Permiso para viajar
El derecho a entrar y salir libremente del país ha sido expropiado por
una élite política autoritaria y represiva.
Haroldo Dilla, Santo Domingo | 13/05/2009
Hace menos de dos años, le preguntaron a Ricardo Alarcón, presidente de
la Asamblea Nacional del Poder Popular y miembro de la élite política,
si no sería conveniente permitir que los cubanos viajaran con libertad.
El dirigente respondió, en el mejor estilo de Tres Patines, que si
existiera ese derecho el cielo se llenaría de aviones que chocarían unos
con otros provocando un gran desastre.
Poco después, el presidente de la Unión Nacional de Escritores y
Artistas, el escritor Miguel Barnet, afirmó que en la Isla existe total
libertad para viajar, y que un ejemplo de ello es que él mismo ha
viajado a una treintena de países. No dijo Barnet que aspiraba a seguir
haciéndolo y que, para ello, debía portarse muy bien, aun a riesgo del
descrédito absoluto.
La complicidad implícita en las declaraciones se extiende a buena parte
del campo intelectual, incluyendo a muchos "progresistas" y
"reformistas", cuyas poses críticas tanto gustan a los corresponsales
extranjeros en La Habana.
Hace unos días me escribió un renombrado intelectual cubano radicado en
Nueva York, decepcionado por un conocido y activo "reformista" —un
compañero de otros tiempos—, que dedicó varios minutos, en un evento en
Pittsburgh, a explicar que la única limitante para salir de la Isla es
la obtención de una visa.
A veces no se menciona directamente el asunto, como sí hicieron Barnet y
el amigo de otros tiempos en redituables derroches de impudicia, sino
que se desvía la vista, mirando insistentemente hacia el lado
estadounidense, sin distinguir nada alrededor, como si se hubiera
desatado una epidemia de retinosis pigmentaria política.
Las agitadas reacciones respecto a la no concesión a tiempo de una visa
estadounidense a Silvio Rodríguez, o las propuestas de la sección Cuba
de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, donde hay muchos
intelectuales cubanos, reformistas y duros) para reclamar a Washington
mayores facilidades a la participación de los académicos de la Isla, son
ejemplos de ello.
Categorías de viajeros
La realidad cubana es, en cuanto a la libertad para viajar, muy
lamentable, una flagrante violación de los derechos civiles.
Ante todo, para los cubanos, viajar no es un derecho, sino un privilegio
que se otorga y se retira. Una concesión de un poder inapelable y sin un
marco jurídico definido.
En Cuba hay tres maneras de viajar al extranjero:
1- Con un estatus excepcional, que permite entrar y salir del país casi
libremente: Lo disfrutan algunas personas que se han casado con
extranjeros (no todas) y miembros prominentes de la élite política,
intelectual o sus familiares. Debería ser el estatus normal, pero es una
posibilidad otorgada selectivamente, a muy pocos ciudadanos, anulable si
el beneficiado muestra algún tipo de comportamiento político que el
gobierno desaprueba.
2- Por misiones oficiales: para funcionarios, académicos, médicos,
artistas, periodistas y técnicos, entre otros. Quienes viajan de esta
forma necesitan que una institución gubernamental autorice la salida.
Si algún ciudadano en viaje oficial decide no regresar a la Isla —"se
queda"—, pierde todos sus derechos, no puede volver al país en varios
años (hasta cinco) y el gobierno puede obstaculizar la salida de
miembros de su familia.
Huelga anotar que si un académico o funcionario se muestra
particularmente crítico durante algún viaje, es posible que no se le
permita salir nuevamente del país en largo tiempo.
3- En viajes privados, que pueden ser de dos tipos: El primero, por
salida "definitiva", se aplica a los ciudadanos que emigran. Estas
personas no pueden regresar a vivir en Cuba y pierden todos sus derechos
y propiedades en la Isla. El segundo es el caso de quienes sólo aspiran
a viajar temporalmente. Estos pueden estar fuera del país hasta 11
meses, tras los cuales deben regresar o se convierten en "emigrantes
definitivos".
Todas las salidas deben ser autorizadas por el Ministerio del Interior
y, en el caso de los viajes privados, por la institución donde la
persona trabaja o trabajó por última vez.
Existen categorías de profesionales —los médicos, por ejemplo— que no
pueden viajar por la vía privada. El gobierno suele poner también
impedimentos a los disidentes.
El caso más dramático conocido es quizá el de la neurocirujana Hilda
Molina, a quien La Habana niega desde hace más de una década la
posibilidad de reunirse con su hijo y conocer a sus nietos, residentes
en Argentina.
Algo particularmente negativo es que las personas que viajan por 11
meses no pueden llevar a sus hijos menores con ellos. Esto sólo es
posible si se emigra "definitivamente".
Los viajes no oficiales implican gastos considerables (carta de
invitación, pasaporte, permiso de salida), que pueden llegar a ser
superiores a los 500 dólares, una suma inmensa en un país donde el
salario medio es de algo más de diez dólares.
Una vez en el país de destino, los ciudadanos deben pagar a la embajada
cubana correspondiente una suma variable por cada mes de permanencia en
el exterior, que oscila entre 150 y 40 dólares.
Arbitrariedad y control político
Cuando una persona decide radicarse en otro país, a excepción de la
exigua minoría que ha sido autorizada a ello, pierde todos sus bienes y
derechos en Cuba, por lo que técnicamente se convierte en desterrado.
Si en algún momento quiere regresar, sólo puede hacerlo de visita, para
lo cual debe ser autorizado específicamente por el gobierno, mediante un
sello que se coloca en su pasaporte (conocido como "habilitación").
Muchos cubanos no son autorizados, ni siquiera en casos de emergencia
familiar. Otros son rechazados cuando llegan al país, incluso con el
"pasaporte habilitado".
El gobierno exige a los emigrados que viajan a la Isla un pasaporte
cubano, no importa si han adquirido otra ciudadanía.
No hay ley ni normas escritas claras sobre estos procesos, sino que se
trata de una práctica discrecional y arbitraria, que mezcla resortes de
control político, francamente fascistas, con motivaciones mercuriales de
la peor ralea. De manera que el gobierno niega un derecho —el de viajar
libremente— que luego vende a quienes puedan comprarlo.
Los cubanos que viajan al exterior deben portarse bien políticamente si
quieren seguir haciéndolo. Quienes deciden quedarse en otro país deben
cuidarse de no molestar al régimen si desean volver a ver a sus seres
queridos o regresar a Cuba un día, al lugar donde nacieron.
El derecho de entrar y salir libremente de su propio país les ha sido
expropiado por una élite política autoritaria y represiva, que ha negado
uno por uno los valores y las metas humanas de la revolución y del
socialismo que una vez dijo propugnar, y que exige un pago para poder
seguir reproduciendo su proyecto de poder con el mismo estilo
parasitario con que lo ha hecho en los últimos 50 años.
En el caso de los emigrantes, estamos frente a una situación de
violación mayúscula de los derechos de las personas y del origen de
muchos sufrimientos humanos.
Vale la pena que miremos este asunto, incluso para ayudar a personas
como Miguel Barnet y al amigo de otros tiempos, a que no estén obligados
a agacharse de manera tan poco ejemplar ante esta brutal horca caudina
que el gobierno les impone.
Permiso para viajar - Artículos - Opinión - cubaencuentro.com (14 May 2009)
http://www.cubaencuentro.com/es/opinion/articulos/permiso-para-viajar-177619
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