José Aguilar | Actualizado 15.06.2008 - 01:00
MIENTRAS Europa camina a pasos agigantados hacia la liquidación de
algunas de sus conquistas sociales, aceptando que el trabajador pueda
pactar "libremente" con su empresario aumentar hasta las 65 horas su
horario semanal, la Cuba de Raúl Castro, que está dejando de ser la Cuba
de Fidel, se orienta a acabar con la igualdad (mejor dicho, con el
igualitarismo). Singular convergencia, vive Dios.
Las empresas estatales cubanas, que son la inmensa mayoría, tienen de
plazo hasta agosto para aplicar un sistema nuevo de remuneración del
trabajo: a más rendimiento, más salario. "Ha existido una tendencia a
que todo el mundo reciba lo mismo, y ese igualitarismo no es
conveniente", ha proclamado un dirigente cubano. No un empresario
exiliado en Miami ni un disidente en la isla que trata de sacar la
cabeza en la etapa levemente aperturista iniciada tras la enfermedad del
comandante, sino el viceministro de Trabajo y Seguridad Social del
castrismo, Carlos Mateu.
Con este sistema se impondrá en toda la economía cubana el pago según
resultados, que elimina los topes salariales bajo el principio de que
quien más produzca tendrá un sueldo mayor. Cincuenta años de igualdad a
toda costa tirados a la basura. ¿En aras de qué? En aras de la
supervivencia, amenazada por el embargo ilegal, pero sobre todo por una
economía intervenida, improductiva y obsoleta. La misma que llevaba a un
obrero de la Polonia comunista a resumir así su situación: "Yo hago como
que trabajo y el Estado hace como que me paga". O sea, el Estado asegura
el pleno empleo, aunque sea colocando a dos empleados para llevar un
kiosco de chucherías (eso lo he visto yo), los trabajadores apenas
producen ni se esfuerzan por producir y reciben iguales salarios, con
los que no se puede comprar casi nada porque casi nada se fabrica. El
cambio se hará, pues, por puro pragmatismo, pero ninguna dictadura ha
tenido éxito en el intento de implantar la libertad económica sin que
eso lleve consigo finalmente la libertad política. Salvo China, por ahora.
Popper nos enseñó que el empeño en realizar la igualdad a cualquier
precio pone en peligro la libertad y que, cuando se pierde la libertad,
ni siquiera se consigue la igualdad entre los no libres. En Cuba se ha
intentado -en condiciones muy difíciles- escribir el sueño de la
igualdad absoluta, y no ha funcionado, además de haberse sacrificado la
libertad. Pensaban que el "hombre nuevo" postrevolucionario trabajaría
por incentivos morales y se han encontrado con que el hombre nacido y
criado en la revolución quiere llenar la despensa y prefiere que se
trate desigualmente a los que trabajan desigualmente. La libertad
llegará también.
http://www.diariodecadiz.es/article/opinion/155580/igualdad/ni/cuba.html
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