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Thursday, September 18, 2014

De intercambios, protestas y botellazos

De intercambios, protestas y botellazos
El alcalde Carlos Giménez dice que no se cancelará el contrato para la
actuación del dúo Buena Fe en el Miami-Dade County Auditorium, una
instalación emblemática del exilio
Alejandro Armengol, Miami | 17/09/2014 5:47 pm

La anunciada actuación del dúo Buena Fe en Miami ha vuelto a colocar en
las noticias el rechazo, por parte de un sector del exilio, a lo que se
ha dado en llamar política de intercambio cultural entre Cuba y Estados
Unidos.
En ocasiones anteriores, la queja y denuncia frente a esta política de
Washington ha sido resumida en una oración: "Gloria Estefan no ha ido a
cantar a la Isla, mientras que Silvio Rodríguez ya se ha presentado en
Estados Unidos". Y aunque ahora el dúo Buena Fe es un caso particular en
una ciudad donde todas las semanas se presentan artistas procedentes de
Cuba, el concierto a realizarse mañana jueves sirve a la vez de ejemplo
y pretexto dentro de una larga controversia, donde lo que se conoce como
anticastrismo radical ha ido perdiendo terreno a lo largo de los años.
En primer lugar, hay que señalar la singularidad del evento. A
diferencia de otros artistas, que no más desembarcar en esta ciudad sus
primeras palabras son que no van a hablar de política y que lo suyo "es
el arte", al dúo se le reprocha tanto su participación en actividades
gubernamentales —acto de celebración del cumpleaños de Fidel Castro este
año, funerales del presidente venezolano Hugo Chávez— como también
ciertos comentarios sobre las Damas de Blanco. Así que puede decirse que
Buena Fe no solo no elude la polémica sino que la ha buscado.
El segundo aspecto a tener en cuenta es que el concierto se celebrará en
el Miami-Dade County Auditorium, una instalación del condado Miami-Dade,
cuyo alcalde ha ratificado que no se cancelará el contrato para realizarlo.
En su decisión, el alcalde se apoyó en el criterio del abogado condal
Robert Cuevas, quien manifestó que Miami-Dade no puede cancelar el
evento debido al contrato firmado con sus productores y a los principios
expresados en la Primera Enmienda.
Hay que recordar que en febrero de 2013 la empresa Fuego Entertainment
Inc, que dirige Hugo Cancio, dedicada mayormente a celebrar eventos con
artistas provenientes de Cuba, ganó una demanda contra la compañía que
administra Homestead Speedway, la cual fue impuesta tras esa compañía
cancelar el concierto que Cancio promovía con la presencia de varios
grupos y artistas de la Isla. El fallo concedió a Fuego Entertainment
una compensación por más de medio millón de dólares. Se reconoció que
Homestead Speedway tenía derecho a cancelar el concierto, pero que ello
implicaba compensar por la perdidas a Fuego Entertainment Inc.
Por su parte, la presentación de Buena Fe en Miami corre a cargo de Blue
Night Entertainment. Participará también el trovador Frank Delgado y el
concierto está dedicado al cine cubano. El dúo ya ha actuado con
anterioridad en esta ciudad.
Edificios emblemáticos
El Miami-Dade County Auditorium es un edificio cultural no solo
emblemático de la ciudad sino particularmente del exilio, donde
tradicionalmente se han celebrado veladas de recordación de la "Cuba de
ayer", con canciones alegóricas y entusiasta participación del público.
En eso de escoger lugares cargados de simbolismo para el exilio, al
parecer Buena Fe o/y sus promotores han estado especialmente
interesados. Otro de sus conciertos se llevó a cabo en el teatro Manuel
Artime, en La Pequeña Habana, sitio preferido para los actos de las
organizaciones anticastristas y que lleva el nombre de quien fuera líder
político de la Brigada 2506.
Más allá de los aspectos específicos que han desatado esta protesta, a
efectuarse el día del concierto, dos cuestiones merecen la pena mencionarse.
Una es el énfasis, dado por el propio alcalde de Miami-Dade, Carlos
Giménez, al derecho a protestar, pero "pacíficamente". Y es que resulta
cuestionable la eficacia de una acción de protesta —si se quiere de una
táctica— que a través de los años ha demostrado no solo ser inútil, sino
además servir de pretexto para hablar de la intolerancia en esta ciudad.
Basta recordar el concierto de los Van Van en esta ciudad en 1999.
Ese último año del siglo pasado, Juan Formell actuó por primera vez
aquí, en la ya desaparecida Miami Arena. La ocasión sirvió para que el
sector más recalcitrante del exilio escribiera una de sus páginas más
penosas: botellas lanzadas contra los asistentes, una algarabía que no
tenía nada que envidiar a un actor de repudio en la Isla y los canales
de televisión locales cómplices de aquel espectáculo bochornoso a la
entrada del evento.
La noche de aquel concierto, la música de Formell triunfó a toda regla y
el exilio tradicional inició una retirada ideológica que sobrevive hasta
nuestros días.
La segunda cuestión que resulta muy difícil de entender en Miami, por
parte de ese sector del exilio cada vez más disminuido, es el
significado y objetivo que para Washington tienen los intercambios
culturales.
Lo que tradicionalmente ha sido usado por el gobierno estadounidense
como vía de acercamiento —medio para propagar en un sistema totalitario
el "estilo de vida americana" y canal indirecto y limitado de influir y
propagar la democracia y el funcionamiento de la sociedad civil
occidental— es visto en Miami como confrontación y puja de fuerza.
Intercambios culturales
Cuando la administración de Barak Obama retomó la línea de su predecesor
demócrata Bill Clinton ―con mayor énfasis y buscando más amplitud de
criterios―, lo que hizo fue volver a un tipo de "intercambio",
propulsado pero enunciado a medias, que se concibe por parte de la Casa
Blanca como un objetivo a realizar entre Washington y La Habana, no
entre La Habana y Miami. Al igual que los mexicanos según Borges, en las
muertes atribuidas a Billy the Kid, los exiliados quedaron fuera del conteo.
El argumento de falta de reciprocidad —artistas del exilio anticastrista
no solo actuando sino exponiendo sus puntos de vista políticos en La
Habana o cualquier ciudad de Cuba—, que se escucha a diario en Miami y
en se lee en Internet, parte de una premisa falsa.
Cuando Washington habla de intercambios culturales entre Cuba y Estados
Unidos, se refiere precisamente a que artistas y grupos culturales de
las dos naciones realicen visitas, sin incluir necesariamente la
actuación de artistas exiliados.
La política de embajadores culturales, típica de la guerra fría, nunca
fue concebida como una forma de confrontación, sino todo lo contrario.
A Moscú fue Benny Goodman y Dave Brubeck, no una orquesta de balalaikas
de inmigrantes rusos. Louis Armstrong fue de embajador musical a
diversos países tras el final de la II Guerra Mundial y en plena guerra
fría, incluso a varias naciones africanas que estrenaban su
independencia, no Nina Simone, una excelente cantante y pianista de
marcada participación en el movimiento de derechos civiles.
El exilio cubano comete el error de juzgar los intercambios culturales
bajo la ilusión de Miami como nación. Hay exiliado que aún creen que
cualquier aspecto de la política estadounidense hacia Cuba debe
funcionar de acuerdo a sus intereses, y de que ellos representan a
Estados Unidos en cualquier aspecto de la relación entre Washington y La
Habana.
En el caso de los intercambios culturales entre Cuba y EEUU, estos
incluso no llegan a la categoría de un programa del Departamento de
Estado, sino que todo se ha limitado a la facilitación de visas de
entrada y permisos de viaje por parte de Washington. El equivalente por
parte del gobierno cubano ha sido la nueva ley migratoria.
De lo que podría llamarse la primera etapa del intercambio cultural —esa
que se extendió hasta el gobierno de George W. Bush— quedó poco de valor
por apuntar en ambas partes. Apocalípticos e integrados bajo las
categorías de la tolerancia y la intolerancia, en el exilio se
desaprovechó la oportunidad de definir una posición que evitara la
manipulación del régimen castrista.
La incapacidad de arrojar el lastre de un nacionalismo provinciano hizo
que junto al hostigamiento contra un supuesto enemigo llegado de la Isla
se incrementara la sobrevaloración de la nación existente antes del
primero de enero de 1959. Un fenómeno con culpables no solo en La
Pequeña Habana.
Algunos en esta ciudad y en Washington intentaron cerrar la puerta para
no ver lo que ocurría en la otra orilla. A 90 millas, se optó por omitir
o reducir al mínimo la labor cultural, que en condiciones adversas se
desarrolla en Miami.
Pese a las limitadas aperturas aciales, no hay que olvidar que por
décadas en Cuba se censuraron nombres y logros. Y no hay que hacerlo por
afán de justicia o simplemente revanchismo, sino simplemente porque
todavía en algunos casos se censuran.
La prensa oficial de la Isla padece un síndrome de idiotismo censor, que
solo se explica a partir del apoyo de las esferas de poder. Debían
padecer un bochorno enorme quienes en la prensa oficial cubana por
muchos años omitieron los nombres de los músicos cubanos en cualquier
premiación internacional ―especialmente en EEUU, especialmente en lo
relativo a los premios Grammy―, y si no les ocurre.
Si no son conscientes del ridículo, es que el temor se los impide. Y ese
temor, por supuesto, tiene nombre y casa en la Isla. Este argumento
estaría incompleto sin reconocer que mucho ha cambiado en Cuba en este
sentido, si se compara con el vacío existente décadas atrás. Pero no
solo se deben reconocer los avances, sino llamar la atención sobre lo
mucho que queda pendiente. Con una pequeña nota que aparezca en una
publicación especializada no se resuelve el problema: se ejerce una
pobre justificación.
En esta nueva etapa de los intercambios, al menos dos factores han
cambiado por completo el marco del debate. Uno es la existencia del
Internet, una esfera de acción que en gran medida define el terreno.
El segundo factor es la existencia de una juventud, que en forma
múltiple y con los criterios más disímiles, ha llegado para ocupar su
legítimo lugar en lo que hasta hace poco se limitaba mayormente a
quienes estaban alrededor de los cincuenta años de edad.
Sentido común
Si la política de Washington hacia Cuba del presidente Obama ha sido
definida a buchitos —en el mejor de los casos, ya que se ha
caracterizado por su inercia– una de las pocas gotas de sentido común ha
sido la reanudación de los encuentros académicos, artísticos y
culturales en general.
Esa política tiene mucha mayor importancia que la actuación del dúo
Buena Fe en Miami. Si en realidad produce tanto rechazo este dúo, la
mejor respuesta sería dejar el teatro vacío (las entradas al concierto
ya han sido vendidas casi en su totalidad. De acuerdo a Progreso semanal
todavía hay boletos disponibles).
Como parte de la actitud hacia la Isla, implantada durante la época de
George W. Bush, el Departamento de Estado revocó la excepción de 1999,
que permitía a los artistas visitar y actuar en EEUU. Se volvió a la
época de Ronald Reagan, que prohibía la entrada a todo aquel que pudiera
ser considerado un empleado del gobierno cubano, ya que su labor
beneficiaría a La Habana.
Todo eso ha cambiado, en parte porque quienes eran empleados entonces ya
no lo son —y están desempleados, jubilados o laboran en instrucciones
financiadas en buena medida o totalmente con fondos provenientes del
extranjero— y en parte también por el convencimiento de que dicho
criterio se ha tornado obsoleto no solo para Cuba sino también para este
país.
Los efectos de aquella política discriminatoria afectaba no solo a los
artistas, la cara más visible y mediática del intercambio. También los
científicos de Cuba y EEUU eran considerados sujetos que había que
mantener aislados en sus respectivos laboratorios y centros de estudio,
sin permitírseles la posibilidad del intercambio y la confrontación. A
los especialistas de distintas ramas les resultaba casi imposible viajar
a La Habana y durante años las universidades vieron como, una y otra
vez, quedaban vacías las sillas de los invitados de la Isla, que no
lograban el permiso de entrada a EEUU.
El cambio de política no solo ha beneficiado a los partidarios del
gobierno cubano —o a quienes aún, por las razones más diversas,
continúan manifestando, si no fidelidad militante al menos acatamiento
al sistema imperante en la Isla— sino también a quienes realizan una
labor independiente o expresan criterios propios. Ello se ha visto tanto
en universidades como en los diversos foros académicos.
En el caso de los artistas, no se trata de algo tan simple como las
ganancias que pudieran obtener producto de un concierto, merecidas por
cierto. En cumplimiento de las normas que rigen el embargo
norteamericano, los músicos cubanos no reciben ingresos por sus
actuaciones. Sin embargo, una gira implica una mayor difusión de sus
obras y un aumento en las ventas de sus discos compactos —que desde 1988
se venden legalmente en las tiendas de todo el país, especialmente en Miami.
Para quienes aún se declaran a favor de la exclusión de quienes vienen
de Cuba, ésta se fundamenta en impedir que el régimen cubano se
beneficie de sus artistas y científicos. Un razonamiento esgrimido
infatigablemente en La Calle Ocho a lo largo de muchos años. Hay sin
embargo una doble moral en ello.
Esa doble moral se puso de manifiesto especialmente durante los ocho
años de mandato de Bush, al permitir a los agricultores estadounidenses
viajar a Cuba, para vender sus productos, y al mismo tiempo impedir a
los artistas venir a actuar a este país o a los investigadores
participar en congresos científicos.
Hay también una doble moral en quienes en Miami se declaran en contra de
artistas y conciertos, pero por las más diversas razones no solo viajan
a la Isla sino continúan comprando en establecimiento que obtienen
partes de sus ganancias con las ventas de artículos destinados a quienes
viven en Cuba. Y en Miami, este negocio no se limita a las agencias de
viajes y tiendas especializadas, sino que se extiende a cualquier
supermercado o bodega y farmacia de esquina.
La otra cara de asumir una posición moral a ultranza, es que hay que ser
consecuente y llevarla a cabo plenamente.
Doble censura
También un argumento socorrido al tratar este tema es apoyar unas
restricciones con otras. Quienes defienden que artistas de la Isla no
puedan actuar en Miami argumentan que músicos del exilio no se escuchan
en la radio cubana. Curioso eso de tener que acudir al enemigo a falta
de una explicación mejor. La censura en Cuba como la justificación
perfecta para ejercerla en esta ciudad. En vez de condenar ambas,
establecer una relación simbiótica malsana. Un tipo de anticastrismo que
mejor se definiría como la etapa final del totalitarismo.
En el fondo, lo que rige en quienes buscan la prohibición de que
artistas de la Isla actúen en Miami —y hacen todo lo posible para
negarles escenarios— es la creencia de que el exilio cubano,
especialmente el de Miami, es tan inmaduro políticamente, que hay que
mantenerlo alejado de cualquier visitante que pueda disgustarle.
Lo mejor para todos es recordar que en este país existe la Primera
Enmienda, que garantiza la libertad de expresión —hasta de opiniones que
no nos gusten, no compartamos o no sean compartidas por todos— y que
dicha enmienda vale tanto para quienes cantan como para quienes
protestan. Por ello debe ser respetado el derecho a protestar, pero
igualmente hay que expresar satisfacción ante la decisión del alcalde
Giménez de no cancelar el concierto.

Source: De intercambios, protestas y botellazos - Artículos - Opinión -
Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/de-intercambios-protestas-y-botellazos-320237

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