2007-03-29.
Pedro Álvarez Peña
Fuimos un grupo de estudiantes cubanos con una suerte inmensa o será
otra cosa. A pesar de todo lo que traíamos en las mochilas castristas
tuvimos la dicha de vivir los tiempos de la Perestroika y el Glasnost en
la antigua Unión Soviética. Este aire democrático cambiaría para siempre
nuestras vidas. Tanto fue así que de nuestro grupo de siete estudiantes
ninguno regresó a Cuba.
*****
Para que no pase más tiempo les daré la imagen que recogimos al llegar a
la gran patria de los Soviets. Es importante pues por cada día que
vivimos allí los cambios fueron aumentando como una bola de nieve
exponencialmente. También recalcando que ya el proceso estaba en marcha
a nuestra llegada por lo que algunas vetas inesperadas contrastaban con
el ordenado brodio en forma de cuadrilátero que ocupaba los espacios.
Como una especie de penitencia colectiva se mostraba la sociedad. Es
posible que ya muchas mentes estaban preparadas y aptas para el cambio
empero la apariencia externa de las personas compaginaba ciento por
ciento con la sequedad, grisácea del ambiente donde no había muchos
colores. El rojo de las pancartas rimaba mal en este entorno dando el
toque final de imposición y ordenanza.
Algunas diferencias se notaban con Cuba sin embargo para mi la mayoría
estaban dadas por factores lógicos como la posición geográfica, la
cantidad de años con el régimen y la idiosincrasia de los rusos. Nada
pude ver de la maravilla de sistema que nos habían pintado en los
pupitres cubanos. Para colmo circulaban por las calles los mismos
automóviles. Mayormente tres tipos: Lada, Moskovich y Volga. Los mismos
ómnibus: Ikarus. Estaban los mismos teléfonos que en La Habana. La caja
gris fea esa.
Bueno si había más comida en la tienda y no hacia falta la tarjeta de
abastecimiento aunque pronto vendrían los talones para el azúcar y el
alcohol, desaparecería el arroz y el pollo y las colas aumentarían en
tamaño. No crean que esto último fue solo un fenómeno de la
Perestroika. Supimos bastante rápido que el sistema de talones y cupones
siempre había existido en la Unión Soviética. En aldeas y pueblos del
interior del país los ciudadanos estaban adaptados a estas regulaciones.
Existían lugares especiales para que determinadas personas pudieran
comprar ciertas cosas que para el pueblo eran in adquiribles. Existían
tiendas para extranjeros "Birioshhka" (Abedules) donde por supuesto no
éramos bienvenidos con rublos. También había tiendas especiales de
pedidos, allí compraban veteranos de guerra y héroes de diferentes
medallas y chapillas. En otros lugares más escondidos podían personas
del partido y especialistas por ejemplo: Doctores de las universidades,
científicos de institutos secretos y miembros de los órganos de
seguridad hacer compras exquisitas a precios subvencionados.
Es decir algunos pocos están mejor que otros y no siempre los meritos o
el prestigio lo recibían del sudor de la frente sino con el ejercicio de
la lengua y por sangre de nobleza burócrata. La población era regulada
por parámetros con no muchas fluctuaciones. Por ejemplo los salarios; la
mayoría de la población tenia un salario que variaba entre un límite
menor y mayor donde el diapasón no era muy largo. Nos sentimos hasta
mal cuando supimos que nuestro estipendio de 90 rublos mensuales era más
que lo que ganaba una enfermera de un hospital.
Algunas cosas destacaban como la posición de la mujer en la sociedad. A
los pocos días de llegar vimos a unas viejitas, si tenían más de 50
años, dando pico y pala en la calle, sacando y poniendo adoquines.
Perplejos nos preguntábamos que era eso. Nos explicaron que esto venia
del tiempo de la Gran Guerra Patria, como se conoce la Segunda Guerra
Mundial en Rusia, pues las mujeres tuvieron que ejercer otras tareas
cuado los hombre se fueron al frente. Sin embargo parece que esto se fue
a grado superlativo. Como nos comentaba un señor amigo nuestro que
siempre iba a vernos y conversaba con nosotros cuando jugábamos fútbol
por las tardes. El hecho de estar alcoholizado tal vez influyera en sus
palabras pero nos decía: "Cubanitos, no dejen que las mujeres en Cuba
hagan con ustedes lo que han hecho las soviéticas aquí en el país" y
continuaba: "No somos nada, no decidimos nada". Indiscutiblemente la
mujer soviética era independiente y resuelta, de resolver.
Otra cosa interesante era la vivienda. El estado soviético construía por
todos lados pero para tener un apartamento había que hacer colas de por
años y si ya te habían dado uno era muy difícil obtener otro o cambiar
pues no importaban si la situación familiar era diferente; otros
mecanismos ocultos manejaban ese mercado. Existía un sistema de
inscripción a domicilio muy avanzado. Tenías que estar registrado en una
dirección y era muy difícil por ejemplo dormir en otro lugar.
Experimentamos esto varias veces cuando intentábamos dormir con nuestras
novias en otra residencia estudiantil. Por las noches pasaban razias
pidiendo documentos.
En nuestra residencia estudiantil, como en otras, había una comandanta,
una especie de ama de llaves o jefa del lugar. Algunos negocios
ilícitos tenían lugar pues no Vivian solo estudiantes en el albergue.
Por cierto el alquiler, en contraste era muy barato, dos rublos al mes.
Es decir 2,2 por ciento de nuestro estipendio.
Y los ciudadanos estaban muy descontentos. Rápidamente hicimos amistad
con varios alumnos y lo que escuchábamos no era agradable. Muchos habían
perdido el miedo y hablaban abiertamente de todos los problemas como
estos de la vivienda o de que no podían hace cosas por no tener dinero.
También los profesores mostraban estas facetas. Nunca olvidaré al
profesor de la cátedra de Física electrónica que sería mi mentor en el
trabajo científico. El primer día que me encontré con él y me presenté y
eso estuvimos hablando largo rato. Trabajaríamos con un cañón de
partículas para bombardear con diferentes núcleos las superficies de
determinados materiales. El objetivo era estudiar las superficies y su
comportamiento.
Después de mostrarme el equipo y hablar un poco de la teoría entramos en
materia de cosas personales y me preguntó de Cuba. Yo le argumenté un
poco de descontento, al momento cordialmente trate de aliviar la
conversación halagando un poco a los rusos. Le dije algo por el estilo
de: "Ustedes al menos van al cosmos".
Entonces vino la ducha fría o para mi más bien caliente de mi tutor:
"Para que vamos al cosmos sino tenemos zapatos". Estuvimos riéndonos de
buena manera cuando estiró su pierna y la puso sobre el cañón de
partículas. Me señalaba con su índice la suela izquierda del su calzado
que se había desprendido bastante del resto. El dedo pequeño asomaba
haciéndome un guiño por el hueco de los mocasines negros desteñidos del
Doctor en Física.
Cosas como esa ocurrían a cada día de nuestro andar por la tierra madre
del comunismo. Se respiraba un aire de estancamiento. Los ómnibus nuevos
eran una copia de los de hace veinte años. Un vez montamos en uno que no
podía tener más de dos días de estrenado. Los asientos, las ventanas
todo era igualito que los otras guaguas que circulaban. Lo único que
este era brillante de nuevo, la pintura, por cierto del mismo color
anaranjado, estaba reluciente.
En la televisión siempre utilizaban el adjetivo nuestro. Nuestros
atletas, nuestras empresas. Se transmitía el pensamiento colectivo por
encima de cualquier cosa. No ponían películas americanas. En los cines
algunas, muy pocas. No había subtítulos, doblaban los filmes y en el
anfiteatro un hombre o mujer narraba la trama en vivo.
Indudablemente había más desarrollo que en Cuba, pensemos en que eran
setenta años de sistema, sin embargo esa palabra debería estar adornada
por el colectivismo y desgraciadamente no para el bien de todos. El país
como se reconociera durante estos años se encontraba en un periodo de
estancamiento e inmovilidad. Los músculos de la maquinaria comunista se
habían atrofiado por no trabajar con inteligencia y no dejar al hombre
libre tomar las decisiones del diario, del quehacer cotidiano.
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