2007-03-02.
Alejandro Tur Valladares, Periodista Independiente, Jagua Press
Esta tarde supe que la habían botado del trabajo. Cuando llegué de la
calle me recibió con la noticia. Extrañamente no hallé resentimiento en
sus palabras. Mientras me contaba los detalles del despido, la paz que
irradiaban sus ojos me fue convenciendo, que por más intentos que hagan
los que odian por romper la armonía de su espíritu, fracasarán.
Yolanda no sabe de política. Su universo se limita al entorno del hogar,
a resolver las dos comidas diarias, a suplir como se pueda las carestías
que el desabastecimiento crónico que imperan en la patria se afana en
perpetuar. A aliviar con sus caricias las heridas que la lucha desigual
que libramos lo hombres de bien contra la dictadura, me han ido dejando.
Pero había que mandar un mensaje. A pesar de los actos de terror
sufridos por toda la familia; yo, su compañero, sigo empecinado en
denunciar los abusos y arbitrariedades que el régimen comete a diario.
Los verdugos ya habían probado con todo; registros, detenciones,
chantajes, actos de repudio, coacción. Ahora le tocó el turno a la
asfixia económica.
Ella era el sustento económico del hogar; osa triste, porque lo correcto
es que sea el hombre el soporte de la familia. Más la infame condición a
que son relegados los que se rebelan contra el orden injusto, me impide
cumplir con esa obligación. El empleo me es negado; para acceder a él
hay que estar integrado a las organizaciones gubernamentales. Sólo
cuando soy detenido por la policía política se me ofrece trabajo, y eso,
por ver si claudico.
En cierta ocasión un represo le insinuó que me abandonara. Como movida
por un resorte inviable la indignación avocó a sus labios. Sin pensarlo
dos veces ni calcular las consecuencias le respondió enfadada a su
interlocutor; ¡Está muy equivocado, mi esposo es un hombre bueno y
honrado y nada de lo que hace me avergüenza!
Ella nunca se queja, siquiera ahora. Está hecha de esa rara materia con
que están formados los ángeles. Quizás por ello conozca las leyes de
Dios y tenga por seguro que Él nunca nos abandona.
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