Lucas Garve, Fundación para la Libertad de Expresión
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Un sesentón que estaba en 
una cola para comprar unas libras de carne de cerdo, sentenció: 
"Cincuenta años de revolución en este país y sólo hemos logrado hacer la 
fila para comprar un pedacito de carne de puerco". Así resumió los 
logros económicos de la revolución, que en otras partes del mundo aún 
deslumbra a algunos trasnochados.
A pesar de la propaganda oficial y la retahíla de cifras con las que se 
intenta tapar los agujeros negros de la ineficiencia socialista, los 
cubanos, incluso los ardientes simpatizantes del régimen, reconocen que 
en materia económica mucho tiene que caminarse aún.
A raíz de las discusiones que se realizaron en los centros de trabajo 
del país sobre el discurso del Raúl Castro en Camagüey, cuando prometió 
realizar cambios en la sociedad cubana, se levantó una ola de críticas, 
algunas tan severas, que asustaron a los gobernantes. Los cambios aún se 
esperan.
Permitir el acceso de los cubanos a los hoteles, vender equipos 
electrónicos en moneda convertible, son dos de las medidas que decretó 
el gobierno. Para ciertos sectores de la población fue algo inusual y 
beneficioso, pero no representan nada para la economía de los cubanos, 
que esperan reformas desde hace cincuenta años. Equivocadamente, en el 
extranjero obtuvieron una repercusión exagerada.
Mientras, los economistas se esfuerzan en ofrecer una imagen de 
crecimiento económico espectacular. Según las cifras ofrecidas por los 
encargados principales de la economía cubana, en el año que culmina Cuba 
encabezará el crecimiento en América Latina pese a la recesión global 
que castiga y asusta al mundo entero.
La realidad es que la mitad de las tierras cultivables del país están 
ociosas, y buena parte cubiertas de malas hierbas; la importación de 
alimentos asciende ya a unos dos mil de millones de dólares, hay 
provincias del país con escasez de mano de obra agrícola por 
envejecimiento de la población, el parque de viviendas no satisface las 
necesidades desde hace varias décadas y el estado constructivo de la 
mayoría de ellas o es malo, o son levantadas con palos y tejas no 
adecuadas. Fe de esto, la destrucción de miles de endebles chozas de 
madera por los vientos de los huracanes.
Ni hablemos del atraso tecnológico que nos coloca en mala posición si lo 
comparamos con otros sitios del planeta. Estamos peor los indios 
siboneyes cuando llegó Colón a la isla, porque aquellos aborígenes 
comían casabe, pescado, frutas de todo tipo, fumaban tabaco sin 
necesidad de libreta de racionamiento, tenían viviendas suficientes,  se 
entretenían con sus cantos y areitos, sin tribunas abiertas. Y no eran 
fichas políticas.
No hay que ser mayor de cincuenta años para recordar que la descripción 
ambiental de las novelas de Emilio Salgari no iban más allá de la 
jungla, los tigres y los elefantes con indios descalzos sobre ellos, y 
hoy Malasia se caracteriza por ser una de las sociedades más informadas 
del planeta, donde se elevan rascacielos tan altos que molesta alzar la 
vista para mirarlas.
En cuanto la cultura artística, que una vez produjo el mambo "bailado 
hasta por la reina Isabel", la  masividad refleja empobrecimiento, 
porque nunca antes se vio más violencia urbana, maltrato del lenguaje, 
desdén por lo nacional para ensalzar lo efímero foráneo y 
desconocimiento de la memoria histórica del país,  de la que si nos 
atenemos a la propaganda oficial, sólo cuenta lo obtenido en las últimas 
cinco décadas.
A cincuenta años de experimento social estamos más desprovistos que 
nunca de derechos, de cultura, de bienes materiales, y nos asombramos 
todavía con los beneficios de la tracción animal, con el mismo rostro 
que puso José Arcadio Buendía cuando el gitano Melquíades le mostró una 
piedra de hielo.
¿Cuánto más esperaremos? Sólo nosotros tenemos la respuesta a nuestros 
problemas. Ojalá no haya que esperar cincuenta años más.
 
 
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