Un ministro en pijama
Luis Ignacio Gómez revienta en medio de fuertes críticas contra 'el 
mejor sistema educacional de mundo'.
Federico Fornés, La Habana
martes 29 de abril de 2008 6:00:00
Por su bigotito de mosca y sus maneras autócratas, algunos estudiantes 
lo llamaban el Führer. Ahora no queda ni la sombra de lo que fue. Ni sus 
discursos pueden ser revisados en sitios oficiales de la red. El 
gobierno los ha filtrado.
La filípica de Fidel Castro contra el ex ministro de Educación, Luis 
Ignacio Gómez, de quien dijo: "no debió pronunciar" sus últimos 
discursos, y a quien acusó de apropiación ilícita de "una obra que fue 
fruto genuino de numerosos cuadros revolucionarios y no personal, como 
pretendía hacer creer a los invitados", indica que las vanidades 
políticas serán castigadas con todo rigor.
Pero ya esa película la vimos en el pasado. El ex canciller Roberto 
Robaina, quien se veía a sí mismo como un diplomático a la carrera en 
vez de un diplomático de carrera, fue defenestrado por jugar con los 
españoles al personaje histórico que sucedería al propio Fidel. Ahora 
vive de telas abstractas que vende para una galería de arte en Barcelona.
La novedad del caso Gómez no está en las buenas razones para su despido 
—se le acusa además de corrupción por sus más de 70 viajes al extranjero 
en una década—, sino en las reales: el deterioro imparable del aparato 
educacional, una de las "joyas del sistema socialista", en un país que 
se ufana de tener el mayor per cápita de maestros del mundo: uno por 
cada 37 habitantes.
"Estamos cambiando, si un funcionario ya no puede continuar, es bueno 
que se sustituya. El ministro anterior hizo un buen trabajo, pero el 
socialismo continúa", escribió Yohandry, uno de los blogueros 
oficialistas del régimen.
"No entendemos cómo es eso. Si la educación en Cuba es insuperable, 
¿hace falta remover al ministro para mejorar?", preguntó otro de los 
participantes en un encendido chateo sobre el tema.
La obra 'colosal'
Para agradar al máximo líder, el ex ministro, quien estuvo 18 años en el 
cargo, gustaba de resaltar las "exclusividades" de Cuba reconocidas por 
Naciones Unidas. De hecho, la cruzada alfabetizadora de 1961 es un 
paradigma para la UNESCO.
"Somos también los únicos que nos hemos planteado tener un maestro 
mañana y tarde, para educar en doble sesión durante más de 200 días al 
año, cifra que tampoco puede compararse con otras naciones", precisó 
hace un año a la revista Bohemia.
Gómez dijo también que otro de los objetivos de la Isla, igualmente 
insuperable, era tener un profesor general integral (PGI) por cada 15 
estudiantes de secundaria, y un profesor integral por cada grupo de la 
enseñanza técnica y profesional, y el preuniversitario.
La paternidad de tales proyectos no salió de su oficina ministerial. Se 
sabe que Fidel Castro es el autor de todo ese programa que el ex 
mandatario formal llamó en 2001 "la revolución más profunda que se haya 
hecho en materia de educación".
Consistía, además, en introducir masivamente las nuevas tecnologías en 
el proceso de aprendizaje —teleclases y la enseñanza de la computación— 
y de formar con urgencia miles de profesores para los niveles primario y 
secundario, ante la migración de profesionales del sector desde fines de 
los años setenta.
En la inauguración del año lectivo 2007-2008, Gómez habló en términos 
sumamente optimistas y reconoció, una vez más, el liderazgo del ex 
presidente: "Disponemos de los recursos necesarios para que este curso 
escolar —el séptimo de la colosal revolución educacional encabezada por 
Fidel— sea exitoso".
La pompa de su discurso ocultaba la ignorancia de los jóvenes maestros, 
el deterioro de la disciplina en los planteles secundarios, la compra de 
exámenes y la pésima alimentación en las becas preuniversitarias en el 
campo, donde los alumnos toman infusiones por desayuno y acuden a las 
aulas para ocuparse de una astracanada: atender todo el día a un 
profesor que sale de un tubo catódico.
Domando a la leonera
En 2003, un grupo de estudiantes egresados de nivel medio superior, y 
sin opciones universitarias a la vista, decidió incorporarse al plan de 
los PGI. Fidel Castro se reunió con ellos y los llamó "el club de los 
cien valientes". No era para menos. Debían enfrentarse a una muchachada 
irrespetuosa, casi contemporánea, sin apenas recursos académicos ni 
psicológicos para "domar a una leonera", como reconoció uno de ellos.
Muchas veces los propios estudiantes corregían a tales profesores, en su 
mayoría traídos a la capital desde las provincias orientales. Para colmo 
de males, la tragedia no tardó en presentarse cuando uno de los 
docentes, abrumado por la sorna de muchos, mató por accidente a un 
alumno en una escuela de la barriada de Lawton.
La policía tuvo que proteger al autor del homicidio involuntario, 
acordonar la residencia local de los PGI y asegurar varias manzanas a la 
redonda, en espera de un brote de violencia que finalmente no sucedió.
La crisis magisterial tardó en llegar a la prensa, pero por fin lo hizo 
en diciembre pasado.
"Cada vez se captan menos estudiantes para las carreras pedagógicas y se 
jubilan los más experimentados profesores por el proceso lógico de la 
vida", denunció el periódico Juventud Rebelde.
Para ilustrar el estado calamitoso de la formación docente, el diario 
oficialista sólo tuvo que acudir a un ejemplo: el Instituto Superior 
Pedagógico Juan Marinello, de la ciudad de Matanzas. Con una capacidad 
para albergar a mil estudiantes, el número de matriculados apenas 
llegaba a 127.
Las motivaciones para convertirse en maestro son todo menos 
vocacionales. Muchos jóvenes preuniversitarios optan por las carreras 
pedagógicas para "pasar sólo 14 meses en el Servicio Militar General —en 
lugar de los dos años establecidos—, pues luego no se incorporan a las 
aulas, lo que representa un grave engaño a la revolución", fustigó el 
vocero de la Unión de Jóvenes Comunistas.
Un retrato del desastre
A finales de octubre, el entonces ministro Luis Ignacio Gómez reconoció 
el éxodo de profesores, causado por "la insuficiente remuneración, no 
acorde con la intensidad y la responsabilidad del trabajo asumido por 
los maestros".
Agregó que en la deserción de los profesores también pesan limitaciones 
relacionadas con la vivienda, el transporte y el vestuario, así como "la 
insatisfacción por el bajo reconocimiento laboral y social en no pocos 
casos". Pecó de sincero.
El salario de un maestro de enseñanza media con experiencia apenas 
rebasa los 500 pesos al mes, unos veinte pesos convertibles, la moneda 
con que se compran y adquieren la mayoría de los bienes y servicios, 
salvo los médicos y los educacionales.
En marzo pasado, Juventud Rebelde volvió a la carga, esta vez contra los 
repasadores privados, una legión de profesores informales, algunos 
emigrados o todavía dentro del sector, que acogen en sus casas a grupos 
de alumnos para suplir las graves carencias docentes del sistema estatal.
"Hay padres que lo ven como mal necesario, otros como un lujo que sus 
hijos no pueden darse", refirió el diario al comentar en tono indignado 
las tarifas de esos maestros domésticos.
En abril, durante el sexto congreso de la Unión Nacional de Escritores y 
Artistas, el tema educacional ondeó con una bandera hecha jirones.
De todas las críticas, leídas o escuchadas directamente en el plenario 
por Raúl Castro, hubo una particularmente urticante.
"¿Puede la escuela primaria y secundaria y el preuniversitario, tal y 
cual han llegado a ser, regenteadas por criterios y prácticas 
descabellados e ignorantes de principios pedagógicos, psicológicos 
elementales, y violadora de derechos familiares, ser formadora de niños 
y adolescentes, y por tanto fundar futuro?", se preguntó uno de los 
intocables de la revolución, Alfredo Guevara.
Amigo del propio Fidel Castro desde los pistoleros tiempos 
universitarios, Guevara hizo un retrato del desastre y reclamó 
"rectificaciones de fondo".
Veintiún días después, Luis Ignacio Gómez, el ministro del "mejor 
sistema educacional de mundo", era un hombre sin importancia.
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