Represión
Los llavines del miedo
Ariel Sigler Amaya y todos los presos políticos de Cuba son libres 
porque viven en la verdad.
Raúl Rivero, Madrid
miércoles 28 de junio de 2006 6:00:00
Ariel Sigler Amaya solía decir en su calabozo, al atardecer, rumbo a la 
larga noche cubana, que él, allí encerrado, condenado a 20 años, era más 
libre que los carceleros, los oficiales de la policía política y los 
dirigentes del Partido Comunista y del Estado que tienen que vivir 
pendientes del estado de ánimo de un dictador.
Pedro Pablo Álvarez, los doctores Marcelo Cano y Luis Milán, Horacio 
Piña, Julio Guevara y Alejandro González asentían silenciosos y 
reconcentrados detrás de las rejas ante aquella verdad y aquella alegría 
disfrutadas en un sitio donde el destino único y el único fin era el 
sufrimiento decretado por la ruindad y la prepotencia de los totalitarios.
"Puedo decir lo que pienso, gritarlo a los cuatro vientos, proclamar que 
este comunismo ensamblado por gánsteres es la plaga mayor que padece mi 
país y nadie me lo puede impedir a no ser que me fusilen, que es el paso 
que les falta dar conmigo", decía el activista de derechos humanos 
nacido y criado en Pedro Betancourt, Matanzas, en la casa que preside 
con energía y dulzura Gloria Amaya.
El joven líder cubano tiene cada día más razón. Quiero saber si son 
libres los funcionarios que salen a negociar las ruinas de un país y 
llevan sus maletines llenos de datos falsos, caprichos y lobregueces y 
todavía tienen que usar un lenguaje de recóndita dignidad ante gobiernos 
y empresas, expertos y directivos a quienes deben dinero y explicaciones 
por la torpeza de sus gestiones.
Si los escritores que salen a mendigar una beca y un contrato para dar 
una conferencia, los que llegan a los países democráticos con dos litros 
de lágrimas de cocodrilo detrás de la corbata ajada y se sientan a la 
mesa de los exiliados a esperar que el buen vino les permita ser 
honestos, se pueden considerar personas que actúan con libertad.
Sería bueno conocer cuál es el grado de independencia de aquellos que en 
los sitios de Internet que les paga el gobierno, al tiempo que un 
oficial de información monitorea cada palabra, defienden el púlpito de 
mentiras, el andamiaje de maciza demagogia donde agoniza la 
gerontocracia criolla.
Me gustaría adivinar si es miedo o no lo que pasa por el corazón de los 
viajeros que llegan de Cuba y, de repente, no recuerdan nada. Qué 
fenómeno, llegó ayer y no sabe nada de los presos políticos, no recuerda 
cuánto arroz le toca por la libreta, cuál es la guagua que llega al 
paradero de La Víbora y cuántos votos sacarían Felipe Pérez Roque y 
Hassan Pérez en unas elecciones libres.
Grandes autores cubanos con amnesia total, como si vivieran lejos, muy 
lejos, el asunto es no hablar de la realidad. Hacer bromas, cuentos 
viejos y comprar algo, siempre comprar algo antes de retomar toda la 
memoria en la misma terminal del aeropuerto.
Ellos tienen siempre otros miedos. Más leves aunque eternos. Es la 
sospecha de que todo se está acabando y habrá que hacerle frente al país 
que ahora esconden con serones de palabras pasajeras y olvidos 
voluntarios. Esa es otra clase de temor, menos visible, pero que está 
ahí, exactamente al lado del llavín que les enseñó la policía.
Ariel Sigler Anaya está preso y no tiene miedo. Ariel y todos los presos 
políticos de Cuba son libres porque viven en la verdad.
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro_en_la_red/cuba/articulos/los_llavines_del_miedo
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