Cultura de la agresividad
Aimée Cabrera
LA HABANA, Cuba - octubre (www.cubanet.org) - El cubano es un ser 
comunicativo, campechano, dado a la risa, el choteo y solidario en la 
adversidad.
Sin embargo, en los últimos tiempos resalta una predisposición colectiva 
a la agresividad injustificada. Continuamente y por todo en el país 
abundan las discusiones y broncas callejeras.
Hay quienes achacan el fenómeno a los problemas que agobian al ciudadano 
quien, por más que se esfuerce, no logra la estabilidad ni la felicidad, 
asuntos peliagudos, por demás.
No existe un prototipo para el agresivo. Puede tener cualquier edad, 
sexo, raza. La gente anda como al acecho, en guardia, presta a saltar 
como fiera ante la más mínima frase o gesto de un supuesto "contrincante".
La esquina de 23 y P, en la Rampa, en el Vedado, era una zona tranquila 
rodeada de ministerios, oficinas y guarderías. Hasta allí ha llegado la 
violencia.
Una mañana de septiembre un sordomudo se ha apoderado de un tramo de la 
calle 23 para cobrar el parqueo. Un chofer lo increpa, se van a las 
manos y al momento tienen que salir dos hombres a separarlos.
La misma mañana presencié algo parecido en el semáforo de las calles 
Calzada y O, también, también en el Vedado. Dos hombres que arrastraban 
una carretilla llena de sacos con depósitos reciclables vieron cómo se 
desmoronaba su torre de botellas y latas, debido a que una rueda del 
carricoche se soltó y salió disparada. Por unos minutos quedó 
obstaculizado el tránsito por el reguero de pomos y ellos inmediatamente 
se entraron a golpes. Los chóferes y clientes del garaje los miraban 
atónitos, mientras una señora que caminaba con su pequeña mascota 
exclamó: "¡qué violencia!".
Hechos como este se repiten continuamente en el país. Hace unos meses, 
en el barrio de Cayo Hueso, dos adolescentes vecinos se disputaron el 
amor de una chica a la que conocían de años, el perdedor asesinó a su 
rival por la espalda, en presencia del resto de sus compañeros durante 
un juego de dominó.
Algunos prefieren ignorar la violencia y no responder, como un hombre 
que preguntó algo en mi presencia a una dependienta de la tienda del 
edificio Focsa. A la empleada no le gustó la pregunta y le respondió de 
forma violenta y agresiva; el cliente, a pesar de tener la razón ignoró 
la grosería y se marchó.
Estos casos son los menos, la mayoría de las personas responde a la 
violencia con más violencia. Para muchos la calle está cada día "más 
mala" y este fatalismo parece explicar el aumento de la violencia entre 
los cubanos y sus nefastas secuelas que a veces conducen a la muerte
 
 
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