El disparate del barril sin fondo
[27-12-2013]
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Algunos acontecimientos aislados de la 
política cotidiana plantean cada tanto la discusión casi absurda que se 
sustenta en la opinión, fuertemente arraigada, de que los recursos son 
ilimitados. En ese contexto, proliferan discursos que instalan la visión 
de supuestos merecimientos por el esfuerzo que realizan los individuos 
sin recibir la gratificación adecuada.
Bajo esta exótica forma de razonar, algunos creen haber hecho méritos 
suficientes y suponen que ese esmero los sitúa en un pedestal ante la 
sociedad, que sin importar el modo, los debe compensar, eufemismo 
utilizado para reclamar una retribución económica superior a la actual.
Con cierta descarada actitud, escasa modestia y una inocultable 
arrogancia, ellos mismo elogian su propia tarea, destacan su valía y con 
esas razones, poco objetivas por cierto, demandan ser jerarquizados, 
respetados, léase bien remunerados. Este fenómeno se presenta con 
diferente intensidad y argumentos según sea el caso de personas que 
desempeñan su labor en la actividad privada o como servidores públicos.
Quienes desarrollan sus quehaceres en el ámbito privado tienen la 
intuitiva percepción de que rigen determinadas pautas que vinculan su 
escala de compensaciones con el eventual éxito o fracaso de la empresa 
de la que forman parte. Si los vientos son favorables tienen chances de 
mejorar su situación salarial. Por el contrario, cuando los negocios no 
encuentran su rumbo, saben que su empleo puede hasta discontinuarse.
Una clase especial de personajes, como el trabajador independiente, el 
emprendedor, el profesional, esos que hacen de su oficio su forma de 
vida, advierten que si todo resulta, ganarán; pero si no sale tal cual 
lo previsto no tienen siquiera su supervivencia asegurada. Todos los 
meses arrancan desde cero, sin certeza de cómo funcionará y asumen con 
naturalidad que sus riesgos son incalculables y que casi nada está 
asegurado.
En el sector estatal las reglas parecieran ser otras. Cierta creencia 
popular afirma que TODOS merecen cobrar más y que siempre están mal 
pagados. Es como si esas actividades tuvieran un aura especial por la 
que policías, médicos, enfermeros, docentes y cualquier otra ocupación 
dentro del Estado fuera un apostolado, un sacerdocio, una cuestión 
meramente vocacional. La legislación los protege de modo diferencial, 
son inamovibles y tienen derechos especiales como la prerrogativa de no 
ser despedidos porque gozan de una estabilidad laboral plena, pudiendo 
jubilarse en esos puestos.
Una teoría de gran aceptación, sostiene la ridícula idea de que el 
Estado puede pagar cualquier cosa, como si el mismo dispusiera de 
recursos ilimitados, de un don celestial por el cual reproduce el dinero 
que precisa para abonar lo que sea. En ese esquema los políticos que no 
aumentan sueldos a estatales son los malos de la película y los que lo 
hacen son dirigentes con sensibilidad social. En realidad solo se trata 
de asumir con responsabilidad la gestión de administrar los recursos de 
los contribuyentes.
Es importante cuestionar esta concepción por la que todos los 
trabajadores estatales tienen "legitimo" derecho a solicitar incrementos 
en sus remuneraciones, solo porque "no les alcanza" y "se merecen", 
siendo imprescindible derribar el mito del Estado que dispone de fondos 
infinitos.
Por obvio que parezca, algunos aun no han aprendido que las arcas 
públicas se nutren de impuestos, que son detraídos coercitivamente 
cuando el Estado se queda por la fuerza con una parte, cada vez más 
importante, del fruto del esfuerzo de los individuos. Pero también se 
financia con endeudamiento, cuando el insensato gobernante de turno, 
decide gastar dinero que no tiene ahora, endosándole a las generaciones 
venideras la carga de abonar esa deuda contraída. Y claro está, cuando 
lo anterior ya no alcanza, los funcionarios que haciendo uso de la 
potestad jurídica de emitir moneda en cualquiera de sus formas, acuden a 
la reproducción de dinero artificial, ese mecanismo que genera la 
inflación que todos padecen.
Mientras no se sincere el debate, se seguirá repitiendo en público lo 
políticamente correcto, afirmando demagógicamente que todos merecen 
cobrar más, que se gana poco y que los empleados estatales deberían ser 
mejor compensados. Se debe abordar la cuestión de fondo para entender 
que las ingresos solo aumentan genuinamente cuando vienen de la mano de 
la mayor productividad. Mientras tanto se seguirá girando en círculos, 
sosteniendo ideas que no se condicen con la realidad, y que desilusionan 
cíclicamente hasta que se advierta que la "fabrica de dinero" tiene un 
costo y que, como decía un controvertido economista, "en economía se 
puede hacer cualquier cosa, menos evitar las consecuencias".
Defender ideas equivocadas no es gratis. No es una cuestión reflexiva o 
filosófica. Cuando se sostienen principios erróneos se toman decisiones 
desacertadas y el desenlace es predecible. El despilfarro estatal, la 
irresponsabilidad en la administración de la cosa pública y la inflación 
son absolutamente indisimulables, pero todo esto sucede porque la 
ciudadanía sigue creyendo mayoritariamente en el disparate del barril 
sin fondo.
Source: "El disparate del barril sin fondo - Misceláneas de Cuba" - 
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/52bd52f93a682e0c948f01a6
 
 
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