Los límites de la tolerancia
By ALEJANDRO ARMENGOL
El grupo de ensayos que Rafael Rojas reúne en ``El estante vacío.
Literatura y política en Cuba'' contribuye a explicar lo ocurrido dentro
del panorama cultural de la nación caribeña en los últimos 30 años, pero
sobre todo a responder tres preguntas fundamentales: ¿Qué libros
circulan y cuáles no tras la caída del Muro de Berlín y una supuesta
política más abierta, en el campo intelectual, por parte del régimen de
La Habana? ¿Cómo ha logrado adaptar su discurso ideológico el gobierno
totalitario cubano, para intentar mantener su vigencia y al mismo tiempo
brindar argumentos a una intelligentsia, que fuera y dentro de la isla
hace malabares para justificar su apoyo a un sistema obsoleto? ¿Cuál ha
sido la respuesta de los creadores --de quienes se fueron y de quienes
se quedaron-- frente a la sobrevivencia de un modelo político que se
pensó sería arrastrado en su caída por la desaparición de la Unión
Soviética?
Hay más, en el libro del ensayista e historiador cubano radicado en
México, que la respuesta a estas y otras preguntas. El estante vacío nos
brinda la oportunidad de encontrar el resumen y la explicación de hechos
culturales como el surgimiento del proyecto Paideia, las diversas
estrategias narrativas frente al derrumbe y la remodelación selectiva de
La Habana, el discurso de las diversas nostalgias que en la actualidad
conforma buena parte de la literatura cubana, dentro y fuera de la isla,
la influencia de la cultura rusa en diversas novelas y libros de relatos
publicados en las últimas décadas, junto con las aventuras y desventuras
del discurso nacionalista, en su versión martiana-origenista, y la
aceptación o asimilación de la obra de determinados escritores de la
diáspora, así como la difusión escasa de la obra de los neomarxistas.
Tras medio siglo del triunfo revolucionario, años que también han
marcado el fracaso --por el exilio, Estados Unidos y una buena parte de
la comunidad internacional-- de ofrecer una ``ilustración democrática'',
fundamentada en la libertad y la existencia de un gobierno
representativo, como contrapartida a la ``ilustración socialista'',
erigida sobre un proyecto frustrado de justicia social, el régimen sigue
siendo unipartidista y persiste en autodenominarse
``marxista-leninista'', pese a las muestras de agotamiento de dicho modelo.
Sin embargo, el agotamiento ideológico del modelo marxista-leninista no
ha desembocado en un desmoronamiento del sistema, ni mucho menos ha
permitido una mayor influencia externa. Si quienes viven bajo el
socialismo cubano son sujetos moldeados por una amplia distribución de
derechos sociales, pero precariamente educados para ejercer derechos
civiles y políticos en condiciones de libertad, al decir de la socióloga
Velia Cecilia Bobes, el gobierno de La Habana ha hecho todo lo posible
por mantener esa condición, timoneando de acuerdo al momento pero sin
soltar el control del rumbo. Dos ejemplos explican esta maniobra: el
nacionalismo posmarxista, adoptado en la actualidad como fundamento
ideológico del proceso, y la despolitización de escritores y artistas,
marcada por el paso del ``intelectual orgánico'' al creador neutral, y
ejemplificada por el olvido cuasi oficial del poeta comunista Nicolás
Guillén y la canonización del católico José Lezama Lima y la revista
Orígenes.
En el primer caso, cuando en 1992 desapareció la Unión Soviética, Rojas
señala que ``las élites intelectuales y políticas de la isla se
deshicieron del marxismo soviético, que habían suscrito durante treinta
años, y adoptaron un nacionalismo posmarxista con dos fuentes
primordiales: el revolucionarismo martiano y el catolicismo
origenista''. Al dar muestras de agotamiento el nacionalismo católico, a
comienzos de la década actual, algunos de los portavoces de la ideología
oficial iniciaron un desplazamiento hacia el llamado ``socialismo del
siglo XXI'', propuesto por Hugo Chávez en Venezuela. El problema con
esos cambios oportunos es que, desde el punto de vista teórico y
fundacional, carecen de solidez, y sólo sirven de espejismos al uso para
justificar un acercamiento al poder o al dinero. Como el lugar que antes
ocupaba la teoría lo llenan ahora los medios masivos, el debate se ha
permeado de mezclas absurdas.
De esta forma, el intentar montar en el mismo carro a Bolívar y Marx, en
el mal llamado ``socialismo del siglo XXI'', no es más que un disparate.
Máxime en el caso de que el segundo escribió horrores sobre el primero,
al que consideraba un aristócrata criollo con ínfulas napoleónicas.
Para sostener estos ajiacos ideológicos, el régimen de La Habana
necesita tanto controlar la lectura como la escritura. Aunque en ambos
casos se han producido avances en Cuba, al analizar los límites de la
tolerancia Rojas no deja de describir un panorama sombrío. La razón de
ello es que más allá de casos específicos, géneros mencionados y
momentos históricos, aún el gobierno cubano, y los intelectuales que lo
defienden, fundamentan su política cultural en una administración
territorial de la creación y en practicar una aduana ideológica, que
permite pasar a unos y a otros no. Si bien lo no publicado en Cuba no
puede considerarse sinónimo de lo no leído en la isla, la presencia de
libros, temas y autores marginados no es lo suficientemente fuerte como
para romper la lógica de la exclusión. Son estos ejercicios de
visibilidad y ocultamiento los que Rafael Rojas desenmascara en su libro.
ALEJANDRO ARMENGOL: Los límites de la tolerancia - Columnas de Opinión
sobre Cuba - El Nuevo Herald (19 October 2009)
http://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/columnas-de-opinion/v-fullstory/story/569094.html
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