José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Nunca antes, en los últimos 50 
años, los gobiernos de América Latina apoyaron con tanto entusiasmo al 
régimen de Cuba. Y tal vez nunca antes se mostraron tan indolentes ante 
los problemas de nuestra gente común. Ello ocurre justo cuando más 
obsoleto y opresivo se proyecta el régimen y, claro, en el momento en 
que mayor solidaridad demanda el pueblo cubano.
No es que esperemos mucho de tales gobiernos, ni de otros, en estos 
tiempos en que ser solidario no consiste en aplicar llanamente la 
solidaridad, sino en aplicarla como objeto de trueque, según su valor de 
uso para componendas ideológicas.
Pero sería de ley esperar que ciertos gobernantes mostraran una pizca de 
condolencia ante el sufrimiento del cubano corriente. Si no lo hacen 
atendiendo el compromiso formal y aun legal que cada uno de ellos 
contrajo en materia de respeto a los valores de la democracia, al menos 
que lo hagan por lo que cabe esperar de su conducta en tanto personas 
elementalmente honradas y sensibles.
De lo que se trata no es que apoyen embargos, ni de que corten canales 
para la comunicación y el entendimiento entre países vecinos. Menos 
todavía que renuncien al inútil propósito de reconciliar a la OEA con la 
tiranía cubana, que no es lo mismo que Cuba, aunque suela usurpar este 
nombre en su provecho.
Lo sano, mucho más para ellos que para nosotros, sería que estos 
gobiernos latinoamericanos empezaran por dejar de confundir los 
términos. De forma tal que mientras no hagan si no lo que han hecho 
hasta hoy, se abstengan de alegar que están respaldando al pueblo 
cubano, ya que sólo respaldan a su verdugo.
Para el caso, suena demasiado ridículo, por no decir cínico, el pretexto 
de que cada nación tiene derecho a aplicar el tipo de democracia que sus 
pobladores elijan.
Ojalá estuviese de más aclararles que la democracia es un fundamento. 
Así que no lleva apellido, ni admite ser desglosada por marcas y tipos, 
según los antojos de quien la use. Eso sin contar que entre la montaña 
de derechos básicos que la tiranía arrebató a nuestro pueblo, o sea, a 
la verdadera Cuba, sobresale el derecho de elegir.
Sería entendible -ya que cualquier patochada lo es dentro del tejemaneje 
politiquero- que tales presidentes acepten sin dudar los argumentos del 
régimen, haciendo caso omiso a las denuncias de los opositores que, 
diezmados sistemáticamente, entre garrote y mazmorra, consiguen levantar 
su voz desde la Isla. Es cuestión de enfoques, podrían decirse, para 
dormir tranquilos.
Sólo faltaría que le pidiesen amistosamente al régimen alguna aclaración 
sobre el lugar que ocupan dentro de sus argumentos los cientos de presos 
políticos que hoy cumplen aquí condena por el único delito de opinar y 
exponer sus criterios.
De no hacerlo, tal vez pierdan una buena oportunidad de regresar a Cuba 
(la verdadera) al seno de la OEA.
Lo que menos importa es que el régimen vuelva a ocupar o no una butaca 
en sus reuniones. No iba a ser el primer cachalote tirano que nade entre 
aquellas aguas. Importante -para la OEA, más que para la Cuba verdadera- 
es que los actuales miembros de esa organización muestren su 
transparencia como políticos de crédito.
Cuba: La verdadera Cuba ante la OEA (29 May 2009)
 
 
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