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Tuesday, January 30, 2007

La ultima estacion del olvido

Posted on Sun, Jan. 28, 2007

CRONICA DE DOMINGO
La última estación del olvido
RAUL RIVERO

M adrid -- A medianoche, cuando todo el mundo dormía en las celdas de
castigo, tres guardias amarraron a Roberlei Villalobos a una silla y lo
golpearon hasta que perdió el conocimiento.

El amanecer lo sacó a patadas de un sueño en el que cantaba un bolero y
se acompañaba con una guitarra de plomo que echaba candela por las
cuerdas y le quemaba los dedos y las manos. Era una pesadilla de fiebre
de 40. Tenía fracturados los dos brazos, varias heridas en la cabeza y
estaba tinto en sangre.

Roberlei nació en Ciego de Avila hace un poco más de 30 años. Es
compositor, escribe poesía y teatro. Cuando era muy joven, fue a parar a
la cárcel por un delito menor, una bronca familiar y de barrio que le
cambió la vida.

Ese episodio y otros de enfrentamientos con reclusos violentos lo
convirtieron en un hombre peligroso en la nómina de la desbordada cárcel
de Canaleta. Cuando lo conocí llevaba muchos años tras las rejas y era
un tipo reservado y alerta que quería leer, saber del mundo y sacarse de
adentro los peligros, los riesgos, la celada perenne que acecha en los
pasillos, el cepo, el patio y las puertas intermedias de una prisión.

Creo que él, como la mayoría de la población penal que cumple condenas
por los llamados delitos comunes, padecen también la ineficacia, el
desatino y el desbarajuste político que vive Cuba hace medio siglo.

Integran un grupo humano, un sector de la sociedad cubana, sin amparo
legal, con total desconocimiento de sus derechos, en medio de la
indigencia, mal alimentados, una pésima atención médica y bajo los
bastones y la ira de ciertos esbirros que enterraron hace tiempo la
decencia y el profesionalismo.

Son miles de hombres regados en las más de 300 cárceles de esa isla, por
delitos que tienen que ver con las delirantes leyes del código penal
criollo, escrito bajo la realidad de la miseria, las penurias diarias y
la ruina de una economía enferma, comprimida en las estructuras
zozobradas del comunismo.

Allí está, estará todavía, Eusebio Forte, un viejo que mató su caballo,
vendió una parte y sirvió la otra en una fuente de peltre, en forma de
bistés esponjosos y oscuros. Seguirá, cerca del portalón de la cocina, a
la caza de un plátano burro, con sus heridas de guerra, Virgilio Valdés,
a quien, desde su cargo en el Ministerio de Transporte, le dio por
negociar unos motores para salir del barretín del sueldo.

Me parece verlo todavía vivaquear en el pasillo central. Es Tony Gálvez
que entró a un bar a robar la recaudación del día y no había ni un
centavo. Tenía hambre, se sentó a comerse un panqué duro y, en ese
desayuno adelantado de las cuatro de la madrugada, ahogado con la
corteza de la pastelería de Comercio Interior, lo sorprendió un policía.
El panqué más caro de su vida, llevaba dos años presos cuando me lo contó.

Allá están los que robaron un radio viejo, doce palomas, tres sábanas de
un cordel, un jeans de una ventana (¿verdad que sí, capitán Bongó?),
unos litros de petróleo, unas pizzas a un discapacitado y los famosos
matarifes múltiples, con los fantasmas de sus vacas durmiendo con ellos
en las literas.

Desde luego que hay criminales y falsificadores y ladrones de otros
reinos porque, como se dice en las prisiones, nadie está tras las rejas
por ayudar a una ancianita a cruzar una calle.

Es verdad que la policía política utiliza algunos de esos personajes
para presionar, golpear y acosar a los políticos (¿qué tal, Carlos
Seguí), pero es una minoría degradada, sin contactos ya con la vida,
vendidos a sus opresores por una visita o un pase de unas horas.

Recuerdo que cuando el doctor Oscar Elías Biscet salió de la prisión
Cuba Sí, de Holguín, después de tres años de encierro, anunció que
crearía una fundación para luchar también por los presos comunes. El
aprendió muy bien a diferenciar a unos de otros y conoció de cerca los
dolores de los humedales y las palizas.

Un gran por ciento de esos presos comunes necesitan que llegue la
justicia a Cuba. Necesitan de la verdadera democracia para recobrar su
libertad y su derecho ciudadano a ganarse la vida con un trabajo
honrado. Ellos también aspiran a un país donde nadie tenga que matar en
las sombras un caballo.

http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/opinion/16562382.htm

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