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Friday, May 05, 2006

Pez fuera del agua

SOCIEDAD
Pez fuera del agua
Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba - Mayo (www.cubanet.org) - Roberto vio venir poquito a
poco la desgracia. Empezó a presentirla como los marineros huelen las
tormentas. Nada lo sorprendió. Cada año que transcurría se decía lo
mismo: es posible que sea el próximo… Hasta que un día citaron a los 541
trabajadores del central Amistad con los Pueblos, del municipio Güines,
para anunciarles lo que todos sabían, pero que en su fuero interno no
quería nadie aceptar: el central dejaría de moler.

Roberto, de 69 años, fuerte como un toro y capaz de derribar una pared a
puñetazos -así me dijo-, salió de aquella reunión sintiéndose igual que
un perro apaleado. Su mente no concebía el fin de su industria, de su
central, donde había comenzado a trabajar siendo un mocoso, en compañía
de su padre y su tío, quien le enseñó los secretos de la electricidad.

En cada zafra hizo de todo: trabajó en el trapiche, en la parte
mecánica, en el corte. Luego se hizo mecánico. No tendría ni veinte
años. El tío lo enseñó.

Aquél era su mundo. Otro no le interesaba. Jamás le pasó por la mente
cambiar de trabajo, de pueblo, de casa y mucho menos de mujer. Para él,
eso hubiera sido como cambiar de nombre, de cara. De todo.

Pero un día, aquella tarde de la reunión, le pareció que el cielo caía a
pedazos sobre su sombrero. Escuchaba las palabras de los dirigentes de
La Habana y no las comprendía realmente, como si su cabeza estuviera
vacía, hueca, o como si se negara a escuchar.

Trató de espabilarse, de concentrarse, pero no pudo. Cuando sintió los
aplausos, los comentarios a su alrededor; cuando vio que algunos de sus
compañeros se levantaban y hasta alguien le dirigía la palabra (no
recuerda qué le dijo), se pasó las manos por la cabeza, como si fuera a
arreglar sus cabellos, y miró fijamente a través de la ventana, donde
aparecía majestuosa, invencible y eterna, la torre del central, inactivo
a partir de ese día, tal vez para siempre.

Caminó por el batey sin rumbo fijo. Contempló el deplorable estado de
los históricos barracones donde habitan setenta y cinco familias, el
ranchón destinado a la recreación de la comunidad, también en malas
condiciones, y se sentó donde pudo, tratando de descifrar aquellas
últimas palabras del dirigente nacional que martillaban en su cerebro:
"Se ha trabajado con mucha ineficiencia durante los últimos años".

¿Se trataba realmente de un mal trabajo de años? No lo concebía.
Alguien, para apaciguarle el mal humor, se le acercó diciéndole algo
sobre el bajo rendimiento cañero y sobre todo, los bajos precios del
crudo en el mercado mundial.

Actualmente Roberto está jubilado. Contempla, sin inmutarse, como si
algo muy importante se le hubiera muerto dentro, las calamidades que lo
rodean: planes que no prosperan para que mejore la calidad de vida de
los dos mil habitantes del batey, filtraciones de agua en las viviendas,
problemas con la electricidad, falta de alimentos. Y lo peor de todo: el
descontento de muchos.

A Roberto lo conocí hace unos días. Viene una vez al mes a visitar a
unos familiares que viven en el reparto Alamar. Me contó que nunca
estuvo en sus planes convertirse en un vago a sus años, cuando se siente
fuerte como un toro y capaz de derribar a puñetazos una pared. Me cuenta
que cuando llega al batey trata de no mirar la torre del central que se
eleva en el paisaje como un fantasma dormido. No quiere seguir muriendo
igual que un pez fuera del agua.

http://www.cubanet.org/CNews/y06/may06/05a8.htm

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