Las vacaciones de Silvia
Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Silvia trabaja en una oficina del
Instituto de la Vivienda. Como todos sus colegas tiene derecho a quince
días de vacaciones en el verano. Y ella los coge en los meses de
vacaciones escolares de sus dos hijos. Como está divorciada evita
cualquier discusión para irse a la playa con sus pequeños. Ella ocupa
los roles de madre y padre.
Las excursiones a la playa las realiza los domingos. La noche del sábado
inicia los preparativos del almuerzo que consumirán al otro día.
Generalmente lleva croquetas que compra a un peso cada una, arroz con
frijoles, ensalada fría y mucha agua.
Lo peor es levantar a los muchachos tan temprano. Ella lo hace a las
cinco de la madrugada y a las seis ya están listos para salir. La cola
de personas para el ómnibus que los trasladará a su destino es larga.
Los niños desesperan, pero no es posible para ella pagarse el viaje en
auto. Tres personas representan 120 pesos, ida y vuelta.
Silvia prefiere llevar sus hijos a la playa. Así respiran aire fresco.
Escapan por unas horas del aire viciado de los automóviles del centro de
La Habana, donde viven. Además, los niños abandonan los juegos en la
calle, al menos por un día. Las posibles opciones no las encuentra
válidas por los gastos y traslados que tendría que hacer.
Pero ya en la playa, las preocupaciones no terminan. Primero, debe
vigilar a los niños cuando están el agua y también sus pertenencias. Los
ladrones merodean confundidos entre cientos de bañistas y hasta un par
de chancletas puede ser un botín apreciado.
La última vez que fue a la playa de Guanabo vio como sustraían la
mochila de una pareja de turistas que descansaban sobre la arena a unos
pocos metros de ella. Desprevenidos, ensimismados en sus lecturas, no se
percataron del robo. Los ladrones las pasaron de mano en mano mientras
se alejaban. Quizás otros bañistas observaron también la fechoría, pero
el temor a una represalia los hizo callar. Sus hijos estaban en el agua,
jugaban cerca de la orilla y los ladrones podrían haberlos lastimado.
Al regreso, siempre espera su turno para montar al ómnibus en la primera
parada. Así no se arriesga a formar parte de algún tumulto para subir al
ómnibus atestado. En esos casos, los carteristas aprovechan la confusión
para operar a sus anchas.
En una ocasión, cuando estaba casada, fue con el padre de sus hijos a un
camping. Pero ahora no va porque con los niños es más fácil ir a la
playa. Y cuesta menos.
Muchas veces, cuando contempla a sus hijos jugar en el agua, reflexiona
sobre lo que les tocará a ellos cuando crezcan. ¿Será la misma rutina?
Entonces, una sombra de compasión nubla sus ojos y se confunde con la
línea azul del horizonte. Ella ya no sueña. Quince días pasan rápidos y
la madre la relevará en el cuidado de los niños, Mientras, ella ve pasar
las horas desde su buró.
-¡El próximo, por favor!
Y a esperar las próximas vacaciones.
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