SOCIEDAD
Antier me visitó una muchacha
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba - Junio (www.cubanet.org) - Mi amigo me dijo por
teléfono: "quiero que la conozcas". Protesté. Ese día no tenía deseos de
conocer a nadie. Pero él insistió, aclarándome que no me iba a arrepentir.
Cuando abrí la puerta nada me llamó la atención. Mi amigo venía con la
muchacha, muy bonita por cierto. Vestía con sencillez y estaba
maquillada de forma discreta, para la ocasión. Era domingo por la noche.
Marieta es su nombre y tiene 20 años. Supuse que era la novia de mi
amigo, un cincuentón amante del rock, del pop, del ron y de las mujeres
jóvenes, sobre todo de ojos azules.
Hacía tiempo, pensé, no veía tan de cerca una mujer tan hermosa y
atractiva. Vestía un pantalón blanco de algodón, algo transparente y una
blusa escotada de color rojo muy pegada al cuerpo. Sus cabellos rubios,
cortos y crespos le daban cierto aire de muñeca Lily, como las que se
fabricaban en Cuba años atrás. También tenía los ojos azules.
Le pregunté si estudiaba, si vivía en La Habana, si se iba del país. La
joven trabaja de noche. Como no me dijo dónde, no quise saberlo. Vive en
el municipio Playa con sus padres y tiene una hermana en París, casada
con un francés. Me interesé por saber si mi amigo y ella eran novios y
lo vi enrojecerse como un tomate y ponerse nervioso. Marieta sonrió
maliciosamente, cruzó las piernas y se echó hacia atrás en el sofá para
estar más cómoda y contemplarlo con cierta coquetería femenina. El
rostro de mi amigo demostraba a las claras estar cada vez más molesto.
Mientras preparaba un té chino de jazmín comencé a notar que algo raro
ocurría entre ellos. Cuando entré de nuevo a la sala con las tazas del
té, vi cómo la muchacha se levantaba haciendo un giro con su cuerpo,
como si fuera a bailar. Se aproximó a mi amigo y con aires de felicidad
lo besó en la mejilla. "Papi, para que no te pongas bravito conmigo"
-exclamó.
Fue entonces que en un segundo se rompió el sortilegio. Mi amigo se
levantó furioso, al borde de un ataque de nervios y como un loco le dijo
a Marieta que ni una más, que para eso no la había traído a mi casa, que
ella sabía de sobra que él era todo un hombre. Y lo repitió. ¡Todo un
hombre!
Yo miraba la escena sin comprender. Marieta, impasible, apretaba los
labios como si le estuviera lanzando besos al aire, sin dejarlo de mirar
con picardía. Mi amigo se acercó más a ella y de un gesto rápido se
quedó con la peluca de Marieta en la mano.
- Tania, me dijo. Marieta no es una mujer. ¿Es que no te habías dado cuenta?
Me quedé petrificada con la bandejita del té en las manos. La escena
parecía sacada de un filme de Pedro Almodóvar. Mi amigo estaba en el
medio de la sala, de pie, peluca en mano. Yo no sabía qué decir. Miré a
la muchacha, digo, al travesti, y me pareció por primera vez que tenía
rostro de varón, cuando contrajo los músculos de la cara algo
disgustado. Tal vez al darse cuenta de mi sorpresa, exclamó en voz baja:
- ¡Nadie es perfecto!
Mi amigo lanzó la peluca al sofá donde estaba Marieta y se volvió a
sentar, ya tranquilo, secándose el sudor con el pañuelo y sofocado.
Marieta o como se llame de verdad el travesti, me hizo un gesto con los
labios algo triste, de conformidad. El plan era no decirme nada hasta el
momento de irse, pero el trasvesti Marieta se había propasado con mi
amigo y éste, según me explicó días después, no pudo soportar. Ese no
había sido el trato. Por eso saltó como liebre picada por una avispa.
El travesti se colocó de nuevo la peluca, se miró en un espejito que
traía en el bolso, se acomodó la blusa y volvió a cruzar las piernas
sonriendo. Pero su semblante no era el mismo. Mi amigo se disculpó
conmigo y yo le aclaré que no era necesario.
Luego la conversación se volvió realmente interesante. Supe por Marieta
que un travesti habanero puede ganar en una noche de cincuenta a cien
pesos convertibles, que son muchos los que se dedican a la prostitución
con ciertos turistas extranjeros que vienen a Cuba precisamente a eso.
Ella tiene uno fijo, español. Me hizo saber que le hacen la competencia
a las jineteras, esas muchachas de sus casas, jóvenes y también bellas,
que según Marieta, sienten envidia por los travestis.
También me dijo que se sienten personas de carne y hueso porque se
enamoran; que incluso algunos han renunciado al oficio para ser fieles a
un amor, que sufren mucho porque la naturaleza les jugó una mala pasada
a la hora de traerlos al mundo.
Quisieran ser mujeres y vivir en un país libre, donde no los persigan ni
los encarcelen. En París, por ejemplo, en Londres, o New York. Pero
viven en La Habana y a codazo limpio se abren paso entre quienes no los
comprenden, defendiendo su derecho a existir y ocupar un lugar en la
Tierra como todo ser humano.
Yo, liberal como soy, le dije a Marieta que volviera otro día para
conversar con más tranquilidad sobre ese submundo habanero que no todos
conocemos. Me cayó bien esa muchacha de pupi lentes azules, senos
postizos, pero linda, linda de verdad y sobre todo, sincera y valiente
como pocos en este país.
http://www.cubanet.org/CNews/y06/jun06/07a9.htm
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