Pages

Sunday, June 08, 2008

Contra la excepción cubana

TRIBUNA: RAFAEL ROJAS

Contra la excepción cubana
Para justificar que la isla siga siendo una dictadura pobre, los
gobernantes cubanos rinden culto a la excepción y reclaman el derecho a
la diferencia. Intentan sustentar sus posiciones en la especificidad
histórica de Cuba

RAFAEL ROJAS 08/06/2008


Entre los críticos del nacionalismo cubano se ha consolidado el rechazo
a toda idea sobre el "carácter excepcional" de la isla. Es cierto que
haber experimentado una historia, cuando menos singular, que siguió un
curso diferente al de la mayoría de los países latinoamericanos, muchas
veces se convierte en explicación simple de la existencia, desde hace
medio siglo, de un orden político no liberal y no democrático en Cuba.
Pero si el excepcionalismo cultural o ideológico resulta insostenible,
el excepcionalismo histórico es, a veces, inevitable.

La relación de Cuba con España y EE UU es muy distinta a la de cualquier
otro país latinoamericano

Los cubanos aún no han decidido si prefieren el futuro que propone la
oposición o el del régimen

Hace 200 años, mientras en los cuatro virreinatos hispanoamericanos los
súbditos de Fernando VII se preguntaban quién detentaba la soberanía en
ausencia del Rey, en Cuba se afianzaba el poder de España y se
consolidaba la economía esclavista de plantación azucarera. También en
La Habana hubo criollos, como Francisco de Arango y Parreño, Nicolás
Calvo y José de Ilincheta, que demandaron al Capitán General, Marqués de
Someruelos, la constitución de una junta fernandina. Y también allí se
produjo una reacción peninsular, encabezada por el general Juan
Villavicencio y el brigadier Francisco Montalvo, en contra del menor
indicio de autonomía criolla.

Pero en Cuba, a diferencia de Hispanoamérica, el autonomismo de las
élites criollas no se radicalizó mayoritariamente bajo la forma de un
republicanismo separatista. En la isla no estalló la guerra de
independencia, ni los esclavos se sublevaron contra sus amos, como en
Haití, que era el mayor temor no sólo de los peninsulares sino de los
propios criollos. Los pocos que evolucionaron hacia el separatismo
republicano (Félix Varela, José María Heredia, Gaspar Betancourt
Cisneros...) acabaron exiliados, tras la represión contra las
conspiraciones masónicas de los años veinte y treinta.

Hasta 1868, cuando estalla la primera guerra de independencia, las dos
opciones de soberanía con mayor fuerza entre las élites criollas habían
sido la anexión a Estados Unidos y la reforma del régimen colonial
vigente. Con la Paz del Zanjón, en 1878, el separatismo, hasta entonces
bastante ligado al anexionismo, pareció decaer frente al auge de la gran
alternativa política de la época de la Restauración: el Gobierno
autonómico. Rechazada la autonomía en Madrid, resurge en 1895 el
separatismo, esta vez, más desligado de la corriente anexionista, aunque
no -ni siquiera en José Martí- confrontado a la hegemonía de Estados
Unidos sobre la región.

Que la construcción del Estado nacional en Cuba se haya iniciado casi un
siglo después que en Hispanoamérica, tras una intervención
norteamericana de cuatro años y con una limitación constitucional de la
soberanía como la establecida por la Enmienda Platt, es un dato de la
excepción histórica. Como lo es también el hecho de que la libertad de
asociación y expresión se haya introducido, parcialmente, en 1878, o que
la abolición de la esclavitud se decretara en 1886. Hasta principios del
siglo XX, la historia de Cuba parecía correr paralela únicamente a la de
Puerto Rico. A partir de 1902, el devenir de la isla abandonó esa
conexión y siguió un camino solitario.

En la primera mitad del siglo XX, Cuba vivió fenómenos muy similares a
los de cualquier país centroamericano y caribeño: guerras civiles,
raciales y regionales, caudillos y caciques, latifundio, dictaduras,
democracias breves y frágiles, intervenciones de Estados Unidos... Es
por ello que la cultura política que se produce en la isla
-revolucionaria, agrarista, nacionalista- es muy parecida a la que
predomina en toda la región. Esa semejanza, sin embargo, se manifestó
con dos especificidades: la mayoritaria tendencia de las fuerzas
políticas hacia el populismo y la intensa conexión económica, cultural y
política con Estados Unidos.

A mediados del siglo XX, Cuba no era una "colonia" o una "neocolonia" de
Washington, como sostiene la historia oficial habanera, ni un "Estado
libre asociado", como Puerto Rico, pero sí era, como prueba Louis A.
Pérez Jr. en On Becoming Cuban (1999), la nación latinoamericana más
interrelacionada con Estados Unidos. La política cubana de aquellas
décadas, incluida la política de los revolucionarios antibatistianos y
la de los comunistas republicanos, se hizo no sólo en La Habana y
Santiago de Cuba, sino también en Washington, Nueva York y Miami. Lo
mismo para Grau que para Prío, para Batista que para Castro, contar con
el respaldo o la desaprobación de Estados Unidos era decisivo.

La otra especificidad histórica de Cuba, a mediados del siglo XX, es la
homogeneidad ideológica del campo político. A diferencia de la mayoría
de los países latinoamericanos, se hace difícil encontrar allí una clara
polarización entre derecha e izquierda. Casi todas las corrientes
políticas (auténticos y ortodoxos, 26 de Julio y Directorio, batistianos
y antibatistianos) gravitaban hacia esa amalgama de socialdemocracia y
populismo que postulaba la Constitución de 1940. Entre 1957 y 1959, la
Revolución acentuó las diferencias políticas entre aquellos grupos, pero
ideológicamente los unió aún más. Unos y otros convergían en el deseo de
reemplazar a Batista con un gobierno que restableciera el orden
constitucional, convocara a elecciones, aplicara una reforma agraria y
gastara más en educación y salud. Sobre esa homogeneidad Fidel Castro
edificó su inmenso poder.

Pero lo que en la historia republicana de la isla (1952-1959) se
presenta como especificidad, en la historia revolucionaria (1959-2008)
aparecerá como catarsis del excepcionalismo. La alianza del Gobierno
cubano con la Unión Soviética agudizó la Guerra Fría en América Latina
de un modo imprevisto por Washington y las élites de la región. El
anticomunismo de los años cincuenta quedaría como un juego de niños ante
la avalancha de guerrillas y dictaduras que generó el experimento cubano
por acción o reacción. El socialismo insular se planteó como "excepción"
y, a la vez, como "vanguardia" de la izquierda latinoamericana. El Che
Guevara trató, infructuosamente, de resolver esa paradoja que, como ha
visto Robert Service, es muy parecida al dilema estalinista del
"socialismo en un solo país".

Desde entonces, y, sobre todo, tras la desaparición de la URSS, la
existencia de un régimen de partido único, economía de Estado e
ideología "marxista-leninista" en el Caribe ha sido defendida con el
discurso de la excepción. El "derecho a la diferencia", anulado para la
oposición democrática de la isla y el exilio, es demandado por La Habana
para justificar la persistencia de una anomalía política. En este
sentido, el concepto de excepción podría ser aplicado al socialismo
cubano, a partir de las tesis de Carl Schmitt y Giorgio Agamben, como
una normalización jurídica del estado de emergencia. Cuba, de acuerdo
con esta idea, sería un país sin democracia y sin mercado porque su
legalidad es excepcional o está condicionada por la coyuntura del
diferendo con Estados Unidos.

La idea, no carente de sentido, contiene dos equívocos. El primero es
que el socialismo cubano no es una mera reacción al conflicto con
Washington, sino una elección ideológica de las élites insulares. El
segundo es que el discurso de la excepción provoca demandas de
normalidad, lo mismo desde la perspectiva del régimen que desde el
amplio espectro opositor. El Gobierno cubano pide al mundo que lo acepte
como es, como algo normal, mientras que la oposición y el exilio suponen
que una transición a la democracia y al mercado reintegrará a Cuba en la
comunidad internacional y hará de la isla un país más parecido a sus
vecinos. Esta idea, curiosamente, la de volver a ser un país
latinoamericano y caribeño -algo que ya es constatable en la sociedad
insular-, espanta a unos y a otros.

Los gobernantes cubanos prefieren que Cuba siga siendo lo que es -una
dictadura pobre de América Latina- antes de que se convierta en otra
democracia pobre del Caribe. Los líderes de la oposición y el exilio,
mayoritariamente, están convencidos de que una transición a la
democracia y al mercado sacará a Cuba de la pobreza -lo que para algunos
significa también sacarla de América Latina y el Caribe-. ¿Qué desea la
mayoría de los cubanos en la isla y en la diáspora? ¿Cualquier cosa
antes que el actual estado de excepción? No lo creo. La ciudadanía de la
isla, a pesar de la falta de libertades, también calcula costos y
beneficios y elige racionalmente entre diversos futuros. Sólo que
todavía no se decide. Cuando lo haga, sabremos.

Rafael Rojas es historiador cubano exiliado en México.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/excepcion/cubana/elpepuopi/20080608elpepiopi_11/Tes

No comments: