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Monday, January 22, 2007

Censura, estas ahi? I

CON OJOS DE LECTOR
Censura, ¿estás ahí? (I)

Ninguna manifestación artística ha logrado escapar en Cuba a las tijeras
y el lápiz rojo del Gran Hermano.

Carlos Espinosa Domínguez, Miami
lunes 15 de enero de 2007 6:00:00

En la etapa durante la cual viví en Madrid, recibí en una ocasión la
visita de un amigo de la Isla. Incapaz de resistir la curiosidad, se
puso a fisgonear en los libreros (una costumbre, tengo que confesarlo,
que no me agrada). Cuando llegó a una estantería donde estaban ordenados
los casetes, me expresó con una sonrisa un pelín burlona lo sorprendido
que estaba de hallar nombres como los de Raphael, los Brincos, Fórmula
V, Massiel, Cristina y los Stops, Charles Aznavour, los Bravos… Le
expliqué que sencillamente era la música que formó parte fundamental de
mi educación sentimental, en los años cuando era estudiante de
secundaria y, luego, de preuniversitario.

Entonces, el único modo de poder escuchar esas canciones en Cuba, o por
lo menos en el pueblo de campo donde yo vivía, era la radio. Las
grabadoras y los equipos de música eran cosas con las que no se podía ni
soñar, aparte de que luego estaba el problema adicional de cómo
conseguir los casetes y las cintas. Recuerdo que uno de los amigos con
quienes acostumbraba salir y reunirme tenía una hermana en La Habana que
estaba casada con un marinero griego. Gracias a eso se hizo de una
grabadora que llevaba a las fiestas que algunas veces organizábamos. Era
un armatoste tan grande como pesado, que se cargaba como una maleta. Una
de esas antiguallas que hoy sólo se pueden encontrar en las thrift
stores, esas tiendas de segunda mano que tanto abundan en Estados Unidos.

Muchos años después, cuando tuve por primera vez la oportunidad de
comprar los casetes (los discos compactos aún demorarían en aparecer)
con aquellas viejas canciones, quise hacerle un regalo tardío a aquel
muchacho que alguna vez fui y que nunca las pudo tener. Volverlas a
escuchar ya fuera de la Isla, debe haber sido para mí una manera de
entregarme a la embriaguez de la nostalgia ("Este pan tiene el sabor de
un recuerdo", dice en un verso Humberto Saba). Pero me deparó también
algunos hallazgos que no esperaba. Me precio de tener una excelente
memoria, y podía ir repitiendo la letra de los temas mientras sonaban en
el estéreo. En algunos casos, sin embargo, había estrofas que estaba
seguro no haber escuchado antes. En Ding, dong, las cosas del amor, uno
de los tantos números que el argentino Leonardo Favio popularizó en
Hispanoamérica, estaba ésta: "Ella es frágil, tierna y dulce, / mira que
encontrarla yo. / Voy pensando y me sonrío, / para mí que existe Dios".
Algo similar advertí en Cuando vuelvas, de los españoles Mitos. En la
versión que conocimos a través de las emisoras de la Isla no figuraba:
"Por las noches rezo / y al Señor le pido tu querer. / Pero siento
miedo, / miedo de que te voy a perder".

Los dos son ejemplos de censura, esa prima hermana de la inquisición
medieval que se relaciona con el poder, la represión y la manipulación.
En ambos casos, la tijera de los censores estaba dirigida contra las
ideas religiosas, una de las bestias negras del castrismo durante la
década de los sesenta y parte de la de los setenta. Esa misma razón fue
la que provocó que en Cuba se divulgaran y popularizaran todas las
canciones de Juan y Junior, excepto una: En San Juan. La letra no puede
ser más cándida e ingenua, pues no hay que olvidar que fue escrita bajo
la también inflexible vigilancia de otro régimen dictatorial. Pero en la
cruzada anticlerical desatada en la nueva Cuba, resultaban inadmisibles
cosas como: "El pórtico en la iglesia de San Juan / y el santo de madera
frente a ti / se hicieron mis amigos / y fueron mis testigos/ el día que
nacía nuestro amor. / El santo sonreía bonachón / y yo un poco azorado
te miré / diciendo pocas cosas / sencillas y amorosas. / Un día nos
queríamos casar / en San Juan".

De esas operaciones de amputación de contenidos inconvenientes se pudo
escapar el Corazón contento, del argentino Palito Ortega. Como a
nosotros nos llegó a través de la versión de la española Marisol,
pudimos escuchar y tararear aquello de "y le pido a Dios que no me
faltes nunca". Hubiera sido un poco complicado explicarle al camarada
Antonio Gades, a la sazón esposo de la cantante, por qué a los cubanos
se les censuraba una frase tan ideológicamente inocua, mientras que en
la España franquista, en cambio, Joan Manuel Serrat podía tratar
temáticas de crítica social en sus canciones y grabar un álbum completo
con los poemas de Miguel Hernández, muerto en la cárcel, y a Massiel y
Fernando Fernán Gómez se les permitía representar un espectáculo con
canciones de Bertolt Brecht y Kurt Weill.

Son sólo unos pocos ejemplos que ilustran la censura que se aplicó en la
música. A los mismos quiero agregar uno más: en las emisoras de la Isla
nunca se permitió la canción de Luis Aguilé Cuando salí de Cuba, pues
pese a que no se dice de manera explícita, se puede interpretar que
quien habla tuvo que dejar su patria por motivos muy serios: "Cuando
salí de Cuba / dejé mi vida, dejé mi amor. / Cuando salí de Cuba / dejé
enterrado mi corazón". Mas hasta aquí me he referido a censuras de
letras y de canciones específicas. En otras ocasiones, el ataque de los
perros guardianes tuvo como blanco a intérpretes y grupos. Por ejemplo,
en un momento dado dejaron de programarse las grabaciones de Raphael,
Julio Iglesias, Santana y José Feliciano, entre otros. A propósito de
las razones por las cuales se prohibió a este último, recuerdo haber
oído esta explicación: había declarado públicamente que prefería ser
ciego en Puerto Rico a poder ver, si para ello el precio era tener que
vivir en Cuba. Estoy convencido de que la anécdota es apócrifa, pero no
me negarán que resulta muy creíble. Mas tanto en el caso de Feliciano
como en el de los otros artistas, lo que comentábamos no pasaban de ser
puras especulaciones, chismes. Como bien hace notar Roberto Madrigal en
su novela Zona congelada, la lista de los censurados sólo se conocía vox
pópuli, nunca de forma escrita, "porque la buena censura es así, no
aclara sus propósitos para que al terror se sume la incertidumbre".

Mas antes de proseguir, creo pertinente hablar de manera general sobre
este crimen que, por lo general, se justifica invocando la noción del
bien colectivo. El término censura proviene del latín censure, que
quiere decir estimar, tasar, evaluar. ¿Cómo adquirió después un
significado tan diferente? Eso se explica si se recuerda que en la
antigua Roma, la responsabilidad del censor y la de la persona encargada
del censo de las personas se hallaban muy relacionadas. Los censores
eran oficiales designados para presidir el census, es decir, el registro
de los ciudadanos, con el propósito de determinar los deberes que les
correspondían dentro de la comunidad. La tarea de lo que hoy llamaríamos
censador consistía en llevar el control de los habitantes; la del
censor, clasificar y controlar los productos salidos de la mente de las
personas (libros, ideas). Ambos, censo y censura, eran (son) formas de
vigilancia. Y en el caso concreto de la segunda, representa un mecanismo
utilizado para imponer prohibiciones o restricciones a las personas o
ideas que pueden trastornar el orden establecido.

Impunidad absoluta para censurar

Al arte y a la literatura les ha tocado crecer en más de una ocasión
bajo regímenes despóticos. Pero como a menudo ha hecho notar George
Orwell, el despotismo de otras épocas no fue tan riguroso como el
totalitarismo que varios países sufrieron durante el siglo XX. Eso se
debe a que en aquél, el sistema represivo siempre fue ineficiente, y las
clases que dirigían los aparatos de control y regulación usualmente eran
corruptas, apáticas y hasta medio liberales. Nada que ver con el elevado
nivel de perversión y eficacia con el que funcionaban las instituciones
censoras de los regímenes totalitarios, en particular, los comunistas.
Un simple dato puede dar una remota idea de las proporciones que esa
maquinaria llegó a alcanzar: en la extinta Unión Soviética, 70 mil
burócratas supervisaban la actividad de 7 mil escritores. O sea, que
cada autor tenía asignados diez correctores.

En esos países, la censura disfrutaba además de una impunidad absoluta.
Al estar concentrados los controles prescriptivos y restrictivos en
manos del Estado, la intervención de los censores no necesitaba ser
justificada ni declarada, pues era parte de la rutina práctica y
operativa. Al Estado pertenecían asimismo las editoriales, las galerías
de arte, los museos, los periódicos y las revistas, los canales de
televisión, las emisoras de radio, los teatros, las imprentas, los
estudios cinematográficos. Eso garantizaba, por ejemplo, que al ser
desaprobado el original de un libro, su publicación era imposible. En
ese sentido, conviene destacar también que sólo el hecho de escribir o
crear una obra que, por algún motivo (no importaba si ese motivo era
artístico o político, puesto que lo estético y lo ideológico no se
hallaban separados), no agradase a los comisarios, constituía un delito
por el cual se podía ser condenado o sancionado.

En 1974, el escritor y dramaturgo cubano René Ariza (La Habana,
1940-California, 1994) fue condenado a ocho años de cárcel, de los
cuales cumplió cinco. Cuentos, piezas teatrales y poemas inéditos suyos
fueron descubiertos por la policía en el equipaje de un joven español, y
eso bastó para que se le llevase ante los tribunales por "escribir
propaganda enemiga". Y llamo la atención sobre ese detalle: únicamente
por escribirla. Es decir, que en su caso, al igual que el de otros
autores que fueron condenados a prisión o expulsados de la universidad
(Carlos Victoria, Rafael E. Saumell, Manuel Ballagas, Leandro Eduardo
Campa, Esteban Luis Cárdenas, Daniel Fernández, son algunos nombres que
me vienen a la memoria), la penalización se sustentaba no en el delito,
sino en la intención. El castigo se aplicaba, por tanto, a priori, antes
de que las obras pudieran causar los supuestos daños que se les imputaban.

Conservo una copia de la Resolución Rectoral 89/ 73, que lleva estampada
al final la firma de Hermes Hernández Herrera, entonces rector de la
Universidad de La Habana. La misma se refiere al expediente
disciplinario seguido a Daniel Iglesias Kennedy, estudiante de la
Escuela de Lenguas Modernas de la Facultad de Humanidades. Según se
expresa en el documento, la Comisión Investigadora creada para analizar
su caso (la integraban dos profesores y una alumna en representación de
la Unión de Jóvenes Comunistas) solicitó una copia de la novela Esta
tarde se pone el sol, que Iglesias Kennedy había presentado al Premio
Casa de las Américas de ese año (1973).

El dictamen fue que dicha obra "es, por sí misma, una prueba de las
debilidades ideológicas de su autor y de la participación de éste en
actividades antisociales desarrolladas por elementos disolutos en
contubernio con agentes extranjeros, pues en dicha novela se recogen
aspectos autobiográficos que reflejan esa participación en tales
acciones; pudiendo concluirse que la referida novela está en
contradicción con los principios establecidos por el Congreso de
Educación y Cultura y con la moral comunista". Como circunstancia
agravante, Iglesias Kennedy "ha mantenido una conducta social
inaceptable para graduarse en la carrera que estudia en dicha Facultad,
y aunque ha obtenido resultados docentes satisfactorios, sus relaciones
con los demás estudiantes, en la esfera de las tareas sociales y
políticas, no han resultado igualmente satisfactorias". Todo eso lleva
al rector a declarar a Iglesias Kennedy "culpable de los hechos que se
le imputan" y a sancionarlo "con la medida de separación indefinida como
alumno".

Hay ocasiones en las que resulta muy difícil entender los motivos que
llevan a los censores a prohibir una obra. En 1956, el British Board of
Film Censors a prohibir una película de Jean Cocteau. Su argumento fue:
"El filme aparentemente carece de sentido, pero si tuviera alguno
entonces es indudablemente censurable". En esa categoría del absurdo
tiene perfecta cabida un caso que está recogido en los anales de Human
Rights. En 1983, el Tribunal Popular de 10 de Octubre y la Corte de
Crímenes contra la Seguridad del Estado del Tribunal Popular de La
Habana condenaron a Mario Gastón Hernández a tres años de prisión. Su
"crimen" fue traducir un libro sobre las profecías de Nostradamus, lo
cual fue considerado un intento de tratar de difundir propaganda
enemiga. Se solicitó la opinión autorizada de miembros de la UNEAC,
quienes dictaminaron que el texto en cuestión era "diversionista,
anticomunista y antisoviético". Un representante alemán de la Comisión
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas calificó de insólita la
sentencia, y expresó que Nostradamus había vivido en el siglo XVI. Pero
ya se sabe que con los centinelas de la sociedad no valen las
explicaciones sensatas o lógicas. Parafraseando a Pascal, la censura
tiene razones que la razón no comprende.

Los escritores y artistas a quienes ha tocado la desgracia de vivir y
crear bajo tales regímenes dictatoriales, bien pudieran adoptar como
divisa estas palabras que Beaumarchais expresó a través de uno de los
personajes de Las bodas de Fígaro: "Con tal de que no hable en mis
escritos ni de la autoridad, ni de la religión, ni de la política, ni de
la moral, ni de las gentes locales, ni de las corporaciones, ni de la
ópera, ni de los otros espectáculos, ni de nadie que desempeñe un cargo,
puedo escribir libremente lo que quiera, bajo la inspección de dos o
tres censuras".

Nota del Autor: La idea de este trabajo, primero de una serie que
continuará en las próximas semanas, comenzó a gestarse a fines de
septiembre, y fue cobrando forma en los meses siguientes. Varios amigos
míos lo pueden atestiguar, pues durante este tiempo les he escrito
correos electrónicos o los he llamado por teléfono para pedirles
informaciones, sugerencias, datos. La salida de este primer artículo
viene a coincidir con las airadas y justas reacciones que ha suscitado
en la Isla la reivindicación de un siniestro comisario hecha en un
programa de la televisión. El que ambos hechos ahora concurran es, como
se suele aclarar en las películas, pura coincidencia. No se trata, pues,
de oportunismo de mi parte, ni siquiera de sentido periodístico de la
oportunidad. Por lo demás, para muchos de los firmantes de las protestas
el hecho de que tan execrable personaje recibiese ese homenaje mediático
significa un intento de resucitar una historia antigua, que diría el
compañero Fernández Retamar (compañero de ellos, quiero decir, no mío,
¡Dios me libre!). Para mí, por el contrario, constituye un problema que,
al igual que el dinosaurio de Monterroso, estuvo y sigue estando ahí. De
manera que el título de estas páginas debe tomarse como lo que es, una
pregunta retórica.

Dirección URL:
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro-en-la-red/cultura/articulos/censura-estas-ahi-i

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