'Las ideas no se matan'
Carlos Cabrera
Madrid 29-09-2011 - 9:30 am.
A 39 años de la muerte de Sarría Tartabull, el oficial batistiano que no 
mató a Fidel Castro tras el asalto al Moncada.
Sarría Tartabull, Castro.
El teniente Pedro Sarría Tartabull, fallecido en La Habana el 29 de 
septiembre de 1972, salvó a Fidel Castro tras el violento e ilegal 
ataque al Cuartel Moncada en 1953, ordenando a sus hombres: "no 
disparen, no disparen; las ideas no se matan". Sarría Tartabull era 
negro, pobre y oficial del ejército cubano bajo la dictadura de 
Fulgencio Batista, pero impidió que sus propios compañeros de armas 
masacraran al jefe de quienes que acababan de disparar contra ellos.
Si las ideas no se matan: ¿cómo explicar entonces los actos de repudio a 
las Damas de Blanco y demás opositores pacíficos al régimen castrista, 
tras 51 años de fracasos consecutivos en temas tan variopintos como la 
independencia nacional, la eficiencia económica y la moral pública?
Cuba fue el primer territorio libre en América (letanía oficial 
mediante) con tropas extranjeras en su territorio (soviéticos y 
norteamericanos); siendo incapaz de generar un modelo económico solvente 
que librase a la isla de cuantiosas subvenciones del CAME y necesitando 
siempre de dinero extranjero y del exilio cubano. Y  toda esta supuesta 
libertad primigenia la habría alcanzado en medio de corruptelas de 
pequeña, mediana y gran intensidad.
El raulismo o tardocastrismo intenta suavizar la corrupción económica, 
sacudiendo la mata selectivamente para que caigan algunos corruptos de 
relieve, que son relevados por los nuevos jefes necesitados de moneda 
dura para el porvenir luminoso que les aguarda la propaganda oficial. 
Pero evita imitar a aquel teniente batistiano que avisaba que las ideas 
no se matan. Una tesis que definitivamente no caló en el hombre nuevo, 
que lucha cotidianamente por una memoria flash, unos vaqueros gastados y 
unas gafas Ray-Ban, entre otras señas de identidad de los dulces 
exguerreros cubanos, ahora consagrados a diseñar linchamientos morales 
de opositores y a hacer dinero.
Para ellos, la libertad y la prosperidad no son prioridades; mientras 
más pobre sea la mayoría de los cubanos, incluidos los del exilio, mejor 
para ellos; y cuanto más apolítico sea el neoexilio, formado en su 
mayoría por gusañeros (mitad gusanos, mitad compañeros), menos trabajo 
para las Brigadas de Respuesta Rápida.
La guara castrista, digna de un ensayo que desmenuce sus panteones 
estéticos, espirituales y materiales, viste como los niños ricos de 
Miami o Cancún y habla como los ancianos del MINFAR; creyendo que han 
encontrado la fórmula mágica para mantenerse como los reyes del mambo, 
aún después de la muerte de Fidel y Raúl; pretendiendo ser referentes en 
los negocios presentes y futuros. Es tal su endogamia, que la mayoría se 
cree el mito de sus padres y abuelos de que los tiburones de la finanzas 
mundiales se mueren de ganas por invertir en Cuba, léase, hacer negocios 
con ellos, a cambio de hasta un 35% de comisión, o sea, a la mexicana, 
como se dice en el argot.
Nunca ha sido Cuba más dependiente y anexionista que en el castrismo. Lo 
que se conoce como revolución cubana no solo cortó de cuajo la esperanza 
de la República y actitudes honestas como las del teniente Sarría 
Tartabull, sino que hizo retroceder a la isla socioeconómicamente, pues 
el bienestar, incluidos los índices sanitarios y educativos, se 
consiguió con dinero ajeno: el heredado del anterior Estado cubano y los 
aportes milmillonarios soviéticos. Chávez, salvo que Raúl y su gente lo 
hayan arreglado secretamente, le debe estar costando dinero a Cuba, como 
ya ocurrió con Angola y Nicaragua, por ejemplo,
La cantinela castrista habló siempre de miseria prerrevolucionaria, pero 
si se releen discursos y documentos de finales de 1958, veremos que 
entonces Castro sustentaba su revolución en metas sociales y de 
antiimperialismo, pero elogiaba a la economía y cortejaba a la 
oligarquía nacional que —incapaz de soportar a un mulato como Batista— 
se suicidó abriéndole las puertas a un rubito que era casi como ellos y 
que —además— tenía green light de los americanos.
¿Cómo es posible que medio siglo después de victorias consecutivas sea 
aún complicado beberse un vaso de guarapo, leche, o una taza de café 
diaria? ¿Cómo es posible que el país más independiente del mundo siga 
dependiendo de la suma de las ventas por turismo a viajeros prisioneros 
del capitalismo, del dinero que envía el exilio en forma de remesas y de 
acuerdos con el ALBA? ¿Cómo es posible que la nación que irradia 
independentismo y felicidad, no deje marchar tranquilamente a un grupo 
de mujeres que reclaman pública y pacíficamente libertad para los presos 
políticos?
Alguien imagina qué ocurriría con las Damas de Blanco y sus 
simpatizantes si hicieran las mismas cosas que hicieron los miembros del 
Movimiento 26 de julio y del Directorio Revolucionario, en los meses 
previos al ataque al Cuartel Moncada o al Palacio Presidencial, acciones 
glorificadas por la historiografía castrista, empeñada en vender la 
tesis de que la revolución es una desde 1868 hasta la fecha, como si 
Céspedes, Maceo, Martí, Agramonte, Guiteras o José Antonio Echevarría 
fueran totalitarios, racistas y excluyentes como los actuales mandatarios.
¿Cómo es posible que el país que más médicos exporta sea una sociedad 
enferma de miedo, aquejada de enfrentamientos estériles entre hermanos 
que piensan diferente en el ámbito político, pero que soportan con igual 
rigor las enormes ventajas de haber renunciado al pan y a la libertad en 
nombre de un pastor que los mantiene encerrados y a salvo del fin del 
mundo, siempre a punto de llegar, por más de 50 años?
El daño moral es de tal calado, que figuras como Silvio Rodríguez y 
Pablo Milanés acaban de dirimir públicamente sus diferencias, como si 
fueran dos compañeros de colegio malavenidos y haciendo énfasis en 
ataques personales y no en la discrepancia teórica. Si esta es la norma 
de la intelectualidad, de los que presumimos que reflexionan, que saben 
cómo se vive fuera de Cuba, que manejan dinero de verdad, no debemos 
extrañarnos de esa masa maoísta y sana insultando y golpeando a otras 
víctimas, como ellos, de la desgracia que asola al país.
Y mientras todo esto ocurre, la liturgia castrista no para de soltar 
rumores: que si van a quitar la Tarjeta Blanca (Permiso de Salida, a 
cambio de unos 130 euros); que si ya se puede vender casas y 
automóviles; que si hay petróleo del bueno y abundante al norte de Pinar 
del Río; que si van a autorizar a jubilados del exilio que no estén 
relacionados con los sectores radicales del anticastrismo a residir en 
la Isla y que los cinco espías serán liberados porque Obama puede 
saltarse las leyes, como hace a diario el Palacio de la Revolución. En 
fin, la eterna carta en la manga del entonces Comandante, conocido ahora 
como compañero Fidel. Es decir, el viejo truco de vender lo normal como 
algo excepcional y como muestra de generosidad.
Imaginemos a un jubilado cubano de Florida o a un norteamericano, o sea, 
que han vivido la mayor parte del tiempo en una "sociedad enferma", , y 
estos hombres deciden acogerse a lo que se anuncia y se van a vivir a La 
Habana de ahora mismo, la ciudad más sana del mundo.
Tendrían que llevarse su automóvil o comprarse uno e importarlo, comprar 
o alquilar una casa o apartamento, o sea, que compartirían vecindad 
cederista con héroes de la zafra, combatientes internacionalistas, 
vanguardias de la emulación socialista, disidentes, insiliados… Muchos 
de los cuales acudirían al pensionista del imperio para pedirle un 
buchito de café, un dedito de aceite, que le mande un email al hijo que 
malvive en Europa, una camisa o par de zapatos aunque sean de uso… y 
para vigilarlo, salvo que el plan consista en construir barrios nuevos 
para retornados enfermos y nativos elegidos y sanos.
¿Tan difícil es liberar las fuerzas productivas cualificadas, legalizar 
la propiedad privada y diseñar una política que genere un clima de 
creación de riqueza, empleo y bienestar reales?
¿Qué ha pasado en Cuba para que 58 años después, militares y 
paramilitares blancos, negros y pobres disparen casi a diario sus 
diatribas y golpes contra blancos y negros, pobres como ellos, pero con 
una ética similar a la de aquel teniente batistiano Pedro Sarria 
Tartabull, convencido de que las ideas no se matan?
Lo terrible es que, mientras estos despropósitos se suceden, se van 
muriendo los revolucionarios, los contrarrevolucionarios, los 
insiliados, los exiliados, los enfermos, los sanos y hasta los 
indiferentes, todos ellos unidos por ese maldito cordón umbilical que 
nació quizá en un varaentierra de las inmediaciones de Santiago, en el 
ya lejano 1953, con la consigna salvadora de que las ideas no se matan.
 
 
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