Lección china puede abrir puertas de Cuba
By RAMON COLAS
Especial para El Nuevo Herald
Cuando Henry Kissinger, el entonces asesor de Seguridad Nacional de la
administración del presidente Richard Nixon, pisó suelo chino por
primera vez el 9 de junio de 1971,la Revolución Cultural había concluido
hacía dos años.
Mao Zedong, vivito y coleando, cargaba sobre su espalda la
responsabilidad por la muerte de millones de personas. A pesar de eso,
Nixon asumió el desafío del momento y envió al más audaz de sus
colaboradores a Beijing.
Desde entonces China es un destino atractivo para la inversión
extranjera y el comercio, el turismo y la colaboración internacional en
materia de seguridad, lucha contra el terrorismo y tecnología de punta.
Nixon no pudo entonces, tampoco Kissinger, evitar que en los años
posteriores las ejecuciones masivas en China se llevaran a cabo con
total impunidad. Más de 70 delitos acogen la pena máxima en una nación
favorecida comercialmente por Estados Unidos y todas las naciones
occidentales.
Los datos son espeluznantes: en el 2003, 3,400 chinos, incluyendo
mujeres, murieron por el efecto de un disparo a la cabeza. Al siguiente
año, la cifra disminuyó porque mataron a 1,010 condenados. Amnistía
Internacional divulga un reporte que asegura que 1,779 chinos recibieron
la pena máxima en el 2005. Un año después, el 60 por ciento de las
ejecuciones en el mundo se llevaron a cabo en China. Asociado a esto,
existe un emergente mercado ilegal de órganos, conocido como ''turismo
de trasplante'' que tiene como principales mercados a ciudadanos de
Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Gran Bretaña y Canadá dentro
de otros países democráticos.
A pesar de estos actos criminales y de la violación constante a los
derechos humanos, los gobiernos del mundo mantienen abiertas las puertas
al contacto con el gigante oriental. La razón es clara, la influencia de
los gobiernos democráticos y del turismo hacia ese país ejerce un efecto
positivo contra las medidas represivas de Beijing. Más de una vez el
gobierno chino se ha visto en la obligación de dar marcha atrás a
algunos castigos por la presión que sus socios comerciales le han
exigido y en el 2006 prohibieron el mercado de órganos.
Lógicamente, Nixon y Kissinger, que luego serviría como secretario del
Departamento de Estado, deseaban una relación sostenible en el orden
estratégico que implicaba cambio en las actitudes de ambas partes. Los
norteamericanos tenían conciencia de las graves violaciones a los
derechos humanos en China, pero decidieron andar por ese atajo para
ensanchar las porosidades de aquella sociedad total, porque al final los
líderes chinos, como se ha demostrado hoy, no se resistirían al
atractivo contagio de Occidente.
Nixon y Mao ya no existen. Sin embargo, Kissinger, quien vive con una
lucidez extraordinaria con más de 80 años, se pasea como un héroe por
China, donde es muy popular. Ha realizado 37 visitas que le han creado
una sostenible relación con las autoridades comunistas y un número
importante de amigos chinos, con los cuales gusta jugar al ping pong.
''Las relaciones de China y Estados Unidos tienen ahora, como lo tuvo en
la década del 70, un contenido esencialmente estratégico, de largo
plazo, de carácter geopolítico'', ha dicho.
Sin ánimo de hacer un paralelismo entre Kissinger y Obama, no hay dudas
de que la intención de acercamiento a La Habana por el actual presidente
recuerda los mismos argumentos de la era de Nixon en relación con China.
Obviamente, tomando en cuenta las diferencias en el tiempo y las
particularidades culturales, históricas y de sus pueblos entre la nación
asiática y la caribeña.
Si el acercamiento a China pudo estar relacionado, entre otras cosas,
por las preocupaciones comunes que estadounidenses y chinos tenían
respecto a la desaparecida Unión Soviética, una relación pragmática de
Washington con La Habana puede retraer el efecto de Hugo Chávez en
América Latina y su quimera de socialismo del siglo XXI.
Chávez no tiene el poder de los soviéticos pero su escasez intelectual,
el odio a Estados Unidos y la poca argumentación racional de sus ideas
lo hacen extremadamente peligroso para la región. Incluso, para el
gobernante Raúl Castro, quien sólo después de ocupar todos los poderes
en la isla entra en relación con el líder venezolano. La cercanía de
Chávez al gobierno iraní y a las más recalcitrantes ortodoxias
fundamentalistas, no parece conectar con los ramos de olivo que Raúl
envía a Washington.
Una aproximación a la isla ayuda a que Cuba deje de ser, como ya se
comienza a percibir, el referente para los pueblos de América Latina que
ignoran la realidad del único país comunista de Occidente. Al
desaparecer la confrontación entre los dos países, que en el orden
mediático catapulta la ideología castrista a la cima del delirio en la
región, los niveles de tensión no sólo bajarán, sino que serían
injustificables para la izquierda irracional del continente y los que se
favorecerían no son, solamente, como algunos intentan demostrar, ambos
gobiernos, sino sus pueblos, sobre todo el cubano.
¿Por qué? En el intercambio dentro de un mundo global, no sólo se borran
las fronteras geográficas y tecnológicas, sino las barreras mentales que
tabulan los regímenes totalitarios a sus ciudadanos, tal como hasta hoy
hacen los gobernantes cubanos.
Obama encuentra un escenario en la isla muy diferente al de Kissinger en
la China de 1971. Raúl ha declarado una moratoria en la aplicación de la
pena de muerte para todos los delitos. Aunque condicionado, se muestra
abierto al diálogo con Estados Unidos y a las tibias aperturas, que
permiten el acceso de los nacionales a hoteles, uso de la telefonía
celular, compra de computadoras, aparatos de DVD y otros equipos.
Son ventanas de oportunidades que Nixon no tenía en el momento de
acercarse a China. El alto nivel de inconformidad que manifiestan los
cubanos de a pie, los intelectuales y sectores diversos de la sociedad
cubana, es incomparable, si tomamos en cuenta que el país asiático en
los 70 era una cortina de hierro infranqueable que ocultaba los
sentimientos de la sociedad.
Si es moral o no aproximarse a Cuba caben las discusiones y debemos
aceptarlas por cuanto la democracia debe hacer valer el principio de la
responsabilidad. Pero, ¿cómo medir el efecto de lo ineficaz, de aquello
que opera, únicamente, como un argumento por parte de un grupo
determinado de poder que, atascados en el quietismo, el tiempo y la
conmoción del patriotismo, sesgan los caminos que nos unen a la isla?
De esto deriva, también, un razonamiento ético: si se acepta como
derecho el respeto a los otros, aunque piensen y actúen diferente, es
justo, entonces, poner en práctica ese principio en cada comportamiento
político. Ensayar una nueva estrategia hacia la isla es un acto legítimo
que merece ser respetado.
Se escuchan voces pesimistas que pretenden condenar a la sociedad cubana
en la perpetuidad del inmovilismo si todas las restricciones se levantan
a la isla. Algunas justificaciones, como yo también llegue a creer, son
que el país está abierto al turista europeo proveniente de naciones
democráticas y no pasa nada.
Sin embargo, el ciudadano norteamericano posee una cualidad intrínseca
en su comportamiento que lo diferencia de los demás y es la propensión a
preguntar todo en cada momento y lugar. ¿Lo dejarían de hacer en Cuba
los viajeros estadounidenses? No, porque forma parte de su cultura andar
sin sombras por todas partes e introducirse en cualquier sitio para
juzgar casi todo. Hace prevalecer los valores tradicionales de su
democracia, porque los ejercita siempre como un derecho cultivado en su
conciencia y lo expresa en cualquier lugar donde se encuentre. Existe en
su sicología una tendencia a sentirse protegido por su gobierno no
importa el lugar de este mundo donde pueda estar. Otra razón es la
simpatía, repito simpatía, que el pueblo cubano tiene por la mayoría de
lo que proviene de Estados Unidos.
En política no existe una sola avenida para transitar la solución de las
diferencias o conflictos y, en sus laboratorios, el análisis frío,
calculado y sereno, tiende a imponerse a la disertación afectiva o pasional.
Los chinos hablaron con Kissinger sin que los disidentes tuvieran
espacio en aquel histórico diálogo. Los cubanos debemos exigir estar
allí y sentirnos estimulados por los vientos de cambios que soplan aquí.
La exigencia indica actuar dentro de la racionalidad y lejos del
apasionamiento estéril que nos ha conducido al error. Esa actitud
implica hacer la diferencia al considerarnos parte esencial del problema.
Ahora, lo que debe entrar en juego es el pragmatismo político y la
negociación responsable con ganancia para el pueblo. El ciudadano de la
isla debe ser el centro del debate, con sus derechos fundamentales y el
rol como agente de cambio. Todas las opciones políticas deben centrarse
en la libertad de los presos políticos y la apertura democrática.
Nixon y Kissinger buscaron acercarse a China y lo lograron condicionados
por la necesidad de Washington de asumir su papel como potencia en medio
de la Guerra Fría, sin dar la espalda a los compromisos fundamentales,
estratégicos y de seguridad del país.
Aquella vez el mundo inició un cambio. Hoy parece que Obama intenta
restaurar un camino espinoso con Cuba. El desafío implica a muchos
actores y ojalá todos tengan la misma voluntad de Kissinger y Den
Xiaoping para hacer estable una convivencia entre dos naciones vecinas,
cada vez más cercanas en sus afectos e historias.
Lección china puede abrir puertas de Cuba - Séptimo Día - El Nuevo
Herald (3 May 2009)
http://www.elnuevoherald.com/noticias/septimo_dia/v-fullstory/story/441477.html
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