2009-05-07.
Mileydi Fougstedt
(www.miscelaneasdecuba.net).- Hace unos días me llegó el escrito de más
abajo. He intentado encontrar quién lo escribió pero nadie supo decirme.
De todas formas creo que es un erudito al describir nuestra situación
con tal precisión. Espero que lo disfruten.
"Vivir fuera de Cuba no es jamón. No señor. Lo que sí he aprendido
es que hay varias etapas por las
que se pasa y son más o menos así:
Primera etapa: el obstinamiento.
Todavía estás en Cuba. No tienes claro dónde vas a aterrizar, pero
no importa, siempre que no veas más nunca un camello (autobuses), ni el
verano sin ventilador, ni un apagón... Estás en la cuerda floja: que si
me voy, que si me quedo...
Segunda etapa. Los "combatientes" de inmigración enseñan que todo
puede ser peor...
Maratónica espera: la tarjeta blanca, la liberación profesional, el
pasaporte, la carta de invitación, el giro del dinero...
El acto final: aeropuerto José Martí con tu familia. Ha sido un
camino largo y temes que todavía algo se puede joder. El uniforme de
inmigración aún te hace temblar. Vives momentos de tensión, el guardia
de inmigración estudia de punta a cabo tu pasaporte como en una novela
de espionaje, ¿qué carajo buscará?. Al mismo tiempo, mira 40 veces el
espejo que tienes a tu espalda, será pa´ vacilarte, pa' ver si te haces
caca en los pantalones; sudas copiosamente.
Te pregunta que ¿a dónde vas? ¿por qué te vas? También quiere saber
si vas de visita por tres meses y, claro, si vuelves... "Sí, espérame
sentado", piensas tú en ese momento, pero respondes: "Sí compañero, por
supueeeesto!" Finalmente te pone el cuño. ¡COÑOOOO...!
¡Un momento! ¿Y ahora por qué el avión sale con retraso? Seguro que
es por mí. ¡Usted verá! De seguro alguien se enteró de los 40 "fulas"
que le pagué al director de mi empresa por firmar la carta de
liberación. Bueno, si taita Julián hubiera podido comprar su carta de
libertad por 40 dólares, la historia de Cuba habría sido otra...
Finalmente, el avión levanta vuelo y entonces te vuelve el
alma al cuerpo.
- Pero entonces viene el papelazo, una etapa que empieza en el
avión... en especial para los millones que nunca hemos montado uno ni
hemos salido fuera de Cuba. ¿Cómo se cierra el cinturón? No te atreves a
pedir una Coca-Cola, no vaya a ser que "no te toque" o que la aeromoza
(fuera de Cuba se llaman azafatas) te dé una mala contesta. Aprender a
usar un celular cuesta trabajo pero entender cómo hacer uso de tus
libertades es una labor titánica.
Y, como si fuera poco lo que tienes que asimilar y aprender, te
empiezan a hablar en términos extraños: ¿qué cosa es un seguro, para qué
sirve? ¿Cómo, que tienes que sacar dinero del banco en un cajero
automático? ¿Cómo se usan las tarjetas de crédito? Además, hay que
aprender a usar el teléfono para todo: si vas a visitar a alguien tienes
que llamar, si te vas a demorar, también tienes que llamar... Si te
invitan a comer en una casa, debes llevar flores o una botella de vino,
algún detalle. Encima, al otro día hay que llamar para dar las gracias
por tan agradable velada, aunque la comida te haya dado diarreas. Los
cubanos se vuelven muy susceptibles en el exilio y esperan que les
agradezcas sus gentilezas contigo, lo cual es normal, pero no una vez
sino muchas, muchas veces.
Pero bueno, ¡el mundo es tan lindo! Te deslumbran los autos nuevos,
las mujeres hermosamente arregladas desde la mañana, los hombres de
cuello y corbata, las señoras mayores con sus cabellos engominados y su
perenne olor a flores. ¡Ay, el olor de esta sociedad! ¡Tan distinta a la
peste que respiraba a diario al salir de mi cuartería en La Habana
Vieja. Otra cosa que llama la atención, en esta inmigración (la de allá
era EMIGRACIÓN), aunque no te quieran y te tilden de "recién llegado",
lo que implica que no estás pulido, te tratan con respeto y reconocen
tus derechos.
En fin, la otra etapa es: ¡y ahora a buscar trabajo!
Y "pasaron 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 semanas" (¿se acuerdan de la
canción?) ¡Y na! ¡Ni de sepulturero encuentras un puesto! Después de
todo, estamos en recesión. Por otra parte, aunque esta ciudad es como
una extensión de Cuba, necesitas hablar inglés... Otro factor increíble
es que con el paso del tiempo llegar a conocer la ciudad de arriba
abajo, pero no logras hacer ni un amigo, de los de verdad, de aquellos
que lograbas en Cuba. Entonces te empieza a molestar la soledad y no
hablar tu idioma. ¡Ja! Y ver a dos cubanos enredados en inglés, pasando
trabajo con el vocabulario y con el acentazo que no se les entiende
nada, es como estar viendo una película de Buñuel, juro que sí. ¿Será
que hablar español da cáncer? Por favor, si se enteran de algo al
respecto me lo hacen saber...
¡Y la mente es una cabrona! Poco a poco, te vas a acostumbrando a
lo bueno y a lo "nuevo", y entonces empiezas a recordar a tu barrio, a
la gente jugando dominó, a los negrones diciendo indecencias y hablando
como si tuvieran papas en la boca; recuerdas cuando le podías decir
piropos a las mujeres (aquí eso se considera acoso sexual), o cuando
podías hacerle monerías a los niños en el parque sin que pensaran que
eres un pedófilo. ¡Qué diferente tu gente y tu cultura a la de estos
rubios pragmáticos, sin sangre en las venas! Entonces lo horrible no te
parece tan terrible y añoras un poquito de chusmería y oír a uno
gritando: ¡la galleta, caballero', la galleta! ¿Creerías que cuando me
pongo a pensar en mi Cuba rompo a llorar?
Hay otra etapa caracterizada por la morriña. Esa empieza cuando
conoces a tú único amigo en el exilio: el gorrión. Tarda pero llega
seguro. Además, te das cuenta de que todo lo que brilla no es oro y que
esta sociedad, la de la primera potencia mundial, está plagada de
defectos e injusticias.
Y luego llega un 31 de diciembre y el gorrión se posa en tu hombro:
"¿y qué coño hago yo aquí?" te preguntas. Los recuerdos te acorralan y
te sacan lagrimones. Y si te toca vivir en un estado con nieve, más te
acuerdas del calorcito y las playas de tu país.
Allá sólo querías oír música en inglés y lo del patio era pura
mierda, pero aquí descubres o empiezas a valorar a Lecuona, a Matamoros,
a Cuní... Tu libro de cabecera se llama "¿Dónde está mi Habana?"
Empiezas a coleccionar CDs de Bola, la Bourke, Moraima, y hasta de María
Teresa Vera... y te vas a los conciertos de otroras glorias de Cuba,
como Martha Pérez, Luisa María Güell, Meme Solís, Zenaida Manfugás,
Renée Barrios, todas momias en la actualidad pero que te evocan tu dulce
juventud en la islita caribeña que tanto amas.
En Cuba detestaba todos los dicharachos criollos y me inclinaba
hacia la cultura europea, pero aquí me acuerdo de todo el refraneo
popular cubano, que tanto me diferencian del resto de las culturas
hispanas en este país. Porque ahora uno quiere ser diferente. Es más,
quieres hacerle saber a todos que eres cubano, no latinoamericano ni
hispano, sino CUBANO.
Discutes con los que hablan peste de tu patria. Te fajas con los
comemierdas que dicen que la Salsa no tiene raíces cubanas y que
Varadero no es la playa más hermosa que ojos humanos han visto.
Finalmente, la última etapa es la resignación.
Cuando dos cubanos se conocen, la primera pregunta es: ¿cuánto
tiempo llevas aquí?
Es como si estuvieras en prisión, porque si lo piensas con
sinceridad y te libras de manerismos virtuales es una condena no estar
en tu tierra.
De buenas a primeras te das cuenta de que los que estamos fuera,
necesitamos emocionalmente de los que quedaron allá. Tratamos de
resolver sus problemas mandando dólares, ropa y comida, pero lo que
necesitamos nosotros, ellos no pueden enviarlo por correo: compañerismo,
solidaridad, calor humano.
Y así pasa el tiempo y llega finalmente la esperada primera visita
a Cuba después de haberte ido echando pestes del terruño.
¡Qué desilusión entonces! Toda vez allá, te percatas de que ya no
eres de allí, de que ya no tienes puntos comunes con tu pueblo, que su
realidad no es la tuya, de que la Cuba de tus sueños se esfumó; no
conoces al grupo cubano de moda, no sabes a donde va la ruta 222, ni qué
novela están poniendo en TV o a qué hora comienzan los cines. La Habana
te resulta ajena y, a pesar de lo dicho anteriormente, te sientes más a
gusto en Miami o Nueva York... ¿Qué pasó con tu idealizada patria?
Al segundo día de estar en Cuba, a pesar de la alegría de ver a tu
familia y de compartir con amigos de toda una vida, quisieras volver a
casa, aquí, a tu país imperfecto. ¿Qué pasó con la añoranza de la patria
caribeña? Pues sucede que entonces echas de menos al pragmatismo y
eficiencia de los anglosajones. En realidad, ya no perteneces a ningún
lugar. Como dice la canción: "No eres ni de aquí ni de allá", pero eres
de aquí, no de allá. Ya eres un "cubanoamericano", una carrera muy
larga, a la que se llega por diferentes caminos... Al regreso, en el
aeropuerto José Martí, esta vez no te harán tantas preguntas como cuando
te fuiste definitivamente de allá.
Las preguntas te las harás tú... En fin, toma tiempo y muchas
lágrimas entender cuál es tu verdadero lugar en el mundo, pero el
regreso a la isla te llena de contradicciones y te indica,
irremediablemente te indica, que ya no hay marcha atrás, el resto es
espejismo...
Me sentí retratada y todas las personas a quienes se lo envié expresaron
lo mismo. Este escrito describe con exactitud el sentimiento del
emigrante, en este caso el cubano, pero me atrevo a decir que es la
realidad de todos los que emigran, sobre todo si es en contra de su
voluntad. Yo también me hecho esas preguntas.
También me resigné hace muchos años ya. Este 15 de julio se cumplen 20
años desde que me fui de mi amada Habana, la cual ya no reconozco por
todos los derrumbes y cambios. Tampoco me identifico con su gente como
antes.
Al igual que el autor o autora, también prefería la música yuma y tenía
en Alamar las antenas de mi Selena viradas hacia el norte para escuchar
la FM de la Florida. Además me sabía la sintonía de las estaciones que
tocaban las canciones de Rock que quería escuchar. Aquí tengo hasta
colecciones de música folclórica.
Ahora bien, al llegar a Suecia, un país del que tenía las siguientes
referencias: ABBA, Björn Borg, Estocolmo, el Parlamento abierto al
público, y para colmo el Primer Ministro de Estado iba al cine sin
guardaespaldas porque el pueblo realmente lo había elegido...¡No
entendía nada!
Empecé a aprender sueco cuando entendí que el verbo no variaba con la
persona, ok, me pareció un poco extraño comparándolo con el español pero
lo acepté, quééé, el artículo determinado va detrás del sustantivo, cómo
es posible eso, la mesa se convierte en mesala...no entendía nada.
Finalmente lo entendí todo y hoy me dedico a trabajar con este idioma.
Poco a poco me fui resignando, de tal manera que hoy en día disfruto del
agua congelada en el archipiélago, sé cosechar la frambuesa y escoger
las setas sin envenenar a nadie. Sin darme cuenta me he asuecado. Mi
mamá me acusa de vez en cuando de que soy muy sueca para algunas cosas y
muy cubana para otras, ¡qué veinte años no es nada!
Lo cierto es que aprendí a nadar en dos aguas, la caribeña y la nórdica.
Además estoy muy agradecida de este país y su gente, que a veces quiero
ahorcar por ser tan diferentes a mí, pero que me ha tratado con respeto
y me ha dado oportunidades que en mi propio país nunca tuve. ¡Ya no me
muero porque me manden en un ataúd para La Habana!
SÓLO PARA LOS CUBANOS; PROHIBIDO LLORAR - Misceláneas de Cuba (7 May 2009)
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=20633
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