2008-06-19.
Hugo J. Byrne
"Es imposible establecer en la sociedad un cambio más grande o una mayor
perversidad que esta: convertir la ley en un instrumento de saqueo".
Frederick Bastiat ("The Law", 1850)
¿En cuántas ocasiones hemos leído o escuchado la frase "justicia social"
y en cuántas de esas oportunidades nos hemos molestado en analizar la
semántica en dicha frase?
A mi manera de ver, todo adjetivo agregado a la palabra justicia es
redundante. Realmente la "justicia social" es una frase código, un lema
no diferente a la "moral socialista" y otras frases carentes de
significado específico. Esas frases-lemas se enarbolan para justificar
la imposición de agendas altruístas, con frecuencia sangrientas, pero
que siempre son empobrecedoras e injustas. Quienes apelan a ese reclamo
son casi siempre los alabarderos de un sistema para beneficio exclusivo
de mandones y burócratas. Se trata solamente de un viejo lema
"políticamente correcto", pues cuando la justicia es aplicada al orden
social, no necesita adjetivos.
Robin Hood era un personaje legendario del folklore británico, quien
supuestamente "robaba a los ricos y compartía el botín con los pobres".
No crea semejante embuste el amable lector. De acuerdo a la leyenda, a
quien Robin Hood siempre acosaba era al Sheriff de Notthinham, la máxima
autoridad política de su condado.
En suma, el noble transmutado en supuesto foragido no robaba "ricos"
como interesadamente nos tratan de convencer, sino que recuperaba el
botín usurpado por el gobierno, devolviendo ese peculio a sus legítimos
dueños, quienes habían sido despojados de él a través de tributos
arbitrarios. Esa leyenda, cuando se narra fielmente, identifica al
verdadero explotador: no el rico, sino el estado parásito, que nos roba
a todos por igual.
Hubo una época muy remota en la historia cuando la riqueza era una
entidad casi totalmente estática. La "repartición" de la misma sucedía
siempre mediante un proceso violento. Esa época sin ley ni orden humano,
quizás habría justificado la existencia de un Robin Hood apócrifo y
altruísta, pero eventualmente la voluntad empresarial de quienes
anticiparon un modo de vida más diligente y honesto que la profesión de
pirata, generó el comercio y la artesanía.
El capital así creado se plasmó en una divisa con valor de cambio
universal: el dinero. Adquirir algo compensando adecuadamente al
vendedor que acepta la transacción es menos doloroso que disputar la
propiedad de bienes usando piedras, garrotes o armas de destrucción masiva.
Sin embargo, el anhelo de saquear al prójimo perduró entre los
ambiciosos de lucro fácil y los temerosos a ganarse un lugar al sol a
través de esfuerzo diligente y honrado. No existe diferencia moral entre
el burócrata socialista que esquilma al ciudadano con un impuesto
arbitrario establecido por una ley injusta y el salteador de caminos que
hace lo mismo a punta de pistola. Existe sí una diferencia práctica. El
bandido del medioevo arriesgaba su integridad física ante la posible
reacción de su víctima. El burócrata socialista comete el mismo crimen,
pero con impunidad, pues tiene la ley arbitraria y la fuerza de su lado.
La revolución industrial a finales del siglo XIX generó una frase
auténticamente americana: "hacer dinero" ("to make money"), que por
supuesto no quiere decir falsificarlo. Por el contrario significa crear
capital a través del ingenio, el trabajo honesto y la libre competencia.
Negociando ese derrotero, Adam Smith entendió la historia, mientras que
Marx extraviaba su camino.
Los próceres norteamericanos, convencidos de que el gobierno es una
necesidad incómoda, crearon con toda intención una república que
limitaba constitucionalmente las prerrogativas del estado, sostenida en
la idea de que el poder reside en el pueblo y que este último está
formado de individuos con derechos inalienables.
Si el amigo lector lo duda, lo invito a leer con detenimiento las dos
partes más substanciosas entre los documentos en que se fundó este
sistema: la Declaración de Independencia y el llamado "Bill of Rights",
las primeras diez enmiendas a la constitución norteamerica. La gran
mayoría de los forjadores de esta república rehusaron firmar la ley
fundamental mientras no le fueran agregadas las susodichas enmiendas,
las que establecen quién es el verdadero árbitro del poder político en
un país civilizado.
La mayoría de los cubanos que decidieron abandonar el territorio de la
patria desde enero de 1959 lo hicieron para no vivir bajo un sistema
medularmente corrupto e injusto, el que se nos impuso por la fuerza. Sin
embargo, debemos enfatizar que nos hubiéramos opuesto al mismo sistema
si por ignorancia del electorado o por deficiencias en nuestra ley
fundamental, hubiera sido legalmente escogido a través del voto.
En ese caso nuestra oposición, por supuesto, habría sido civil, pacífica
y mediante los mecanismos constitucionales. Pero el socialismo castrista
se impuso y se mantiene por la violencia. Razón más que sobrada para que
todo cubano bien nacido nunca renuncie a la violencia mientras esa
crápula opresora y explotadora permanezca en el poder.
Los castristas, después de haber engañado a una nación embriagada en la
falsa mística encerrada en la frase "justicia social" (incluyendo a este
servidor en aquella época), impusieron un régimen totalitario por el
terror, utilizando ventajosamente las pugnas de la llamada guerra fría
para prevalecer. No sólo han tenido éxito hasta ahora, sino que las
perspectivas inmediatas no lucen buenas para los cubanos libres.
El Departamento de Justicia de la presente administración hace ya mucho
tiempo declaró "temporada abierta" contra los exiliados cubanos que
actúan como tales. Varios de nuestros más valiosos combatientes han
servido injusta prisión en Estados Unidos por negarse a delatar a sus
compañeros de armas. Nunca me cansaré de denunciar y combatir esa infamia.
El total control del poder en Estados Unidos es amenazado ahora por
una facción que a nombre de la justicia social avanza una agenda
idéntica a la de la canalla que manda en Cuba. Aparentemente esa amenaza
cuenta con el respaldo de algunas desacreditadas organizaciones
encabezadas por lidercillos ridículos al mejor postor, quienes dicen
representar al exilio cubano. Anuncian apoyo al candidato que los ayude.
¿Ayudarlos a qué? ¿A engordar más su ya voluminoso bolsillo? Les prometo
a los amables lectores que estos tránsfugas de café con leche
encontrarán esta columna en su camino.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=15849
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