Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) – "Ahí va la p… de Santa
Fé" –comentan los transeúntes cuando sienten su rugido que roza los
oídos y los techos de las viviendas del pueblo costero, al oeste de la
capital.
Desde hace muchos años se la conoce por ese nombre que sirve para evocar
a las señoras que ejercen el oficio más antiguo del mundo. Pero no
piense el lector que se trata de una mujer adulta, libre, osada, sin
complejos y dueña de esas cualidades físicas que atraen las miradas de
los hombres.
La cortesana de Santa Fe es un AN-2, biplano, de color azul celeste que,
fiel al pueblo donde vive, más conocido como "el pueblo de los
balseros", se ha escapado varias veces hacia Miami, Florida, llevando a
audaces grupos de cubanos y regresando siempre sano y salvo.
Esta díscola avioneta, de fabricación soviética, pertenece al viejo
aeropuerto situado a la entrada del reparto El Roble, convertido también
en cementerio de de sus semejantes, y donde por puro milagro aún existen
dos que en ocasiones vuelan por debajo de las nubes.
El AN-2 azul al que me refiero, por su larga e increíble historia, nunca
lleva un tanque de combustible adicional. Cuando despega de la pista lo
hace con la gasolina justa para que el piloto no pueda alejarse del área.
Pero dicen los que conocen la historia de este transporte ligero, cuyo
verdadero nombre es Antonov, con capacidad para doce personas, propio
para el trabajo agrícola, saltos en paracaídas y aterrizaje en pistas
improvisadas, que también ha realizado milagros. Una vez, luego de
consumir todo el combustible, fue capaz de llegar a Miami impulsado por
el viento, para dejar en la Ciudad del Sol a varios cubanos que
escapaban (cosa rara) del "paraíso".
El primer vuelo que hizo un AN-2, en su tierra natal, fue en agosto de
1947. El último, en territorio cubano, aún no se sabe cuándo será,
porque según se comenta, estos aviones, aunque son los más grandes del
mundo con un solo motor, pueden dejar de funcionar en cualquier momento,
como ocurrió con los televisores blanco y negro, las ruidosas lavadoras,
los pesados radios y los feos relojes-despertadores que se fabricaban en
la extinta Unión Soviética.
Tal vez es por esa mala reputación de la industria soviética -entre
otras cosas- que, a pesar del deseo, son pocos los que se han embullado
a dar un paseo en AN-2 rumbo a la Tierra Prometida, por muy pintadito de
azul que esté, y por muchas vueltas que describa en horas de la mañana
sobre los tejados de Santa Fe.
Son tantos y tan duros los años vividos, que ya la gente en Cuba dejó de
creer en milagros. Cuando ven volar al avión, con el habitual sonido de
su motor, comentan entre nostálgicos y pesimistas: "Ahí va la p… de
Santa Fe".
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