Jueves, Diciembre 29, 2011 | Por Orlando Freire Santana
LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -La historiografía cubana ha 
contado con autores serios, los cuales, con independencia de sus 
inclinaciones ideológicas, han brindado una visión del pasado lo más 
objetiva posible. Entre ellos podemos citar a Herminio Portell Vilá, 
Manuel Moreno Fraginals, Emilio Roig, Ramiro Guerra y Julio Le Riverend. 
Por el contrario, existen otros que podríamos calificar como ideólogos 
contemporáneos de la historia de Cuba, ya que nos enfocan el pasado con 
suma parcialidad, tal y como le conviene al presente castrista. Serían 
los casos, por ejemplo, de Mildred de la Torre, Enrique Ubieta y Rolando 
Rodríguez.
Rolando Rodríguez es un autor que muestra claramente sus preferencias y 
detracciones. Se siente atraído por la figura de Carlos Manuel de 
Céspedes, y no pierde ocasión para injuriar a Tomás Estrada Palma. Con 
respecto a este último, lo único importante para el historiador es que 
Estrada Palma propiciara la intervención militar de Estados Unidos en la 
isla. Casi nada expresa acerca de la honradez y el respeto por la cosa 
pública que caracterizaron al gobierno del sustituto de Martí en la 
dirección del Partido Revolucionario Cubano.
Por supuesto que nada tendríamos que objetar al cespedismo de Rolando 
Rodríguez. Todos los cubanos sentimos admiración por el Padre de la 
Patria. El problema consiste en que Rodríguez acompaña su enaltecimiento 
con consideraciones que son susceptibles de generar una disputa. En su 
texto La forja de una nación, Rodríguez afirma que "la creación de la 
Cámara de Representantes por la Asamblea de Guáimaro, en 1869, fue un 
artificio institucional que entorpeció la lucha de los cubanos por su 
independencia". Sabemos que fue precisamente ese órgano legislativo el 
que decretó la sustitución de Céspedes como presidente de la República 
en Armas.
En realidad existe una amplia polémica histórica sobre la labor de la 
Cámara de Representantes en esa primera contienda independentista. Son 
muchos los que opinan— me cuento entre ellos— que la Cámara constituyó 
una muestra del carácter civilista y democrático de aquellos cubanos, 
los cuales deseaban evitar los gobiernos dictatoriales que ya se 
apreciaban en otras naciones latinoamericanas que habían accedido a la 
independencia. Otros analistas, en cambio, creen que el momento solo era 
propicio para el accionar de las armas y no para discusiones estériles.
Sin embargo, al evaluar de quién se trata, no es difícil concebir que en 
esta ocasión al historiador lo anima fundamentalmente la interacción 
pasado-presente. Es casi seguro que Rolando Rodríguez vea con buenos 
ojos el funcionamiento de la Asamblea Nacional del Poder Popular en 
Cuba, donde la no separación de poderes hace que los diputados compartan 
el local de deliberaciones con Raúl Castro y el resto de los miembros 
del poder ejecutivo, y de esa forma cumplan la misión de aprobar 
dócilmente las decisiones emanadas del Poder. Entonces, claro está, ¿qué 
importancia podría otorgarle Rolando Rodríguez a un órgano legislativo 
que sí ponía frenos a los poderes de un gobernante?
Para los cubanos amantes de la democracia, la Cámara de Representantes 
de Guáimaro es un antecedente de los órganos legislativos que brotaron 
de las Constituciones de 1901 y 1940, y será un punto de referencia en 
el momento en que establezcamos el Estado de Derecho.
http://www.cubanet.org/articulos/el-artificio-del-historiador-rolando-rodriguez/
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