Los nombres del fracaso
Nada se ha vuelto a saber de la Maltinga. Si alguien tiene noticias
frescas se agradece la información
Alejandro Armengol, Miami | 22/09/2014 6:58 pm
Fue noticia en octubre de 2012. Investigadores y estudiantes de la
Universidad de Matanzas habían creado la Maltinga, una "bebida
energética" hecha con moringa, la planta que Fidel Castro aún menciona a
los mandatarios extranjeros, quienes ocasionalmente acuden a visitarlo
en La Habana para esa especie de certificación "revolucionaria" que
otorga la foto de ocasión.
Para hacer la bebida contaron con la ayuda del Fondo Canadá-Cuba para
Iniciativas Locales, que otorgó una financiación de 21.000 dólares
canadienses para su elaboración en "mayores volúmenes". La cifra resulta
más que ridícula de acuerdo a los estándares internacionales, pero
sirvió al menos para dar la información en un periódico local.
La Maltinga nació en una instalación piloto del Departamento de Química
e Ingeniería Química, donde los estudiantes hacían cerveza, malta y
otros productos, durante prácticas de la asignatura Bioquímica, informó
en su día el periódico matancero Girón.
En la nota se expresaba que la bebida estaba en fase experimental,
aunque había sido presentada en un evento singular para hablar de ese
tipo de productos: el Fórum de Piezas de Repuesto, en la Universidad de
Matanzas (UMCC).
No estaba claro como aquello, que supuestamente era una malta, serviría
también de "pieza de repuesto", pero era de esperar al menos que se
usara para "reponer" energías. En cualquier caso, el diario matancero se
apuraba en señala que la bebida había sido "bien acogida por el grupo
científico de esa institución".
El coordinador y representante legal del proyecto, doctor Marcelo Marcet
Sánchez, aclaraba que aquel mejunje, pócima o refresco —la clasificación
final queda a manos de quienes lo hayan probado— tenía "varios
atractivos", el primero de los cuales era la preservación del medio
ambiente, pues se elaboraba a partir de un desecho, el bagazo de malta,
un producto residual de la industria cervecera.
Curioso eso de mencionar la cualidad de "desecho" para algo de beber,
antes que el sabor, por ejemplo. Pero era evidente que aquí la política
—o mejor el oportunismo político— tenía prioridad frente al sabor. Si
Fidel Castro hablaba de la moringa, esta tenía que ser buena.
Mediante un proceso químico, ese residuo se mezclaba con arroz malteado
germinado, jugo de caña o azúcar y moringa. Y así se obtenía la bebida
perfecta para que el Comandante tuviera algo que brindarle a su invitados.
¿Alguien ha vuelto a oír hablar de la Maltinga? Debe continuar en fase
experimental, o a la espera de otro donativo canadiense o de cualquier
otro país. ¿Está incluida entre los famosos planes inversionistas? ¿No
ha surgido aún el aventurero internacional dispuesto a arriesgar su
dinero en tal empresa?
No se ha vuelto a saber de la Maltinga —si alguien tiene noticias
frescas se agradece la información— pero más allá del producto en sí,
llama la atención el nombre escogido, que a los efectos publicitarios
bastaba para condenarla al fracaso. En eso de los nombres, tras 1959 en
Cuba se han creado muchos malos productos y algunos buenos, pero siempre
con denominaciones equívocas.
Algún día se escribirá la historia de la cadena de desaciertos a la hora
de elegir nombres luego del 1 de enero de 1959, sea para un queso o un cine.
Estos desatinos se destacan aun más por el hecho de que antes de esa
fecha, la capacidad a la hora de poner nombres, identificar productos y
establecer marcas en la Isla competía con la publicidad estadounidense.
En muchos casos, Cuba no se limitaba a copiar, sino adaptaba y creaba
patrones publicitarios. Esa capacidad para la innovación lingüística no
solo se había trasladado a la comedia radial, sino que llegaría a la
literatura en años posteriores.
Sin embargo, tras la llegada de Castro al poder, en el modelo cubano la
propaganda se limitó a copiar consignas y lemas con mayor o menor éxito
—ya fueran soviéticas o de la guerra civil española—, mientras que la
visualización de tales consignas quedó en manos de diseñadores —lo que
llevó a una producción de un rico contenido plástico— y la retórica se
redujo al sofisma. Al tiempo que esto ocurría, en la publicidad todo se
limitó a un mínimo carente de gracia y originalidad.
Esto obedeció, en primer lugar, a que la publicidad fue considerada
sinónimo de capitalismo. Abolida su enseñanza en centros independientes
y proscrita en la Escuela de Psicología.
A partir de ese momento, los sustitutos más absurdos fueron utilizados
para tratar de borrar el pecado original de la publicidad. Dos de los
que ofrecieron más tristes resultados fueron la apelación a nombres,
hechos y situaciones del proceso independentista y el empleo de
supuestas palabras aborígenes.
De esta forma, el Radiocentro —un cine en el centro de La Rampa, en El
Vedado, que en sus inicios formó parte del edificio de un radial y
televisivo— fue rebautizado como Yara, y un queso azul de producción
nacional recibió el nombre de Guaicanamar.
Quizá a estas alturas los cubanos ya se han acostumbrado a llamar Yara
al cine, un nombre breve y que para las generaciones jóvenes debe tener
una carga histórica menor.
Por entonces también, y según un proyecto del propio Castro, Cuba hacía
cuatro tipos de quesos azules. Se comenzaron a elaborar en cuevas de
Pinar del Río —al igual que los producidos en los Picos de Europa, en
España—y luego se estableció una planta procesadora. Tres de las
variedades conservaron sus nombres originales — Camembert y Brie, que
son de origen francés y en la actualidad no propiamente quesos azules, y
otro italiano, Gorgonzola— y la cuarta, bautizada no sé por qué razón
Guaicanamar, difería sustancialmente del Cabrales asturiano y se
acercaba en el recuerdo a un Stilton británico, lo cual no era poco
mérito al considerar que éste es el mejor de los quesos azules.
Así que —pese al nombre desafortunado— la Isla había logrado elaborar un
queso azul bastante bueno para un país sin tradición en estos productos,
solo con la referencia anterior a los hechos en La Península, que se
vendían en algunos almacenes españoles en capitales de provincia y
ciertas tiendas especializadas en La Habana. Además de una mención de
Vargas Llosa —al hablar del conocimiento que demostró Castro de los
quesos azules franceses durante una conversación con Julio Cortázar— en
un artículo donde describió un encuentro del gobernante con
intelectuales europeos y latinoamericanos invitados al jurado del premio
Casa de las Américas.
Es posible que ya no exista o sea apenas un plato más en mesas de
recepciones y casas de los pocos altos funcionarios con gustos refinados.
Guaicanamar entonces, seguirá siendo solo el nombre original de una zona
geográfica.
Maltinga surgió libre de esos temores y pretensiones. Fue simplemente un
facilismo, la unión a la carrera de dos nombres y el deseo oportunista
de ponerse a tono con las circunstancias. Pero al parecer no pasó de
noticia breve en un periódico de provincias.
Source: Los nombres del fracaso - Artículos - Cuba - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/los-nombres-del-fracaso-320284
No comments:
Post a Comment