Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Mayo es un mes cálido y
lluvioso, pero comienza con un desfile que evoca un suceso del siglo
XIX. El hecho no ocurrió en La Habana sino en la ciudad de Chicago,
Estados Unidos, donde la celebración es menos espectacular que en
nuestra capital y en otros pueblos de Cuba, en los que los actos y las
consignas marcan la memoria colectiva de varias generaciones.
Si no fuera por el discurso del secretario general de los sindicatos y
por las historias que ofrecen la radio, la televisión y los periódicos
cada primero de mayo, millones de personas no estaríamos al tanto del
sacrificio de aquellos trabajadores que reclamaban sus derechos en 1881.
Es bueno recordar las fechas históricas, pero cuando la evocación es
convertida en espectáculo político con tantas banderas, discursos y
metas resulta sospechoso, pues detrás del pasado se encubren problemas e
injusticias actuales.
Yo fui uno de esos adolescentes movilizados a la Plaza de la Revolución
por la escuela. Para nosotros el primero de mayo era un día festivo, no
luctuoso. No escuchábamos los discursos ni veíamos el desfile. Tan
pronto el ómnibus que nos transportaba a la Plaza parqueaba cada cual
cogía por su rumbo, en busca de la novia o del amigo que viviera más
cerca del lugar del retorno. Éramos simples átomos que escapaban del
tumulto, una cifra en las estadísticas de un régimen que mira al pasado
para secuestrar el presente.
Aunque la dictadura del proletariado no es más que un mito, la
exaltación de sucesos como el primero de mayo resulta imprescindible por
su valor simbólico. Los obreros no son libres ni gobiernan el país, pero
se les hace creer que detentan el poder y que viven bajo su propio paraíso.
Como la prensa acreditada en la isla reporta el desfile en base al guión
entregado por las autoridades, estas organizan cada detalle para
demostrar el "apoyo incondicional del pueblo al socialismo". En este
juego de apariencias los sindicatos actúan "como polea de transmisión
del Partido Comunista". Sólo una voz se proyecta al mundo bajo el
tinglado de la dictadura.
No vale la pena describir los métodos de movilización, los estímulos
previos, la coacción psicológica ni el papel de los medios de
comunicación en la movilización de las masas el primero de mayo. Para
los cubanos de la isla o del exilio eso sería tan aburrido como los
discursos y los carteles que casi nadie escucha ni lee.
La celebración es, en cierta medida, un problema de atmósfera; un acto
de legitimidad y propaganda; un ritual hacia afuera. El discurso del
poder necesita los altoparlantes y la liturgia pública para perpetuar el
dominio de una minoría burocrática sobre el resto de la sociedad.
Mientras obtenga la complicidad de millares de ciudadanos gobernarán al
país como a un rebaño.
Cuba: El mismo cuento (2 May 2009)
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