2007-01-11
Shelyn Rojas, Periodista Independiente
Lawton, 2006-12-23. Las cárceles destruyen las mentes de los pueblos. Se
tragan y oprimen a la humanidad. 100 y Aldabó es un centro dirigido por
el Departamento Técnico de Investigaciones, fue construido con ese fin.
Ahmed Rodríguez Albacia, periodista independiente, estuvo por nueve días
en ese lugar.
Cuenta Ahmed que "la primera experiencia, después que eres vestido de
preso, es llegar a una mazmorra en los confines del mundo. Es un
edificio apartado de la comunidad, de construcción moderna. Cercado todo
su alrededor. Allí pierdes la noción del tiempo, de los días y las
noches. El uniforme de preso es color azul oscuro, confeccionado con la
misma tela que forran los sarcófagos.
"Después eres trasladado hacia una celda por un pasillo frió, húmedo, de
color gris, con poca iluminación, de quizás quince metros de largo y dos
de ancho. A ambos lados del pasillo hay más de veinte puertas de hierro
tapiadas, una al lado de otra. Cada puerta con el número de celda."
Toda una arquitectura pensada y preparada con sevicia. Tras el sonido
chirriante y seco de la puerta a tus espaldas, se cierra el mundo para
ti. La celda número 218 fue la destinada por nueve días para Ahmed.
Las celdas son pequeñas, aproximadamente de tres metros cuadrados. No
tienen ventanas, son sustituidas por unos orificios que sirven de
ventilación. Semi tapiados, para que no puedas observar el exterior.
Cuatro camas de hierro empotradas en la pared. Una especie de letrina en
una esquina de la habitación. Un tubo desde la pared, por donde sale el
agua, que es puesta tres veces al día por espacio de 20 minutos.
En las paredes aún se conservan grabados los escritos de los que han
estado allí. Nombres. Letras en lenguas callejeras. Una que otra frase
de amor o desesperación. Rayas que revelan los días o meses en cautiverio.
La tinta para estos escritos es preparada con la ceniza de cigarrillos y
pasta dental. Para los que resisten, es un modo de pasar el tiempo en la
cámara de tortura psicológica.
Un día, Ahmed fue despertado por los gritos de Carlos, uno de los
jóvenes que compartían la celda con él.
Ariel Cejas Mora, campeón nacional de aeromodelismo, intentaba suicidarse.
Ariel, en su tiempo de espera, cambió la tinta por la tela de los bordes
del colchón y tejió una cuerda. Estaba acusado por el robo de siete
carros Tico.
Ahmed ayudó a quitarle la soga. No sabe para esta fecha que habrá sido
de Ariel. Son experiencias que quedarán marcadas para siempre en la vida
de Ahmed.
"Pasas por interrogatorios diarios de seis a siete horas. En una oficina
bien arreglada, con un aire acondicionado excesivamente fuerte".
En ocasiones, Ahmed fue llevado a Villa Marista. Allí grabaron los
interrogatorios con micrófonos puestos en el cuello de su ropa y cámaras
de filmación.
No hace falta que te griten o te miren mal. No es necesario que te
empujen o déspotamente te llamen. Tampoco que te esposen. El lugar y las
circunstancias solas lo hacen todo.
Un ser humano no merece ser llevado a un lugar como este. Haya cometido
el delito que sea. Es una experiencia bien amarga. Cuando llegue el
cambio, centros como estos deben ser destruidos. Porque ni el asesino
más grande del mundo debe pasar por esto. Es preferible ser juzgado y
sancionado.
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