Cuba antes de 1959: prosperidad y frustraciones de una república
By JAIME SUCHLICKI
Especial para El Nuevo Herald
La Cuba que propició el triunfo de la revolución de Fidel Castro en 1959
era un país moderno y próspero, pero que acumulaba profundas
frustraciones políticas en cinco décadas de vida republicana.
Condiciones altamente favorables acompañaron la conversión de Cuba en
nación independiente en 1902. Problemas sociales o políticos similares a
los que otros países de América Latina habían experimentado después de
romper con España eran pocos. No existían grandes poblaciones indias no
asimiladas, y aunque los negros representaban una significativa
proporción del total de la población, no había un importante conflicto
social, pues los dos grupos aprendieron a vivir juntos desde la época
colonial. Tampoco había un fuerte regionalismo o un poder eclesiástico
que desafiase la autoridad del Estado. Las contiendas entre liberales y
conservadores que plagaron a países como México durante el siglo XIX
eran inexistentes en Cuba.
La situación económica también era favorable. La infusión de capital
extranjero, el creciente mercado con Estados Unidos y los ventajosos
precios del azúcar, auguraban un próspero futuro. Cuba y Estados Unidos
firmaron un Tratado Comercial de Reciprocidad en 1902, que aseguraba la
entrada de azúcar cubano a Estados Unidos. En respuesta, Cuba concedía
tratamiento preferencial a ciertos productos norteamericanos. El Tratado
reforzó las estrechas relaciones comerciales entre los dos países pero
también hizo que Cuba dependiera más de un solo producto y de un mercado
todopoderoso.
A pesar de las condiciones propicias, la visión de José Martí de una
nación económica y políticamente independiente fracasó en materializarse
en los años de la postindependencia. Un proceso de centralización
extendió las grandes haciendas azucareras, refrenando el crecimiento de
una clase media rural y creando un proletariado agrario de blancos
pobres, mulatos y negros desprovistos de tierras. Cuba se convertía en
dependiente de Estados Unidos desde el punto de vista comercial, y la
inclusión de la Enmienda Platt (abrogada en 1934) a la Constitución de
1901 establecía la supervisión norteamericana del proceso político en la
isla.
Cuba también preservó la actitud del período colonial español de que
cargos públicos eran una fuente de lucro personal. Los fraudes
electorales comenzaron a ser una práctica constante. La política se
convirtió en el medio para alcanzar poder y prosperidad. El personalismo
sustituyó a los principios; la fidelidad a un hombre o a un grupo era la
vía principal para asegurar la supervivencia. El legado español de
inmoralidad e intransigencia política aumentó en la nueva nación
demasiado repentinamente como para ser atajado por un pueblo que tenía
poca experiencia en autogobierno. Aunque los Estados Unidos disolvieron
el ejercito de veteranos así previno una repetición de la experiencia
hispanoamericana del siglo XIX, cuando el ejercito llenó el vacío dejado
por España, muchos veteranos tomaron parte activa en la política, y su
influencia, algunas veces no muy beneficiosa, se hizo sentir en la
república.
Estados Unidos inconscientemente perpetuó la irresponsabilidad política
de los cubanos. Estos poseían la convicción de que Washington
intervendría para protegerlos de cualquier conflicto extranjero o para
solucionar sus dificultades domésticas. La situación sólo alentó una
actitud indolente e irresponsable hacia sus propios asuntos y no fue
conducente a un gobierno responsable.
En las primeras décadas de la república, los cubanos desarrollaron lo
que comenzó a ser conocido como una "mentalidad plattista'', mediante la
cual ellos dependían de Estados Unidos para sus decisiones políticas.
"El tutelaje'', escribió el intelectual cubano Jorge Mañach, "favoreció
el crecimiento de una indolencia cívica general, una tibia indiferencia
ante los peligros nacionales''.
Esta indolencia cívica no fue conducente al crecimiento del nacionalismo
cubano. Mientras la centuria avanzaba, otra fuerza, "el españolismo'',
se convirtió en un importante factor en mantener la nacionalidad
dividida. Cuando Cuba se hizo independiente, a los españoles se les
garantizó el derecho a sus propiedades y se les permitió mantener sus
negocios. Las constantes inmigraciones de españoles fortalecían sus
tradiciones y costumbres y muchos, esperanzados en un eventual retorno a
España, no lograban asimilarse a la sociedad cubana.
Una peligrosa tendencia a solucionar las diferencias a través de la
violencia permeó también la atmósfera política. La violencia se
convirtió en la forma legítima de influenciar cambios políticos.
Fracaso del reformismo:
Al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Ramón Grau San Martín y
los auténticos llegaron al poder, el uso de la violencia organizada tomo
una dimensión sin precedentes. La relativa calma de los años de la
guerra dio paso a una era materialista y violenta. La violencia urbana
reapareció entonces con proporciones trágicas. Aunque parte de la
generación que emergió después de la guerra conservaba un fanatismo
redentorio y el deseo de cumplimentar las aspiraciones de "la revolución
frustrada'' de 1933, una parte aun mayor hacía evidente un insaciable
apetito de poder y riqueza. Refugiados de la Guerra Civil Española
también extendieron su activismo y rivalidades a Cuba.
Electo a la presidencia en 1944, Grau siguió una política conciliatoria
hacia estos grupos que lo apoyaban y permitió su proliferación, en
muchos casos ubicando a sus líderes en empleos gubernamentales.
Predominaba en el país un sistema de nepotismo, favoritismo y
pandillerismo. A pesar de numerosos logros, los auténticos fracasaron en
crear un gobierno honesto y en diversificar la economía cubana. El celo
reformista de la primera administración de Grau había disminuido
considerablemente. El propio Grau parecía ablandado después de años de
exilio y frustración.
Además, enfrentaba determinada oposición en el Congreso y entre los
elementos conservadores que se habían unido a su partido. No solo Grau,
sino muchos de los líderes estudiantiles de la generación de 1930,
participaron en prebendas y corrupción. Cuando se enfrentaron a la
realidad de la política cubana, su anterior idealismo y reformismo
dieron paso al materialismo y el oportunismo.
A pesar de haber establecido gobiernos democráticos que respetaban los
derechos humanos y creado prosperidad en el país, para muchos los
auténticos habían fracasado en cumplimentar las aspiraciones de la
revolución antimachadista, especialmente en el área de honestidad
administrativa. Quizás los cubanos esperaban demasiado en muy corto
tiempo. Aún se recordaban las rápidas reformas implementadas durante la
primera administración de Grau y muchos esperaban que continuaran.
El fracaso de Grau en llevar honestidad y orden a la vida pública y las
aspiraciones presidenciales del congresista auténtico Eduardo Chibás,
produjeron una escisión en el partido. Chibás y otros líderes auténticos
fundaron el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) en 1947. Conducido por
Chibás, un antiguo líder estudiantil de la generación de 1930, este
partido se convirtió en el depositario de los ideales de la "revolución
frustrada'' y en el refugio de una nueva generación decidida a convertir
aquellas ideas en realidad.
Para 1950, los ortodoxos eran una formidable fuerza política. Aunque
carecía de una bien definida plataforma, el programa nacionalista del
partido, independencia económica, libertad política, justicia social y
gobierno honesto, y su insistencia en mantenerse libre de pactos
políticos, le había ganado un considerable número de simpatizantes,
especialmente entre la juventud. Con su lema "Vergüenza contra Dinero'',
Chibás, por entonces un senador electo, predicó en sus programas
radiales contra la corrupción de los auténticos.
Chibás monopolizó la retórica revolucionara al convertirse en el
exponente de la vieja y frustrada generación, y en líder de una nueva
generación, empeñada en traer moralidad y honestidad a la vida publica
cubana. El, más que ningún otro fue quien con sus constantes
exhortaciones, demandas de reformas, y ataques contra la dirección
política de Cuba, preparó el camino para la revolución de 1959.
A pesar de dedicar su vida a la promoción de los ideales de la
revolución de 1933, Chibás encontró que al final de su largo viaje había
logrado poco. Los males que el había combatido continuaban. Quizás pensó
que su muerte podría producir lo que no pudo su vida: la revolución que
Martí había imaginado y en 1951 se suicidó.
La vida política de Cuba era por entonces un triste espectáculo. Aunque
el presidente Carlos Prío (1948-1952) había introducido varias reformas,
la situación económica mejoraba y el pandillerismo había disminuido, su
administración se parecía a la de su predecesor. El pueblo cubano
comenzó a perderle el respeto a la política. Convertirse en político era
entrar en una élite, una nueva clase apartada de los intereses del pueblo.
Los políticos electos no debían lealtad a sus electores ni tampoco a la
nación, sino solo a ellos mismos y a sus insatisfechos apetitos de poder
y fortuna. Además, las figuras políticas eran objeto de burla popular.
En particular, la imagen de la presidencia era ridiculizada. Las
críticas de Chibás ayudaron a socavar no sólo la autoridad de los
auténticos disminuyendo su prestigio, sino también la estabilidad de las
ya frágiles instituciones políticas.
El colapso de la moral, el respeto y los valores se agravaron cuando
Fulgencio Batista interrumpió el proceso democrático y constitucional en
1952. Lo que los cubanos creían que nunca volvería a ocurrir --el
retorno de un gobierno militar y una dictadura-- se hizo realidad.
Prosperidad y revolución:
Hacia la década del 50, la importancia y el poder de la comunidad de
negocios habían crecido significativamente, ayudados en parte por el
rápido crecimiento experimentado durante la Segunda Guerra Mundial. La
guerra paralizó la producción azucarera en muchas áreas de Europa y
Asia, lo cual hizo posible una nueva expansión de la industria azucarera
cubana. Al mismo tiempo, el deterioro del comercio internacional durante
los años de guerra le permitió a Cuba acumular gran cantidad de divisas,
que de otra forma hubieran ido hacia la compra de artículos importados.
Todo eso sirvió para acelerar el proceso de diversificación económica.
La producción nacional floreció y se establecieron nuevas industrias.
Esto fue bien utilizado por los empresarios cubanos, quienes comenzaron
a ocupar posiciones importantes en el desarrollo de la economía.
Otros factores aceleraron el crecimiento de la economía en los años de
la posguerra. La moderada política nacionalista, adoptada durante las
administraciones autenticas, logro importantes concesiones tarifarias.
Las instituciones de la banca comercial de Cuba se expandieron y las
facilidades crediticias ofrecidas por estas instituciones permearon las
actividades de la economía privada. Después de 1950, el año en que
comenzó a operar el Banco Nacional de Cuba, el país contó, por primera
vez, con un banco central oficial. El sistema de banca oficial se
expandió poco después con el establecimiento del BANFAIC (Banco de
Fomento Agrícola e Industrial de Cuba). Estos bancos comerciales
coordinaban ahora el sistema de crédito para el desarrollo económico de
sectores productivos no azucareros.
En los años de posguerra, los empresarios nacionales intensificaron el
proceso de ''cubanización'' de la industria azucarera, el cual había
comenzado en los años 30. En 1939 el capital cubano era propietario de
54 centrales azucareros, los cuales producían el 22 por ciento de la
producción de azúcar. En 1952, había 113 cubanos dueños de centrales que
acumulaban el 55 por ciento de la producción, excluyendo aquellos
centrales operados por compañías foráneas en las cuales el capital
cubano participaba, y en muchos casos los cubanos eran dueños de la
mayoría de las acciones emitidas. Los empresarios cubanos, quienes se
habían convertido en un importante factor en los sectores comerciales,
azucareros y financieros, mostraron gran habilidad y sacaron ventaja de
circunstancias favorables.
Batista alentó el crecimiento del capital cubano y su retorno al poder
estimuló la inversión extranjera. El sector de la minería, ayudado por
considerables inversiones de capital norteamericano, expandió su
producción de níquel, cobalto y otros minerales. El gobierno desarrolló
nuevos centros turísticos y la industria se convirtió en una de las más
importantes fuentes de ingreso. Proyectos de obras públicas fueron
financiados y terminados con sus correspondientes extorsiones. El bajo
costo de las viviendas se hizo asequible mediante créditos
gubernamentales y se construyó en La Habana un sistema de suministro de
agua que se necesitaba urgentemente. La industria ganadera se expandió,
al punto de que se podía comparar con las más importantes del resto de
América Latina.
Para 1959, los indicadores económicos apuntaban a una economía moderna
en pleno desarrollo. El per cápita de los cubanos era de $431 similar al
de España e Italia. Cuba tenía una de las tasas de mortalidad infantil
más baja del mundo (37 por cada 1,000); un alfabetismo del 80 por
ciento, tercero en América Latina, después de Argentina y Costa Rica; y
el tercer número más alto mundialmente per capita de médicos y
dentistas. Cuba tenia más de 40 laboratorios farmacéuticos que producían
el 50 por ciento de las medicinas que se consumían en la isla. En 1959
Cuba era el tercer país en América Latina en número de radios y televisores.
El progreso económico y la modernización alcanzada por Cuba antes de la
revolución de Fidel Castro fueron extraordinarios. Comparada con la
mayoría de los países de América Latina, Cuba era un país moderno,
progresista con una vibrante economía y una dinámica clase media. La
Habana era una de las capitales más bellas de la región con una gran
vida cultural y nocturna.
A pesar de este progreso, la economía padecía de ciertas debilidades
estructurales. Encabezando estas debilidades estaba la excesiva
concentración en la producción de azúcar y el comercio extranjero; una
critica dependencia de un comprador-abastecedor principal; un
considerable desempleo y subempleo; y las desigualdades entre los
niveles de vida del campo y la ciudad.
El desarrollo económico continuó durante la dictadura de Batista pero el
golpe de estado debilitó aún más las frágiles instituciones republicanas
y tuvo un profundo impacto sobre el contenido y tono de la política.
Escritores criticaban la descomposición moral de la república y hasta
cuestionaban la capacidad de los cubanos para gobernarse a si mismos.
Temas como el nacionalismo, el reformismo y el antinorteamericanismo
empezaron a decrecer, pero la política estaba ahora impregnada de
pesimismo y tristeza sobre el futuro y sobre el retroceso que el retorno
de una dictadura militar había significado para la isla. Artículos en la
prensa señalaban que había un sentimiento de culpa general sobre la
incapacidad de los cubanos de actuar en conformidad con los principios y
ejemplos de los padres fundadores.Insistían en que los cubanos
rechazaban sus responsabilidades individuales al afirmar que la sociedad
en su conjunto no estaba cumpliendo sus responsabilidades colectivas y
llegaron a creer que ellos nunca se merecían hombres como José Martí,
Antonio Maceo o Máximo Gómez.
La admiración por Martí creció más aún después de 1952. Dos eventos, la
conmemoración por el medio siglo del nacimiento de la republica en 1952
y la celebración del centenario del nacimiento de Martí en 1953, dieron
lugar a un intento de evaluar el desarrollo y la situación de Cuba en
tan significativas ocasiones. Salieron a la luz una variedad de libros y
artículos sobre la vida de Martí y relacionados con la épica batalla por
la independencia de Cuba. En ellos, y especialmente en numerosos
discursos, las enseñanzas de Martí fueron contrastadas con las
condiciones en las cuales la dictadura había sumergido a Cuba. Viejos
revolucionarios, jóvenes idealistas, intelectuales, periodistas y
también políticos corruptos invocaban a Martí. Todos ellos parecían
encontrar protección y confort al repetir sus palabras y bañarse en la
corriente bautismal de su pensamiento.
Sin embargo, los escritos y discursos dieron paso a la violencia. La
imposición de una estricta censura por el régimen de Batista silenció
toda crítica. Los líderes de la oposición fueron encarcelados o
exiliados. Se incrementó la represión. La intransigencia de Batista en
mantenerse en el poder no permitió una salida negociada. Las voces que
clamaban por una solución pacifica a la interrupción del proceso
constitucional, pronto fueron ahogadas por llamados a la violencia. Cuba
estaba sumergida de nuevo en terrorismo y violencia, una violencia que
finalmente culminó en una revolución.
http://www.miamiherald.com/1321/v-fullstory/story/820395.html
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