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Wednesday, January 17, 2007

Morir con dignidad

OLA REPRESIVA
Morir con dignidad
Jorge Olivera Castillo

LA HABANA, Cuba - Enero (www.cubanet.org) - Miguel Valdés Tamayo nos
dijo adiós. Murió con sus ideas pulcras, la sencillez que despedía junto
a una sonrisa hecha de franquezas y espontaneidad.

Pude observarlo a distancia aquella primavera de 2003 que nos trajo la
cárcel e hizo del dolor un parámetro fijo. En esas órbitas estuvimos, y
aún están muchos de los condenados en el proceso que borró la línea
entre la justicia y el horror.

Ibamos en el mismo ómnibus. Alrededor de dos docenas de prisioneros de
conciencia seríamos, en breve, repartidos por diversas prisiones a lo
largo de la isla. Pregunté a varios colegas por la identidad de él y de
otros que no conocía. De los interpelados nadie pudo darme una respuesta
satisfactoria. No obstante, sabía que era otro inocente lanzado al
abismo de la desidia por un tribunal despojado de imparcialidad.

Todos mostrábamos en el rostro las señales de las torturas psicológicas.
Habían transcurrido más de 30 días de encierro en celdas tapiadas bajo
el influjo de una luz fluorescente que nunca se apagó, sin apenas
ventilación y un espacio concebible para una persona, ocupado por cuatro.

Para rebajarnos moralmente los captores decidían mezclarnos con
delincuentes comunes. De ahí los semblantes demacrados, la merma en el
peso corporal. Cada uno tenía un guardia a su lado. Sin embargo, en
aquel momento nada pudo contra la euforia que brotó a raíz del
encuentro. No dudo que los temores levitaban dentro del autobús.

A casi cuatro años del acontecimiento puedo recordar los destellos de
esperanza y el espíritu de confraternidad que se produjo, disminuidos
por la intervención de nuestros custodios, pero de ninguna manera
eliminados.

Miguel Valdés Tamayo ocupaba un lugar en los primeros asientos. Yo,
desde el fondo, pude captar la imagen de quienes me eran desconocidos y
convencerme de que la integridad y la ética reinaban.

En ninguno de los presentes habitaba el fantasma de claudicación. A
Miguelito le tocaron 15 años de cárcel, al igual que a Adolfo Fernández
Sainz. Tal condena fue asumida con firmeza. La razón siempre estuvo de
nuestra parte.

Tamayo, como solía llamarlo, no hizo más que proclamar la necesidad de
instaurar en Cuba un estado de derecho, denunciar las iniquidades del
dogma totalitario, abogar por una república sin el velo de los
fundamentalismos.

No me tiembla el pulso al escribir que murió íntegro, ajeno a las culpas
fabricadas en los talleres del odio. Por eso se le recuerda con cariño y
tristeza como a un miembro de la familia.

Enfermo, buscó curarse en un exilio que nunca se concretó. Las
autoridades migratorias le negaron la autorización para salir. Lo
hostigaron de mil maneras, señalándole el camino de la muerte.

Compartíamos un escenario similar. Él ya no está. Yo aún espero por ese
permiso después de una licencia extrapenal por motivos de salud. Quizás
tenga que morir prácticamente asesinado como le ocurrió este 10 de enero
a Tamayo.

Adolfo Fernández, Ricardo González, Pedro Argüelles, y muchos más
también son candidatos a la muerte. Pues están allá lejos de sus hogares
y sometidos a la crueldad del encierro por ejercer el derecho de
manifestarse sin miedos ni condiciones.

http://www.cubanet.org/CNews/y07/jan07/17a8.htm

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