De la justicia al sainete
By ALEJANDRO ARMENGOL
Todo emigrante que sale de su país, con la esperanza de lograr fuera lo
que no ha conseguido en su patria, debe descubrir que siempre queda algo
más allá del placer de triunfar, por pequeño y transitorio que este
triunfo sea. Y es intentar que se haga justicia. No como recompensa al
justo, sino como castigo frente a lo mal hecho.
Abandonarlo todo y empezar de nuevo es un acto de reafirmación. Para
muchos cubanos --y quiero creer que este principio se ha mantenido a
través de varias generaciones--, el exilio o la diáspora es tanto un
viaje más allá de las fronteras como un regreso a los principios
fundamentales. En ese recorrido doble debería dejarse a un lado --y si
no ocurre uno debe luchar para lograrlo-- todo lo que quedó atrás y no
servía. A partir del momento de la salida, hay que intentar que
cualquier triunfo futuro no sea obra del engaño.
En Miami esto no resulta fácil. No niego que iguales dificultades se
presenten en cualquier otra ciudad, pero me limito a las que existen
aquí. No sólo porque son las que mejor conozco, sino por la vinculación
única que tienen con la política: un vínculo que acercan a Cuba y Miami.
En ambas orillas es la política --o mejor decir, la conveniencia
política-- lo que determina el éxito. De nuevo tengo que aclarar que es
una visión personal, no por ello deja de ser compartida.
En muchos casos, actuar ''de forma correcta'' en Miami no es regirse por
principios. Es acomodarse a la situación. Conocer las reglas del juego.
No con el fin de cumplirlas. Lo importante es saber cuándo resulta el
momento adecuado para violarlas impunemente.
No se trata de jugar bien. Lo único que se deben conocer son las
trampas. Cuáles son permitidas y cuáles no. En qué momento poner una
zancadilla a otro jugador y en qué momento esquivar que se la pongan a
uno. Saber además cuándo permitirla. El instante adecuado para caerse
antes del golpe.
Siempre queda el dedicarse a la protesta. Pero protestar es una trampa
más, que algunos saben muy bien cómo esquivar. Los que son torpes se
limitan a no protestar. Cuando se cuenta con un mínimo de habilidad, se
entra en el juego de la protesta: hacerlo en el momento adecuado, en que
se ve bien a los que protestan, o escoger los temas sobre los cuales
ésta es saludada con entusiasmo.
El mantener la diferencia entre quienes en Cuba contribuyeron a que
llegaran tantos ganadores y perdedores a esta ciudad --procedentes de la
isla-- alimenta los odios del exilio. También carece de sentido.
Al poco tiempo de vivir en Miami, algunos exiliados comienzan a darse
cuenta de que algo no anda bien. Aquello que al llegar vieron como una
reafirmación comienza a agrietarse. Puede que al principio no se den cuenta.
Si el paso al exilio es un viaje a las antípodas, resulta lógico que los
que allá estaban arriba aquí estén abajo. Que los triunfadores en el
otro extremo sean los fracasados en éste. Que quienes alimentaron el
error ahora sufran las consecuencias.
Acabar con el castrismo parecer ser la razón de existir de Miami. Al
menos, eso es lo que se escucha y lee por todas partes. Sin embargo, hay
otra realidad. Que no se dice a diario, pero tampoco se oculta.
Antes todo resultaba más sencillo y breve. Si desertaba un funcionario
del régimen, su figura aparecía en los noticieros y las páginas de los
diarios. Si llegaba un preso político más, sólo se enteraban los
familiares. Si el inmigrante era alguien que se había negado a militar
en las filas del Partido Comunista --y a desempeñar cargos importantes
en el gobierno--, las posibilidades de encontrar empleo dependían de su
suerte. Si se trataba de un funcionario más o menos importante, lo más
probable era que al poco tiempo contara con las relaciones suficientes
para procurarse un buen salario. Si un general daba el brinco, tenía
garantizada una recompensa económica, otorgada por el gobierno de Ronald
Reagan. El mayor anticomunista del mundo parecía dedicarse a premiar a
los equivocados e ignorar a los justos.
Razonar de esta manera ha traído frustración e ira a muchos en Miami,
que todavía transitan entre justificar su fracaso o desidia con
argumentos de este tipo o aferrarse a la intransigencia para rechazar
por igual al funcionario y al artista y escritor procedentes de la isla.
Negarse al diálogo y asumir una posición irracional ha ido desgajándose
con el tiempo.
Ahora se ha perdido categoría. Vivimos en la época del sainete. Los
cortesanos, agentes de valor diverso, esposas y amantes de hijos de
figuras importantes, peluqueros, cocineros y hasta recaderos de oficio
múltiple compiten por una noche de fama y fortuna, en la televisión por
cable de las emisoras locales.
La importancia no radica en reconocer si el que llega ha sido o no
funcionario, escritor, general o recadero. Alimentar el resentimiento
resulta una actitud malsana.
No es simplemente argumentar el haber vivido engañado antes de abandonar
el país, y no importa sólo el grado mayor o menor de sinceridad en las
palabras. Quienes se dedican por un tiempo a recriminarse --y a inventar
justificaciones-- siempre despiertan la sospecha de estar buscando un
perdón fácil, que les permita integrarse con rapidez a la sociedad que
hasta ayer habían rechazado.
De lo que se trata --lo realmente importante-- es renunciar a una vida
de engaño. Tratar en lo adelante de avanzar por méritos propios. No
repetir la antigua fórmula de apelar a las palabras convenientes y el
ocultar sentimientos y motivos para escalar posiciones.
Enfrentar este problema, con determinación y sinceridad, por lo general
resulta muy difícil. En parte porque entonces se conoce la farsa en que
se ha convertido la vida en el exilio para muchos. Pero para aquel que
descubre que no vale la pena vivir aferrado a la repetición, escapar ya
no es posible.
El problema es que en Miami muchos no han aprendido el difícil arte de
hacerlo mejor, cuando se tiene una segunda oportunidad.
ALEJANDRO ARMENGOL: De la justicia al sainete - Opinión - El Nuevo
Herald (6 July 2009)
http://www.elnuevoherald.com/opinion/v-fullstory/story/491023.html
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