Habana ¡cómo me dueles!
YOANI SÁNCHEZ, La Habana | 16/11/2014
Ser habanero no es haber nacido en un territorio, es llevar ese 
territorio a cuestas, no poder desprenderse de él. La primera vez que 
caí en la cuenta de que pertenecía a esta ciudad, tenía siete años. 
Estaba en un pueblito de Villa Clara, tratando de alcanzar unas guayabas 
en una rama, cuando un montón de chiquillos de aquel lugar nos rodearon 
a mi hermana y a mi. "¡Son de La Habana! ¡Son de La Habana!" chillaban. 
En ese momento no entendíamos tanto alboroto, pero con el tiempo nos 
dimos cuenta que nos había tocado un triste privilegio. El haber nacido 
en esta urbe venida a menos, en esta ciudad cuyo mayor atractivo es lo 
que pudo ser, no lo que es.
Soy totalmente urbana, citadina. Me crié en una zona del barrio de Cayo 
Hueso donde los árboles más cercanos quedaban a más de quinientos 
metros. Me siento hija del asfalto, del olor a queroseno, de las 
tendederas que gotean desde los balcones y las tuberías albañales que se 
desbordan de tanto en tanto. Esta nunca ha sido una ciudad fácil. Ni 
siquiera en las postales para turistas, con sus colores retocados, se 
puede ver una Habana cómoda y comprensible.
A veces ya no quiero caminarla, porque me duele. Voy subiendo por 
Belascoaín, a mis espaldas me queda el mar con esa brisa que conozco tan 
bien. Llego a la esquina con la calle Reina. Hay una Iglesia estilo 
gótico, que cuando niña tenía la impresión que se perdía entre las 
nubes. Allí vi por primera vez un árbol de Navidad cuando tenía 
diecisiete años. Avanzo por los portales, dando un salto aquí y otro 
salto allá. Hilillos de agua corren de algunas escaleras y una señora 
intenta venderme unas cremitas de leche que tienen el mismo color de la 
calle.
Ya veo el semáforo de Galiano, pero el paso se hace más lento porque hay 
mucha gente. Un policía dobla la esquina y algunos se esconde detrás de 
las puertas o entran a las tiendas como si fueran a comprar algo. Cuando 
el guardia se haya ido, volverán a ofrecer sus mercancías en un 
murmullo. Porque La Habana es una ciudad de gritos y de susurros. El que 
se queda con su algarabía, nunca podrá escuchar sus cuchicheos. Lo más 
importante siempre se dice con una seña, un gesto o un simple estirón de 
los labios que te advierte, "cuidado", "ahí viene", "sígueme". Un 
lenguaje desarrollado en décadas de clandestinaje e ilegalidad.
La calle Neptuno está cerca. He escuchado a una pareja de ancianos decir 
frente a una fachada "¿Eh, aquí no era donde estaba…?" pero no he 
alcanzado a oír el final de la frase. Mejor así, porque La Habana es una 
secuencia de nostalgias, de recuerdos. Cuando uno la camina, es como si 
transitara por el sendero de las pérdidas. Donde se derrumba un edificio 
se mantienen los escombros por días, por semanas. Después hacen un 
parqueo en el hueco que ha quedado, o colocan un quiosco metálico para 
vender jabones, chucherías y ron. Mucho ron, porque esta es una ciudad 
que ahoga sus penas en alcohol.
esta es una ciudad que ahoga sus penas en alcohol
Llego hasta el malecón. En menos de media hora he recorrido el trozo de 
ciudad que en mi infancia me parecía que contenía toda la urbe. Porque 
fui una "guajira de Centro Habana", de esas que piensan que después de 
la calle Infanta comienzan "las zonas verdes". Con el tiempo comprendí 
que esta capital es demasiado grande para conocerla. También supe que la 
misma sensación de dolor la tienen quienes nacieron en Diez de Octubre, 
el Cerro, el Vedado o Marianao. Da igual, La Habana muestra sus heridas 
en cualquier barrio.
Toco el muro que nos separa del mar. Es áspero y cálido. ¿Dónde estarán 
aquellos chiquillos que en mi niñez –y en un pueblo diminuto– me miraban 
con asombro porque era habanera? ¿Querrán cargar con este fardo? ¿Habrán 
terminado también en esta urbe, viviendo entre sus basureros y sus 
luces? ¿Les duele a ellos tanto como a mi? Estoy segura que sí, porque 
La Habana no es sólo esa ubicación escrita en nuestro documento de 
identidad. Esta ciudad es una cruz que se lleva a todas partes, un 
territorio que una vez que los has vivido ya no te abandona.
Source: Habana ¡cómo me dueles! - 
http://www.14ymedio.com/blogs/generacion_y/Habana-dueles_7_1671502834.html
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