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Sunday, January 28, 2007

Salvaje Revolucionario

Salvaje Revolucionario
2007-01-28
José Vilasuso

Ho hay libro viejo, si contiene algo de valor.

La pluma de Carlos Rangel se registra entre las más esclarecedoras y
esclarecidas de los publicistas latinoamericanos en la mitad final del
siglo ya despedido. Su obra piramidal Del Buen Salvaje al Buen
Revolucionario quedó en los anales de la bibliografía americanista por
antonomasia. Es decir, aquella que expone, analiza y argumenta sin
desconocer las inferencias, particularidades y derechos de su contraparte.

Las universidades de Estados Unidos recopilaron inagotables materiales
representativos de nuestro subcontinente, que sirvieron de texto a
generaciones bien dotadas, acuciosas y sobretodo mejor informadas. Ya
que casi siempre la raza sajona, desvía y cataloga lo cuantitativo
primero que lo cualitativo. Prefieren la forma a la sustancia. Medios
antes que fin. Senderos sin conocer su destino. Pero sin reparos, una
excelente y copiosa literatura indispensable para expertos y
profesionales al máxiso nivel, fue puesta a disposición de todo cerebro
libre. Reconocemos pues el almacenaje bibliográfico logrado por Harvard,
Columbia, Berkeley, Stanford, Tulane y por supuesto varias de Florida.

Mas el ciclo informativo se fue volando. Si continuamos leyendo desde
Bernal Díaz del Castillo, Estaban Echevarría y José Hernández, hasta
Rivera, Arciniegas o Borges, nos atascaremos en el pasado. En nuestro
planeta todo sobrevino vertiginosamente y a través de la computadora, la
cosmovisión del universo aparece imprevisiblemente metamorfoseada. Es
otra cosa y apunta a un horizonte de aceleradas, impredecibles y nuevas
mutaciones. Ya lo estamos viendo. Parece como si el reposo y recreación
en una etapa cualquiera, debe dejarse para otra prolongación de la vida
en que sus episodios se contemplarán en cuarta o quinta dimensión y
eterno presente.

La literatura e informática postmoderna ha tachonado el ayer como
especie de emplasto vertiginoso que los espectadores no pueden seguir
con los cinco sentidos. No es que vivan petrificados, es que la historia
los dejó al trote. Los cambios no conceden respiro. Aparecen cuando aun
permanecemos enfrascados en el deslinde y amojonamiento de sucesos
recién acaecidos. Cuando Rangel escribe su obra no era posible hacer
acopio imparcial de los hechos protagonizados por Juan Domingo Perón,
Salvador Allende o Juan Velasco Alvarado. Todavía nos apretaban los
encorsetamientos y garrulerías anti. Algo que ya no acontece con Fidel
Castro, cuyo poder perpetuo, mató su última posibilidad de cubrir la
jeta embarrada de heces, por no acotar el bochorno de Chávez.

De ahí la actualidad de este ensayo pulcramente documentado que se
anticipó a los acontecimientos. De su lectura digerida se entresaca el
futuro que estamos presenciando. Hoy no se trata de soliviantar, eso
perdió el caché, es que la demagogia exhilarante no cala las
inteligencias más avisadas. Irreparable fue el fallecimiento de este
venezolano apologista de Rómulo Betancourt, Eduardo Frei y Víctor Raúl
Haya de la Torre, cuyos ideales resume en un denominador común, Aprismo.
Así contrapone Rangel las demasías y tajamientos de toda coloratura que
desestabilizaron las repúblicas recién constituidas. Bandas armadas,
capitanías sin sello real y capitostes por sus entrepiernas, a lo
Facundo Quiroga, Mariano Melgarejo o Juan Manuel Rosas.

Los gobiernos nacieron con el facón en ristre y el número de
revoluciones, golpes o contragolpes de estado, sobrepasan el catálogo y
escapan al monitor. En aquel tiempo, sus capitales fueron chinchorros;
Bogotá era una escuela, Quito un convento y Caracas un campamento. Con
las excepciones honrosas de Chile, Uruguay, Costa Rica y alguno otro. No
es fácil ni breve encaminar, mal que bien, la pléyade hispana dentro del
marco civilizado que se llama: estado de derecho. Aun hoy, cuesta
reconocer a Sarmiento, Bello o Alberdi por encima de Pancho Villa,
Arcadio Buendía o Tirofijo.

Pero desde antaño, quienes mamamos en la casa y la escuela, la idea
democrática, con su espejear y rebrillo; telarañas y polvos, reconocimos
y comparamos el rebote histórico de unos u otros.
Privilegiar el balance y adherirse a pareceres y aportes diferidos, no
ha sido alcanzada aún por un número suficiente de colegas. Trabajo por
hacer. Es una gran calamidad que, se ve corregida y aumentada por
voceros foráneos que cada vez con mayor desgano y feo acento, repiten el
nombre: "chekevarra o chéguevarra." Latinoamérica se come sus
inmundicias debido a sus propias incongruencias; irrebatible. Ah pero
vivimos orquestados por comunistas al estilo incomparable, genial, de un
Alejo Carpentier, con su acento galo, la copa de "champaigne" y medias
de seda. Sin desdeño de la admiración por su obra.

Lo ficticio coronó nuestra incertidumbre cultural para que poetas
laureados nos cantaran la palinodia ante públicos archi-conservadores
ávidos de exotismo, folklore y hechizo. Carlos Rangel detectó los
santuarios primigenios del marasmo, pero nuestro complejo y prejuicio
frente al gringo rubio, alto y bobalicón, es producto bien facturado en
diarios, gobiernos y academias foráneas. Ellos alimentan la alharaca,
echan a pelear los gallos y quedarse tras la barrera. Mientras sus
sociedades no discuten democracia, derecho ni ley; nos consideran
pueblos de segunda, ex-colonias que les duelen porque otro las
reconquistó; por ello suben la parada contra "el imperialismo,"
identificado en términos de mayor donaire. Prueba irrefutable de esos
recelos, es el compadrazgo entre ex-metrópolis para juzgar a criminales
chilenos.

Pero ¡le zumba el mango! El mayor coro de este escarnio, parte de la
ultra izquierda latinoamericana; su espíritu sietemesino les impide
visualizar las patas de los bárbaros en el poder que una vez más
intentan mancillarnos ante el mundo.

En el orden económico, Rangel deja a las claras cuán distante están los
pregones de barricada de las realidades del mercado. La teoría de la
práctica. El marxismo leninismo de la economía. Por esos años, ya eran
válidos los señalamientos de Gunnard Mirdal, Alvin Toffler o Jurgen
Habermas, aunque la transformación de las sociedades paternalistas en
culturas abiertas, dieron los nueve ceros al totalitarismo. No es
cuestión de buenos y malos o habilidades inverosímiles a lo Robin Hood.

Todo lo contrario, es el fruto del trabajo constante, libérrimo y cada
día más profesional. Raciocinio en vez de emociones, creatividad en
lugar de resentimiento, iniciativa individual antes que controles y
burocracia. Fidel citó, peyorativamente, en La Novena Cumbre, a los diez
tigres asiáticos como ejemplos de sociedades modernas en pleno
desarrollo. Tuvo razón ¿sin darse cuenta?

Esos dirigentes asiáticos comprendieron que el capital más importante
eran sus ciudadanos. Nadie mejor y nada más simple. No necesitaron
discursos bostezantes ni comerse los micrófonos, sólo dejarlos trabajar,
y ellos hicieron el resto. Pueblos mayores de edad.

Sabido es que la censura no permite circular esta obra en Cuba. He ahí
la prueba irrebatible de la carencia de seguridad y confianza ideológica
de los ventrílocuos oficiales. Su único y nada original recurso
defensivo consiste en prohibir los libros contundentes y macizos. Es tan
viejo remedio como el horror característico de toda reacción, estulticia
y fanatismo. La prueba contundente de su actualidad, pese a que muchos
lo tienen engavetado.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=8572

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