Al hablar del Muro, lo hacemos de un modo real y simbólico al mismo 
tiempo. Fue la barrera física que separaba libertad y comunismo, pero 
también un dique ideológico que impedía ver lo que sucedía en la enorme 
extensión del Imperio soviético. En su primera acepción, el Muro cayó y 
está disperso en trocitos como éste que uno tiene aquí delante, con su 
correspondiente certificado de autenticidad.
Pero el otro, el que rebasa Berlín, atraviesa el Atlántico, llega al 
Caribe y se interpone entre Cuba y la democracia, ése sigue en pie. Su 
constructor es pariente directo de los sátrapas que fueron cayendo en 
Europa en aquellos años prodigiosos que ahora celebramos, y aún así goza 
en ciertos medios de una tolerancia sorprendente.
A los pecados capitales del castrismo se unió en los últimos tiempos un 
rasgo inédito en la mayoría de los regímenes del bloque comunista: el 
carácter hereditario del poder. Todo queda en la familia. No es un 
partido único, sino la familia única la titular de todas las soberanías. 
Al ocaso del mito comunista se añade la apropiación familiar del país, 
pero la devoción de los incondicionales permanece intacta.
Esta defensa del Muro cubano quizá no tenga una explicación relacionada 
con el compromiso marxista. No se está con Fidel por lo que hace, sino 
por estar en contra de quién está. El antiamericanismo visceral hace que 
algunos abracen sin más causas inicuas, por el mero hecho de enarbolar 
el odio eterno a los nuevos romanos. Castro o Chávez son buenos porque 
son enemigos de los Estados Unidos.
Fue muy similar la reacción que hizo que, durante muchos años, los 
abusos del comunismo protegido por el Muro de Berlín se considerasen 
travesuras. ¡Los americanos eran peores! La crítica abierta a la 
dictaduras del otro lado del telón de acero se consideraba un favor al 
detestado yanki, algo que la propaganda soviética supo utilizar con 
simpar maestría.
De haber sido por la opinión progresista y liberal de occidente, la 
cerca seguiría en pie. Pero ese márquetin de las dictaduras no era 
eficaz dentro porque los habitantes de la RDA, Hungría o Rusia sabían lo 
que estaba pasando; nadie les podía convencer de que su opresión de 
siempre y sus penurias cotidianas eran producto de informaciones 
propagadas por la CIA.
Con el castrismo ocurre otro tanto. Es suficiente con que se enfrente a 
Washington. A partir de ahí, la disidencia es traidora y cualquier idea 
democratizadora, una conjura contra los avances del régimen. En el caso 
de España, hay en esta cobertura que se presta al Muro cubano una clara 
reminiscencia franquista que tal vez haya quedado en el subconsciente 
colectivo.
¿Acaso no se parecen los complós anti-cubanos que sirven de excusa a los 
Castro a los famosos contubernios judeo-masónicos? ¿No razonan igual que 
los franquistas esos defensores del comunismo caribeño que disculpan la 
carencia de libertad, diciendo que allá existe una buena sanidad pública 
y una excelente educación?
Ese trozo de Muro instalado en el Malecón de La Habana está construido 
con los mismos materiales que el original. Pervive porque en muchos 
predomina ese rencor irracional hacia todo lo norteamericano, y una 
visión etnológica del castrismo. Sí, el régimen cubano como una 
curiosidad que se visita y analiza como quien va a un zoológico a 
contemplar especies peligrosas, pero enjauladas. Lo malo es que, en este 
caso, en la jaula hay gente.
CLRODRIGUEZ@ELCORREOGALLEGO.ES
Opinión » Firmas | El Muro de Cuba | El Correo Gallego - Diario de la 
Capital de Galicia (10 November 2009)
http://www.elcorreogallego.es/opinion/firmas/ecg/muro-cuba/idEdicion-2009-11-10/idNoticia-485671/
No comments:
Post a Comment