Viernes, Diciembre 16, 2011 | Por Orlando Freire Santana
Si nos atenemos al elemento geográfico, todas las naciones de Europa y
América pertenecen al denominado mundo occidental. Otra característica
que distingue a estos países es que, en general, sus habitantes profesan
la religión cristiana, ya sea como católicos o en las iglesias
protestantes. Mas, en el plano de las ciencias sociales, ser occidental
ha significado casi siempre una identificación con los principios de la
democracia liberal. Es esta última consideración la que ha dado lugar, a
partir de 1959, a cierta polémica acerca de la pertenencia o no de Cuba
a Occidente.
A mediados del año 1960, cuando ya el peligro comunista se insinuaba
sobre nuestra isla, uno de los argumentos de quienes se oponían a esa
ideología era, precisamente, la inserción de Cuba en Occidente. El
Diario de la Marina, en una de sus últimas apariciones antes de ser
barrido por los nuevos gobernantes, publicó el 10 de mayo de ese año:
"Cuba pertenece a la cultura occidental, y tenemos la seguridad de que
su pueblo no desea renunciar a ella". Era una alerta, además, debido al
acercamiento de la isla a potencias no occidentales como Rusia y China;
un acercamiento que de seguro influyó también en la separación de Cuba
de la OEA algunos años después.
Los apologistas del gobierno cubano, por el contrario, daban la
impresión de disfrutar con la hipotética exclusión de Cuba del contexto
de naciones occidentales. A pesar de reconocer los vínculos culturales
que nos ataban a esos pueblos, los académicos castristas afirmaban que
no debíamos permanecer en un mundo signado por la explotación que
padecían los países pobres por parte de los poderosos. En ese contexto,
hacia 1976, Roberto Fernández Retamar declaraba lo siguiente: "El pueblo
cubano renunció gozosamente al mundo occidental, pero no para integrarse
a un supuesto mundo oriental, sino para arribar a la sociedad post
occidental, que anunciaron Marx y Engels y comenzó a realizar la
Revolución de Octubre".
Los países latinoamericanos no escapan a este debate. La existencia de
naciones con mayoría de población indígena, muchos de cuyos pobladores
no hablan español, así como el historial ajeno a los principios de la
democracia representativa de algunos países de la región, ha llevado a
varios analistas a cuestionar la pertenencia de América Latina a
Occidente. En Venezuela, por ejemplo, ciertos intelectuales chavistas
creen hallar un país partido en dos mitades: una población blanca y
opulenta, que sería occidental; y el resto de las personas, mestizas y
pobres, que no serían occidentales. Me parece acertada, sin embargo, la
definición que ha dado el historiador mexicano Enrique Krauze: "América
Latina no es una zona desahuciada para la modernidad por sus querellas
tribales y sus maldiciones bíblicas; un desierto o una selva donde se
entronizan el hambre, la peste o la guerra. No es una vasta civilización
fanática, opresora de su población femenina, rumiando por siglos o
milenios sus odios teológicos. Es un polo excéntrico de Occidente, pero
es Occidente".
Y volviendo al caso cubano, pienso que el saldo del devenir histórico de
nuestro pueblo ofrece más argumentos que cientos de palabras. Tres
países: España, Estados Unidos y la Unión Soviética desempeñaron roles
muy significativos en determinados momentos de nuestra existencia. Los
dos primeros pertenecientes a Occidente, mientras que la Unión
Soviética, debido a su raíz eslava y la predominante religión cristiana
ortodoxa, era calificada como no occidental. De la presencia española lo
conservamos casi todo; de la de Estados Unidos, no obstante el
distanciamiento de los últimos cincuenta años, nos queda la atracción
por su música, el cine y muchísimas facetas más del modo de vida
americano. De la estancia soviética, a pesar del esfuerzo del castrismo
por sovietizar la sociedad en el período 1972-1986, hoy apenas quedan
rastros. No hay dudas, somos occidentales.
http://www.cubanet.org/articulos/cuba-latinoamerica-y-occidente/
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