los primeros meses de 1959 mantuvo estrechas relaciones económicas
y un trato político cuidadoso con el franquismo, aunque públicamente
permitía que se le criticara. En el caso de América latina, se inmiscuyó
en los asuntos internos de los países menos afines y dio su apoyo
político y logístico a las guerrillas locales, con el objetivo de
debilitar la influencia de Estados Unidos en la región. Derrotados y
fracasados la mayoría de los intentos, al no recibir el esperado apoyo
popular, se interesó por los países africanos, donde envió asesores
militares y hasta tropas regulares desde Cuba.
Las aventuras africanas fueron financiadas por la Unión Soviética en
nombre del "internacionalismo proletario" y con el objetivo de
consolidar la influencia socialista en el continente. Durante más de
treinta años y aunque dañara su prestigio, Cuba apoyó incondicionalmente
la política soviética en los foros internacionales, incluso cuando Moscú
intervino militarmente en Checoslovaquia en 1968 para liquidar la
Primavera de Praga o cuando invadió Afganistán once años después.
Todo lo que hicieran los "amigos" y los amigos de los "amigos" recibía
apoyo inmediato, y todo lo que hiciera el "enemigo histórico" –Estados
Unidos– y los amigos del "enemigo" era censurado. En cumplimiento de
este irracional principio, se incrementó el apoyo a los gobiernos
dictatoriales o totalitarios de Asia, África y hasta a algunos de
América Latina. En este contexto se ubica la extraña alianza entre Cuba
y Argentina entre 1976 y 1983 cuando los militares estaban en el poder
en Buenos Aires. La politóloga especializada en temas relacionados con
Cuba, Kezia McKeague, lo explica en el número 50 del boletín del Centro
para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CEDAL).
"Si bien sus relaciones no siempre fueron óptimas, a pesar de sus
conspicuas diferencias ideológicas ambos gobiernos se acercaron en lo
relativo a la sensible cuestión de los derechos humanos y establecieron
un apoyo mutuo, para impedir que las violaciones a los derechos humanos
en ambos países fueran consideradas en las Naciones Unidas,
específicamente en la Comisión", escribe Kezia McKeague. El entonces
embajador de la dictadura argentina en Ginebra, Gabriel Martínez,
describe esta relación como "óptima" y "extremadamente cercana",
añadiendo: "Los cubanos siempre, siempre nos apoyaron, y nosotros los
apoyamos a ellos". Como en estos años Cuba presidió el movimiento de los
Países No Alineados, jugó también un rol importante en la defensa que
esta organización hizo del régimen argentino, además de servir de
"interlocutor" entre la delegación de Buenos Aires y las de Europa del Este.
En esos años, Argentina buscaba apoyos para su reclamación sobre las
Islas Malvinas, y tanto ella como Cuba necesitaban impedir que el tema
de las violaciones a los derechos humanos fuera llevado a la Comisión de
las Naciones Unidas: he aquí la razón de esta extraña relación que,
obviando la ideología y los principios tantas veces proclamados,
respondió a simples intereses coyunturales.
En años posteriores, la política exterior cubana ha mantenido el mismo
derrotero, introduciendo además la práctica de la "solidaridad",
mediante el ofrecimiento y envío de especialistas de la salud,
educación, deportes y otros, así como otorgando becas para estudiar en
Cuba, recibiendo en pago apoyo político en los foros internacionales.
Mientras en América Latina trata de consolidar un frente común contra
Estados Unidos, independientemente de las diferencias ideológicas,
políticas y económicas de los países que lo conforman –la CELAC
constituye el principal instrumento–, en el plano internacional continúa
manteniendo estrechas relaciones con gobiernos dictatoriales y
movimientos extremistas, brindándoles su apoyo irrestricto: la dinastía
que gobierna Corea del Norte, algunos países africanos con regímenes
unipersonales de larga data, el régimen "familiar" de Siria, el
totalitario de Bielorrusia o el movimiento islámico palestino Hamas.
Si damos seguimiento a lo que se publica en Cuba, nuestro Gobierno y sus
representantes en los organismos internacionales siempre parten de
principios de carácter ideológico en el momento de votar: apoyan a Rusia
en la anexión de Crimea y condenan a Ucrania por tratar de defender su
integridad territorial; condenan a Israel por bombardear el territorio
palestino pero no dicen una palabra sobre los ataques palestinos a
Israel; simpatizan con los terroristas de Hamas y los califican de
patriotas y luchadores por la libertad, mientras acusan a los hebreos de
genocidas; se oponen al bombardeo del denominado Estado Islámico;
aplauden los cambios en las Constituciones de los países "hermanos",
donde sus presidentes, embriagados por el disfrute del poder, aspiran a
reelegirse indefinidamente; no ocultan su simpatía por las guerrillas
colombianas y, en definitiva, están en contra de quienes los cuestionan
y critican, aunque sea respetuosamente, y a favor de quienes los aceptan
y aplauden incondicionalmente.
Aunque es innegable que, en los últimos tiempos, el gobierno cubano ha
mantenido una política exterior más pragmática, logrando establecer
relaciones normales con países con diferentes regímenes políticos,
económicos y sociales, abandonando las costosas e improductivas
aventuras militares extraterritoriales, no ha sido capaz todavía de
elaborar una política seria y viable de normalización de sus relaciones
con su principal vecino, Estados Unidos. Esta constituye, sin lugar a
dudas, su principal asignatura pendiente en política exterior.
Source: Una extraña política exterior -
http://www.14ymedio.com/nacional/cuba-Politica_exterior_0_1643835608.html
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