La historia y su trasfondo
By ARIEL HIDALGO
Cuando una persona tiene algún problema de adicción, como alcoholismo o
droga, se requieren pasos previos al proceso de sanación: primero que
reconozca que tiene un problema; y segundo que reconozca su
responsabilidad en ese problema. A los cubanos, como pueblo, nos pasa
algo parecido y nuestro problema no dura 50 años, sino más de 150, y es
el fanatismo ciego con que defendemos nuestros puntos de vista,
creencias y preferencias y el rechazo a todo aquel que es diferente, lo
cual nos conduce a un perpetuo desencuentro y a veces, incluso, a
matarnos los unos a los otros. Y no queremos reconocer siquiera que
exista el problema. ¿Nuestros conflictos? Productos de la fatalidad, la
desgracia de que siempre aparezca algún caudillo perpetuándose en el
poder con el apoyo de alguna camarilla. O si no, el mal viene de fuera,
de alguna potencia extranjera. Nosotros, como pueblo, sólo somos las
víctimas.
Entonces, como no queremos reconocer nuestra responsabilidad,
reinventamos la historia, la desfiguramos y escribimos las ''historias
oficiales'', no sólo la que se impuso después del 59, sino incluso la
que existía antes de ese año.
El conflicto independencia versus colonia, por ejemplo, no fue tanto
entre cubanos y españoles como entre unos cubanos y otros. La verdadera
historia de la Guerra de los Diez Años se desenvolvió no tanto en los
campos de batalla como en los campamentos entre los propios cubanos. La
Cámara de Representantes, pretextando infames acusaciones, destituyó al
presidente de la República en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, quien
fuera abandonado sin protección de escoltas en un paraje serrano donde,
indefenso, fue sorprendido por una partida enemiga cuyas balas segaron
su vida. Los motines se sucedían uno tras otro. Nadie acataba jefes de
otras provincias, los hacendados pretendían la exclusividad de altos
rangos y muchos soldados blancos, con la esclavitud aún agazapaba en el
alma, resistían órdenes de jefes negros. Los cubanos fueron derrotados,
pero no por tropas españolas. Sus verdaderos enemigos eran ellos mismos.
En los 90 José Martí organiza un partido y concibe un plan para una
guerra relámpago que libere a Cuba y Puerto Rico y así adelantarse a los
planes intervencionistas de Estados Unidos sobre estas islas y sobre el
istmo de Panamá donde se construye el futuro canal, y es justamente un
alto oficial de aquella primera guerra quien denuncia los planes a las
autoridades norteamericanas y todo el armamento es ocupado. A pesar de
todo la guerra se desata, pero ya el objetivo estratégico internacional
se ha frustrado.
Alcanzada la independencia en 1902, a los cuatro años ya estaban los
cubanos guerreando nuevamente entre ellos mismos porque el primer
presidente electo quiso reelegirse violentando los comicios.
La solución insurreccional sería la fórmula para resolver los problemas
a lo largo de todo el siglo, pero siempre retornábamos tarde o temprano
al punto de partida.
En los años 40 tendríamos la Constitución más avanzada del continente y
tribunales especiales para la preservación del sistema democrático. ¿De
qué sirvió tanta perfección? A los doce años un general echó aquella
Constitución en la basura. ¿Fue condenado por el Tribunal de Garantías
Constitucionales? ¿Fue condenado por el Tribunal de Urgencia? ¿Se
resistieron los militares en los cuarteles? ¿Se lanzó el pueblo
multitudinariamente a las calles? Nada de eso. Sólo pequeños grupos
aislados protestaron. De nada valen las más perfectas instituciones si
no echan raíces en la conciencia ciudadana.
Hoy decimos que lo que separa a los cubanos es un solo hombre y que él
fue quien traicionó los ideales libertarios. Pero no fue él quien salió
multitudinariamente a las calles a recibir con los brazos abiertos a los
supuestos libertadores, no fue él quien llenó las plazas mientras pedía
paredón a los opositores y no fue él quien suplantó los cuadros de
Cristo en los hogares por la imagen del nuevo caudillo.
Hoy, en el destierro, numerosos cubanos de varios países de Europa y
América nos reunimos, por la magia de la internet, para ir a donde había
que ir desde un principio para la conquista de la libertad: a la
conciencia nacional, para que los cubanos lleguen al convencimiento de
que más importante que las ideas políticas de los seres humanos, más
importante que los partidos políticos, más importante que las
preferencias y particularidades de los seres humanos, más importante que
las diferencias religiosas de los seres humanos, son los seres humanos
mismos, y para que de una vez y para siempre lo que rija nuestra
conducta en la búsqueda de todas las soluciones sean el amor y la concordia.
ARIEL HIDALGO: La historia y su trasfondo - Opinión - El Nuevo Herald (4
July 2009)
http://www.elnuevoherald.com/opinion/story/489571.html
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