La izquierda a debate
«Quien justifique el totalitarismo no constituye un interlocutor válido»
Cuba, la izquierda mundial y las alternativas. Entrevista con el
escritor alemán Hans Christoph Buch.
José Aníbal Campos, Lugo
martes 27 de junio de 2006 6:00:00
Hans Christoph Buch (Wetzlar, 1944), narrador, ensayista y reportero, es
uno de los autores alemanes contemporáneos más importantes de la
generación de los llamados "veteranos del 68" (Altachtundsechziger).
Incansable y perspicaz viajero, trabaja regularmente como reportero
desde zonas en conflicto para grandes periódicos alemanes, y ha
publicado decenas de títulos, entre los que destacan la llamada Trilogía
de Haití, el libro de relatos Unerhörte Begebenheiten y, más
recientemente, Blut im Schuh (Sangre en los zapatos), un libro
incomparable y estremecedor, mezcla de reportaje y ensayo, publicado en
la prestigiosa colección Die andere Bibliothek, coordinada y dirigida
por Hans Magnus Enzensberger en la editorial Eichborn.
Su primer viaje a Cuba tiene lugar en 1978. Entonces usted formaba parte
de la delegación de Berlín Occidental al Festival Mundial de la Juventud
y los Estudiantes. Las impresiones de ese primer contacto quedaron
recogidas luego en el reportaje "El realismo socialista también está
permitido…", publicado primero en la revista 'Konkret' y más tarde, en
forma de libro. Aunque en ese texto se percibe cierto tono sarcástico,
se reconoce en él también cierta esperanza de que la revolución cubana
avanzara todavía por caminos independientes a los de la Unión Soviética.
Sin embargo, esa fue precisamente la época en que la sovietización del
país se encontraba en pleno apogeo. ¿Se dieron cuenta de ello en la
delegación de la que usted formaba parte? ¿Se debatió sobre el tema
después del viaje?
Mi viaje a La Habana en julio de 1978, con motivo del Festival Mundial
de la Juventud, fue mi primera impresión visual, in situ, pero a
diferencia de la mayoría de los miembros de la delegación de Berlín
Occidental, que pertenecían al SEW (la versión occidental del PSUA de la
RDA [partido comunista]), regresé de Cuba sin euforias de ninguna
índole. Aunque no era comunista ni miembro del SEW/DKP, me consideraba
un marxista, si bien no en el sentido ortodoxo del bloque oriental, sino
en el del movimiento estudiantil de 1968, tan marcado por gente como
Rudi Dutschke, Herbert Marcuse y otros precursores —a Marcuse, por
ejemplo, lo había conocido personalmente un año antes en San Diego,
California—.
El movimiento estudiantil se había fragmentado entonces en numerosos
minipartidos que intentaban superarse mutuamente en radicalismo: había
maoístas, trotskistas, guevaristas, pero sobre todo estaba la RAF
(Fracción del Ejército Rojo), cuya violencia terrorista tuvo su fin en
el otoño de 1977 con el suicidio de Baader, Meinhof y Gudrun Ensslin,
tres personas a las que conocía personalmente.
Por esa época simpatizaba con el eurocomunismo, y creía en una tercera
vía entre el capitalismo y el socialismo real, una vía que vinculara la
lucha política (no militar) contra el imperialismo, con la crítica a la
esclerotización burocrática en la Unión Soviética y en la RDA: desde ese
punto de vista, el Tercer Mundo conservaba todavía cierto estado de
inocencia, y por ello era el sujeto y el objeto ideal de la revolución.
Ciertamente, ya por entonces sospechaba que Cuba había adoptado el
modelo soviético, que se había burocratizado y esclerotizado
considerablemente, pero no quería ni podía aceptarlo del todo. Sin
embargo, el hecho de encontrarme en las calles con policías de civil que
nos separaban de nuestras parejas de baile, me sirvió de lección en ese
sentido.
No obstante, continué aferrado a la ilusión de que Cuba marcharía por un
camino diferente al de la URSS o al de la RDA, y sólo mucho más tarde
pude distanciarme de la posición condescendiente de decir: "Es cierto,
pero…", una postura que entonces me parecía dialéctica, y pronunciarme
por un rechazo terminante del totalitarismo en cualquiera de sus formas.
Quizás el carácter variopinto y el encanto erótico de Cuba —muy opuesto
a la tristeza sombría de la vida cotidiana en la RDA— alimentaron ese
autoengaño que sufrí entonces, aunque ya por esa fecha estaba muy al
tanto del caso Padilla y de sus consecuencias. También Hans Magnus
Enzensberger se distanció más tarde del castrismo, y cuando lo apoyó
siempre lo hizo con poco entusiasmo, y él, precisamente, había sido un
modelo político y literario para mí y para muchos autores de mi generación.
Este doloroso proceso de aprendizaje del castrismo se percibe con
exactitud en otro reportaje publicado en 1996, también por la editorial
Suhrkamp, 'Museo de la revolución'. Allí ha desaparecido todo
entusiasmo, el otrora hombre de izquierdas, escéptico pero esperanzado,
se ve ahora confrontado con la terrible realidad del llamado Período
Especial en Tiempos de Paz. Su ojo crítico, siempre alerta, se ha
agudizado. ¿Cómo influyó en usted esta segunda visita?
1995 no fue mi segunda, sino mi cuarta visita a Cuba. En 1984, de
tránsito hacia Nicaragua, donde había sido invitado por el ministro de
Cultura sandinista Ernesto Cardenal, hice una parada en Cuba, junto con
otros internacionalistas germano-occidentales que debían construir un
pueblo en la selva.
La línea aérea Cubana de Aviación nos exigió dinero por el sobrepeso, el
cual consistía fundamentalmente en clavos y herramientas, y tuvimos que
pernoctar en el aeropuerto de La Habana, vigilados por policías que nos
acompañaban, incluso cuando teníamos que ir al lavabo.
En el periódico Granma, como en Nicaragua, los "contras" eran
calificados de "bestias", algo que no me gustó, y aunque durante el
viaje de regreso paramos en el hotel Habana Libre, me sentí perturbado
por la contaminación provocada por los coches, el polvo y el ruido de la
ciudad; me llamaron la atención entonces los pantalones de látex de las
policías, de color azul o pardo, tensos encima de sus enormes traseros,
fabricados con fibras sintéticas de la RDA, que no sólo eran feos, sino
completamente inapropiados para las temperaturas subtropicales.
Once años después, la situación se había agravado aún más: apenas había
frutas o verduras, y si no recuerdo mal, una familia recibía un pollo al
año. Hasta el ron se había convertido en un producto impagable para un
cubano. Había que estar ciego o loco ideológicamente para considerar a
Cuba un paraíso socialista.
No obstante, me gustó el país, sobre todo por los germanistas y
traductores cubanos que conocí allí: la mayoría de ellos no tenía
trabajo, y a diferencia de los satisfechos funcionarios, que asfixiaban
todo ápice de creatividad desde su germen, aquellos eran abiertos,
sentían curiosidad y hablaban el alemán de manera excelente.
Lo que me gustaba de La Habana, el encanto erótico de la ciudad, había
sobrevivido no a causa, sino a pesar de ese Estado totalitario que
ahogaba toda iniciativa personal. Recuerdo también el ejemplo del ex
diplomático y experto en Asia al que menciono en ese reportaje, Gabriel
Calaforra, que había sido encarcelado a raíz de la fundación de un
partido socialdemócrata.
En uno de sus textos ha hecho suya la sentencia de Goethe: 'Nadie
deambula impunemente bajo las palmeras'. En cierto sentido, algo similar
le sucedió a raíz de sus viajes a Cuba y de su amistad con intelectuales
cubanos de dentro y fuera de la Isla. Sin embargo, existe todavía gente
de la antigua y la nueva izquierda que siguen exaltando a Cuba como
ejemplo de una alternativa para el mundo. ¿Cómo usted se explica esa
persistencia de una idea varias veces revelada como completamente falsa?
"Nadie deambula impunemente bajo las palmeras" es una frase del
personaje de Otilia en la novela de Goethe Las afinidades electivas:
"Cuánto me gustaría escuchar los relatos de Humboldt". Con ello, Goethe,
a través de su amigo Alejandro de Humboldt, tiende un puente hacia
Sudamérica, pero no pudo pensar al escribirlo en el socialismo de Fidel
Castro (ni siquiera en un sentido figurado), ya que Goethe no era un
profeta.
La máxima se convirtió más tarde en una frase hecha, y en el período del
Káiser, cuando Alemania se convirtió en una potencia imperialista con
colonias en África y el Pacífico, lo primero en que se pensaba al
escucharla eran las enfermedades tropicales como la fiebre amarilla, la
malaria o la sífilis, las cuales vendrían a ser un equivalente del
actual sida.
Pero no creo que la frase tenga nada que ver con la supervivencia de esa
fe pueril de los comunistas en una sociedad liberada en la que se
suprimen para siempre la explotación y la opresión: esto habla más del
que lo dice que del destinatario, y tiene más bien una función
compensatoria: la insatisfacción con las injusticias sociales de la
democracia occidental, tal como siguen existiendo, es proyectada a una
lejanía exótica, donde supuestamente reinan condiciones paradisíacas:
las islas del Caribe o del Pacífico siempre fueron pantallas de
proyección de tales anhelos y miedos, y en el inconsciente colectivo el
Infierno está justo al lado del Paraíso, por eso el hecho de que una
cosa pueda convertirse en la otra ya no sorprende a nadie.
Más importante que cualquier ideología es el erotismo, que rima con
exotismo, y este mecanismo psicológico explica por qué precisamente Cuba
se ha convertido en el destino y el refugio preferido de las utopías de
izquierda, a pesar de —o precisamente debido a— que la dura realidad
desmiente esas ilusiones políticas.
¿Ve alguna señal de renovación teórica o práctica de la izquierda en
Alemania o en Europa? ¿Qué piensa de organizaciones tales como "Cuba sí"
o, en un contexto global, los llamados "movimientos antiglobalización",
los cuales continúan coqueteando con el gobierno cubano?
La crítica radical al capitalismo realizada por Marx (quien, por cierto,
no pretendía ser un "marxista") fue y es legítima dondequiera que los
ricos se vuelvan más ricos y los pobres más pobres, es decir, en casi
todas partes del mundo. En ese aspecto, los críticos de la globalización
tienen razón, especialmente si se tiene en cuenta la pronto ya
irreparable destrucción del medio ambiente.
Pero la utopía marxista, lo mismo si se autodenomina socialista o
comunista, no ha funcionado hasta ahora en ninguna parte, y tampoco ha
eliminado la explotación y la opresión, sino que la ha agravado. Por tal
razón, cualquiera que justifique, minimice, trivialice o relativice el
totalitarismo realmente existente en Cuba o en cualquier otra parte, no
constituye para mí un interlocutor válido, ya que no ofrece ninguna
alternativa que pueda tomarse en serio.
Pasemos a otro tema. Usted conoce muy bien el llamado Tercer Mundo. Como
reportero de guerra para varios grandes diarios alemanes ha estado en
casi todos los focos de conflicto de las últimas décadas. En ese
sentido, ha experimentado de cerca la brutalidad de ciertas élites
locales, las masacres y los genocidios provocados por el odio entre
etnias o partidos políticos nativos. La intervención en tales conflictos
de fuerzas foráneas, ya sean las fuerzas concertadas de Naciones Unidas
o de la OTAN, despiertan las críticas airadas de los extremismos de
izquierda, que enarbolan un concepto intransigente de soberanía. ¿Cómo
valora esta situación relativamente nueva?
Antes, en la época del colonialismo, era necesario defender la soberanía
nacional, pero ésta no es sacrosanta, ni constituye un valor en sí
mismo, ya que en muchas ocasiones las violaciones de los derechos
humanos, incluido el genocidio, sólo pueden impedirse o detenerse
gracias a las intervenciones militares provenientes del exterior, que
son mucho mejor si se realizan en nombre de Naciones Unidas en lugar de
en nombre de una sola nación.
Desafortunadamente, hay intervenciones de la ONU de segunda clase, como
ha sucedido en el Congo o en Haití, donde las tropas de los cascos
azules provenientes de países del Tercer Mundo lucran con el comercio de
drogas y de armas, en lugar de impedirlo, y llegan incluso al abuso
sexual de mujeres y niños.
Yo mismo he sido testigo de cómo los soldados del ECOMOG, en Nigeria,
participaban en actos de violencia y en saqueos en lugar de detener
dichos actos. No es diferente a lo que sucedía en la Guerra de los
Treinta Años en Alemania, donde el asesinato y el saqueo se convirtieron
en un fin en sí mismo, mientras los motivos reales de la guerra caían en
el olvido: ¡por lo tanto, estamos ante una nueva situación y, a la vez,
se trata de un deja-vú histórico!
Se habla ahora en Latinoamérica de un nuevo giro hacia la izquierda.
¿Qué opinión le merece esta nueva situación en el continente americano,
donde llegan al poder tantos movimientos populistas que expresan en
bloque su admiración por Fidel Castro?
En el encuentro de jefes de Estado latinoamericanos con la Unión
Europea, celebrado recientemente en Viena, el presidente mexicano
Vicente Fox ha planteado en ese sentido, refiriéndose a Evo Morales y a
otros, la respuesta correcta: que el populismo y la demagogia no
resuelven los problemas de América Latina, sino que aíslan
internacionalmente a Estados como Cuba, Venezuela, y ahora también Bolivia.
La expropiación de la extracción de petróleo y de gas natural suena bien
en teoría, pero no ha arrojado resultados positivos en la práctica, como
lo demuestra la protesta del gobierno de izquierdas de Luiz Inácio Lula
da Silva contra dicha medida. El cierre de las fronteras y la salida del
mercado mundial ya no son posibles en el siglo XXI, y las reformas
sociales, el respeto a la Constitución y a la propiedad privada son
mejores que un pseudoradicalismo en el que se tira al niño junto con la
bañera, y que conduce a un fortalecimiento de las estructuras autoritarias.
Lamentablemente, el caudillismo tiene tradición en América Latina, pero
España y Portugal han demostrado cómo un país puede liberarse de esa
herencia histórica.
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro_en_la_red/entrevistas/articulos/quien-justifique-el-totalitarismo-no-constituye-un-interlocutor-valido/(gnews)/1151380800
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