Oscar Mario González
LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - La ventolera de la pasada 
temporada ciclónica representada por el triangulo de muerte y 
destrucción de los huracanes Gustav, Ike y Paloma, arrasó con muchas 
cosas, entre ellas con el pan con timba: pan común y corriente con dulce 
de guayaba en barra adentro.
A más de tres meses de la destrucción ocasionada por los huracanes, el 
ciudadano no sólo echa de menos el plátano, la naranja y el mamey, sino 
también el pedazo de pan con timba que le acompañó siempre. Primero, 
durante la colonia, luego en la república, y finalmente en esta etapa de 
totalitarismo a la criolla.
En la desaparición de tan estimado colaborador alimenticio nada ha 
tenido que ver el pan, pues sigue vendiéndose por la libreta de 
racionamiento a razón de cinco centavos la unidad de 80 gramos, o a un 
peso si se adquiere fuera de la cartilla reguladora. El asunto tiene que 
ver con el dulce de guayaba en barra, que prácticamente ha desparecido 
del mercado.
La barra de dulce de guayaba, antes de los vendavales, se compraba en el 
agro mercado y su oferta corría a cargo de particulares. Los precios, 
proporcionales al tamaño de la barra, iban desde 2 pesos 50 centavos las 
más pequeñas, hasta 10 las de mayor tamaño. Pero el huracán, cuya 
inclemencia barre con todo lo que encuentra a su paso sin reparar en 
preferencias y apetencias de nadie, no dejó un guayabal sano ni un 
guayabo sobre la tierra.
Como van las cosas, el cubano de a pie tendrá que aconsejar al estómago 
que se olvide por un tiempito del delicioso alimento y se resigne a la 
única oferta al alcance de su bolsillo: el pan con azúcar prieta. La 
guayaba necesita tiempo de cosecha. No es el caso del boniato, que cada 
dos o tres meses brota de la bejuquera.
Otra opción sería la compra de una barra de medio kilogramo al precio de 
1,50 pesos convertibles, equivalentes a 36 pesos cubanos. Pero el 
bolsillo del trabajador normal con bajo nivel de "invento" no puede 
darse tal lujo y ello hace más difícil y desconsoladora su nostalgia.
El pan con timba siempre ha sido un fiel aliado del cubano más pobre. Al 
precio de un centavo el segmento rectangular de un centímetro de 
espesor, y dos centavos el panecillo de mantequilla crujiente formaba, 
antes de l959, un binomio rico en calorías y exquisito al paladar. 
Algunos lo preferían con la inserción del pedazo de guayaba entre dos 
galletas de soda. La combinación, ya fuera en una u otra variante, no 
sólo era preferida por los más pobres, sino que resultaba atractiva para 
casi todos los gustos. No poca gente fina de clase media o de "medio 
pelo" también gustaba de la combinación.
Actualmente son muy pocas las opciones alimentarias que satisfacen la 
doble condición de ser baratas y gratas al paladar.  El pan con timba 
tiene ambas virtudes siempre que usted no se lance a comprar el pan en 
la panadería de moneda fuerte, o la barra en una de esas tiendas de 
divisas. Entonces tendría que pagar un ojo de la cara.
El gobierno no se atreve a informar en qué fecha retornará la barra de 
guayaba, limitándose a decir que "volverá". Pero como en otras ocasiones 
ha prometido retornos que nunca volvieron, la gente enfatiza aquello de 
"ver para creer". Mientras tanto, no puede evitar una profunda nostalgia 
por el pan con timba.
 
 
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