MANUEL VAZQUEZ PORTAL
Publicado el domingo 28 de octubre del 2007
En Vilnius hacía frío. Quizás en Morón, sin otoños, el verano se 
empecinaba en su calidez eterna. Pero yo estaba lejos de la Laguna de la 
Leche y la calle Agramonte. Bajaba de un avión en tierra ajena con Cuba 
en la garganta. Lloviznaba en Lituania. La tarde era de un plomo 
milenario. Convocaba la ciudad como a tristezas. Quizás era yo el 
triste, pero siempre estoy triste. No puedo evitarlo. Soy de los que aún 
la patria le duele. Llegué para hablar de otras melancolías, de otras 
cuitas, otros amores. Menos románticos. Más abrumadores. Fui para decir 
de hambres --de estómago y espíritu--, represiones y presos.
Tan lejos del Caribe pintaría a mi país para que lo vieran, navegando 
como al pairo en un mar de aflicciones, bajo la mano temible de un 
timonel al borde del sarcófago. No estaba seguro de que me entendieran. 
Pero no cejaría. Mi faena es dibujarlo con su rostro verdadero. Pasearlo 
de mi brazo sin afeites. Mostrarlo en toda su hermosura destrozada. No 
soy yo el culpable. Que se avergüencen quienes lo envilecen, lo ultrajan.
Me invitó el Instituto Republicano Internacional. Allí se celebraba, 
entre el 18 y el 19 de octubre, el Foro Báltico de Trabajo sobre Cuba. 
Otra tribuna que me brindaban. No podía callar. Y conté sobre el 
silencio a que obligan a mi pueblo. Sobre la persecución a que someten a 
quienes se oponen. Sobre la pobreza que anega los poblados, las casas, 
las sonrisas. Sobre la ausencia de resquicios legales que permitan la 
libre asociación, la palabra libre, la libre elección. Sobre la 
imposibilidad de ir al mundo, conocerlo, y volver sin tener que morirse 
bajo el sol sobre una frágil balsa que te saca para siempre. Sobre la 
impasible terquedad de que nadie sea dueño siquiera de sí mismo. Sobre 
un exilio inmenso, nostálgico y patriótico. Sobre una disidencia heroica 
y sin zapatos. Sobre unos presos cuyo único crimen es amar la democracia 
y la prosperidad.
Y me entendieron. Unos con el cerebro. Los más con el alma. Me hallaba 
en tierra de viejos sufrimientos similares a los míos. No hacía falta un 
idioma local: ya checo, estonio, ruso o lituano; hablaban los recuerdos, 
las penurias, los dolores pasados por ellos y aún vigentes en nosotros. 
Había una comunión de esperanzas, una reunión de sueños porque Cuba 
tuviera lo que ellos, al fin, disfrutan.
Y me entendieron, aún mejor, cuando el viernes 19, a las 10 y 20 minutos 
de la mañana, la dulce voz de Rasa Alisauskiene, de la Organización 
Báltica de encuestas Gallup, presentó el sondeo realizado en Cuba, a 
petición del Instituto Republicano Internacional, entre el 5 de 
septiembre y el 4 de octubre de 2007, donde el pueblo cubano contaba, en 
las gélidas barras de cifras imparciales, el horror de sus vidas hecho 
dígitos y clamaba en un 32.1 por ciento por una sociedad democrática, o 
en un 73.9 por ciento por participar con su voto en la designación de un 
nuevo gobernante.
Pero la mejor prueba de que me habían entendido la dieron en sus 
palabras la europarlamentaria lituana Laima Andrikiené, el miembro del 
Parlamento de Estonia Mart Laar y el miembro del Parlamento Húngaro 
Janos Horvát cuando, sin edulcoramientos ni remilgos, pidieron una 
posición común para apoyar a Cuba en su afán, y su necesidad, de 
alcanzar la democracia.
Y entonces no supe cómo agradecer al Instituto Republicano 
Internacional, al Instituto de Relaciones Internacionales y Ciencias 
Políticas de la Universidad de Vilnius y al Centro de Estudios de Europa 
del Este que me hubieran permitido contar sobre Cuba y otras 
melancolías, me hubieran ensanchado las esperanzas en el futuro de mi 
país con sus experiencias y me hubieran dotado de nuevas estrategias 
para enfrentar los retos que ellos ya vencieron.
No comments:
Post a Comment