Leonel Alberto Pérez Belette
LA HABANA, Cuba, 16 de diciembre (www.cubanet.org) - Ítalo es un joven
que enfrenta a diario uno de los mayores desafíos para un padre de
familia cubano: asegurar la merienda escolar de sus hijos. Al igual que
muchos ciudadanos, trabaja clandestinamente como botero (taxista), de
noche; como plomero durante los fines de semana. El resto del tiempo
saca chispas con lo que aparezca para llenar un poco sus bolsillos.
El gobierno, como parte de un plan para que los niños se mantuvieran
fuera de las calles, aseguró un almuerzo para los alumnos de las
escuelas primarias (de 6 a 11 años), y una merienda reforzada para los
de estudios secundarios (12 a 14). Al principio los alimentos eran
aceptables, pero con el paso del tiempo la calidad se esfumó, hasta el
punto de que se equiparan a la alimentación que reciben los prisioneros.
Oderay, una madre trabajadora, dijo a este reportero que ya no sabe qué
hacer, pues sus hijos se niegan a comer lo que se sirve en la escuela.
Los pequeños están obligados a comer productos de dudosa preparación y
terrible sabor. Las proteínas no se encuentran en las comidas escolares,
casi siempre consistente en croquetas elaboradas sabe Dios de qué
sustancias o especies de pescado.
El postre no pasa de un pedazo de pan con azúcar, sin contar que hace
unos años se desató un broté epidémico de hepatitis tipo A en una de las
escuelas secundarias del Vedado, debido a que uno de los encargados de
repartir la merienda, que padecía la enfermedad, abría con sus dientes
las bolsas de yogur de soya, y así propagó el mal que afectó a treinta
muchachos.
Colegiales con varios tipos de alergias, como los célicos, o procedentes
de familias disfuncionales, o de muy bajos ingresos, se ven doblemente
afectados. Decenas de padres afirman que uno de los agravantes de la
situación radica en que algunos inescrupulosos funcionarios se roban los
insumos para la elaboración de los alimentos.
Los padres batallan para reforzar la alimentación de sus hijos, y
algunas abuelas jubiladas han optado por llevarles a la escuela el plato
de comida; algo que no siempre es permitido por las autoridades. Otros
padres reciben meriendas en sus centros de trabajo: un sándwich y una
gaseosa enlatada. Se enfrentan a la disyuntiva de guardarla para
reforzar la comida en casa, o reservarla para entregarla directamente a
sus hijos.
Otras opción son los jugos caseros, pero las frutas escasean en los
agro-mercados y tienen precios muy altos. No pocos sustitutos elaborados
caseramente, como los perros calientes y la carne de cerdo, mariscos o
aves, son poco recomendados por las autoridades sanitarias para
llevarlos a la escuela por su limitado tiempo de conservación.
Los huevos hervidos son un lujo, al igual que la harina de trigo, la
leche y el yogur, ya que luego del paso de los huracanes ni siguiera se
encuentran en el mercado informal. Es tal la represión policial en estos
instantes, que conseguir alimentos en el mercado negro es extremadamente
difícil.
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